jueves, 28 de abril de 2016

EL HARTAZGO ESPAÑOL

 
            Nada mejor que el hartazgo define hoy la situación española: la saciedad excesiva que causa fastidio o aburrimiento. La política, los políticos, el paro, la corrupción generalizada en los ámbitos del poder, las corruptelas, el déficit que todos pagamos, las cláusulas suelo, las comisiones bancarias abusivas de entidades que no ganan lo suficiente, la extorsión, los paraísos fiscales, el copago sanitario, el enchufismo de los peores, los desahucios de los que nada tienen...; el hartazgo, en fin, de unos partidos y de una clase política, incapaces de leer la letra grande, y no pequeña, que les dieren los electores en las urnas el 20-D. El hartazgo deviene en el empacho, en la hartura, en la saturación, en el fastidio, en la desesperanza, en la impávida resignación de quienes se saben no los poseedores de la soberanía nacional, que lo fueren, sino, más bien, los resignados sufridores ante la adversa situación a que les conducen unos políticos que no saben, ni pueden, dar respuesta adecuada a los problemas de sus electores.
           Nada parece que haya cambiado desde que Pi y Margall (Barcelona, 1824-1901), político, filósofo, jurista, historiador y escritor español, que fuere presidente de la I República Española entre el 11 de junio y el 18 de julio de 1873, cuando, tras no poder detener la rebelión cantonal de la España de su tiempo, el sector moderado le retiró su apoyo y propuso sustituirle por Nicolás Salmerón (Alhama la Seca, 1838; Pau, 1908), político y filósofo español, también presidente de la I República Española durante mes y medio el mismo año. Tras 37 días de mandato, Pi y Margall describía sus decepciones de la política: "Han sido tantas mis amarguras en el poder, que no puedo codiciarlo. He perdido en el gobierno mi tranquilidad, mi reposo, mis ilusiones, mi confianza en los hombres, que constituía el fondo de mi carácter. Por cada hombre agradecido, cien ingratos; por cada hombre desinteresado y patriótico, cientos que no buscaban en la política sino la satisfacción de sus apetitos. He recibido mal por bien..."
            Ciento cuarenta y tres años después, parece que nada hubiere cambiado tras asistir al espectáculo teatral que nos han brindado los llamados padres de la patria de la XI Legislatura democrática. No fuere solo Pi y Margall el único decepcionado de la I República. Estanislao Figueras (Barcelona, 1819; Madrid, 1882), primer presidente del Poder Ejecutivo de la I República en 1873 (febrero-junio), tras la abdicación de Amadeo I, fue el presidente republicano que se hartó de sus compatriotas y huyó del país, poniendo fin al primer breve gobierno de la I República. El panorama de la España que hallare tras ser investido como presidente, no difiere mucho del de hoy: crisis económica, intrigas políticas, fiebre federalista, al frente de la cual se encontraba una Cataluña separatista..., le llevaron a tomar una situación inédita: tomar el camino de la frontera francesa y huir del país sin aviso. Todo sucedió en una reunión del Consejo de Ministros celebrado el 9 de junio de 1873. Tras numerosas discusiones sin llegar a ningún acuerdo para superar la crisis institucional que atravesaba el país, que le había llevado a sufrir varias crisis de gobierno y numerosos intentos de golpes de estado, había agotado su paciencia y, en un momento de la sesión, exclamó: "Señores, voy a serles franco: estoy hasta los cojones de todos nosotros." Y acto seguido abandonó la sala. Al día siguiente, al ver que no se presentaba en el Ministerio, Castelar y Pi y Margall fueron a buscarle a su casa y sus criados les dijeron que había hecho las maletas y se había marchado a Francia (abc.es, de 23/06/2014). Regresó unos meses más tarde, pero su prestigio ya no pudo recuperarse de aquella espantada fruto de un auténtico hartazgo (Íbd.).
            Benito Pérez Galdós (Las Palmas de Gran Canaria, 1843; Madrid, 1920),  autor de los Episodios Nacionales, narraba así el clima parlamentario de la I República: "Las sesiones de las Constituyentes me atraían, y las más de las tardes las pasaba en la tribuna de la prensa, entretenido con el espectáculo de indescriptible confusión que daban los Padres de la Patria. El individualismo sin freno, el flujo y reflujo de opiniones, desde las más sesudas a las más extravagantes, y la funesta espontaneidad de tantos oradores, enloquecían al espectador e imposibilitaban las funciones históricas. Días y noches transcurrieron sin que las Cortes dilucidaran en qué forma se habría de nombrar Ministerio: si los ministros debían ser elegidos separadamente por el voto de cada diputado, o si era más conveniente autorizar a Figueras o a Pi para presentar la lista del nuevo Gobierno. Acordados y desechados fueron todos los sistemas. Era un juego pueril que causaría risa si no nos moviese a grandísima pena."
              Terminada la XI Legislatura, en julio se iniciará la XII de la democracia con los mismos actores, salvo excepciones que confirman la regla. ¿A qué cambiar si todo va bien? Será para ellos, no para España; pero antes, los españoles tienen la palabra, que no deben dejar pasar, porque en ella les va su vida.
 
 

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