Pocas veces, un discurso de toma de posesión, de apenas algo más de un folio, subsume tan bien, como el de la nueva alcaldesa de Casillas de Coria (Cáceres) desde el pasado sábado, la filosofía y el estilo que deben primar en un político. A saber: la humildad de quien acepta el cargo como servicio a su pueblo; la verdad perdida ante tantas palabras sin concreción alguna; el trabajo común y compartido ante los retos, sobre lo que nos une frente a los que nos diferencia; el compromiso de todos, y los retos de futuro ante la esperanza en la respuesta positiva.
Un pueblo, por pequeño que fuere, es, como subrayó Mónica Martín, la nueva alcaldesa, en su toma de posesión, “diverso, pero plural en sus gentes y formas de pensar”. El reconocimiento de esta verdad puede perderse, como reconoció en el frontis de su intervención, recordando un proverbio árabe, en que aquélla “se pierde con demasiado discurso”.
Acostumbrados, como estamos diariamente, a la retahíla de ampulosos discursos de promesas que se lleva el viento; de mentiras, cuando no de descalificaciones personales, que a nada conducen, el necesario proyecto político conductor y guía de un pueblo se pierde en la desesperanza de los desafortunados de la tierra, al trocarse la verdad de lo que se dice en la mentira de la conducta que pudieron evitar.
La mayoría obliga al respeto de las diferencias, como la minoría al reconocimiento y a la crítica respetuosa de quien, llamado al poder, no debe utilizar éste como apisonadora de los demás, sino que le obliga al diálogo, y no a la crispación; al servicio de todos los que confiaron en unos u otros porque, en las saludables diferencias de opinión, les debe unir un objetivo común: el de mejorar las condiciones de vida de los vecinos.
El humilde reconocimiento de estas verdades por la alcaldesa le llevó a proclamar “desde el respeto y la cercanía”, un deseo: “ser su primera servidora”, la de todos los que apuesten por trabajar por su pueblo. Recuerda esta evidencia del político llamado a servir a su pueblo el pasaje evangélico y las peticiones que le hacían a Jesús los hijos del Zebedeo: “Maestro: queremos que nos concedas lo que te pidamos” y Él le respondió: “Sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quien está preparado. Sabéis que los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos y sus grandes las oprimen con su poder; pero no ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor y el que quiera ser el primero, será esclavo de todos, que tampoco el Hijo del Hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate de muchos”. (Marcos 10:35-45).
El servicio al pueblo puede asumirse con esta bella declaración de intenciones, pero no debe traducirse en palabras equívocas, en amenazas o insultos gratuitos, en el absolutismo de quien no admitiere una crítica saludable ni de quien no permitiere en los foros adecuados la palabra a quien la tiene por obligación y devoción, porque es delegada del pueblo.
Cuando se ha perdido ya en respuesta al nombre invocado la palabra “servidor” o “servidora”; cuando se acude al rescate de los señores absolutos de quienes antes oprimieron con su poder y a los oprimidos no les llegan ni las migajas, el discurso de la alcaldesa de Casillas de Coria constituye una pieza oratoria digna de meditación para todos, porque su mano tendida de “primera servidora” de su pueblo la formula desde el conocimiento de la Historia, maestra de la vida; de su corazón y alma de mujer y desde su “esperanza puesta en la respuesta positiva”, con su contador a cero, sin otra recompensa posterior que el reconocimiento de su pueblo. Lo demás, como “el demasiado discurso”, hace que se pierda la verdad misma.
Un pueblo, por pequeño que fuere, es, como subrayó Mónica Martín, la nueva alcaldesa, en su toma de posesión, “diverso, pero plural en sus gentes y formas de pensar”. El reconocimiento de esta verdad puede perderse, como reconoció en el frontis de su intervención, recordando un proverbio árabe, en que aquélla “se pierde con demasiado discurso”.
Acostumbrados, como estamos diariamente, a la retahíla de ampulosos discursos de promesas que se lleva el viento; de mentiras, cuando no de descalificaciones personales, que a nada conducen, el necesario proyecto político conductor y guía de un pueblo se pierde en la desesperanza de los desafortunados de la tierra, al trocarse la verdad de lo que se dice en la mentira de la conducta que pudieron evitar.
La mayoría obliga al respeto de las diferencias, como la minoría al reconocimiento y a la crítica respetuosa de quien, llamado al poder, no debe utilizar éste como apisonadora de los demás, sino que le obliga al diálogo, y no a la crispación; al servicio de todos los que confiaron en unos u otros porque, en las saludables diferencias de opinión, les debe unir un objetivo común: el de mejorar las condiciones de vida de los vecinos.
El humilde reconocimiento de estas verdades por la alcaldesa le llevó a proclamar “desde el respeto y la cercanía”, un deseo: “ser su primera servidora”, la de todos los que apuesten por trabajar por su pueblo. Recuerda esta evidencia del político llamado a servir a su pueblo el pasaje evangélico y las peticiones que le hacían a Jesús los hijos del Zebedeo: “Maestro: queremos que nos concedas lo que te pidamos” y Él le respondió: “Sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quien está preparado. Sabéis que los que son tenidos como jefes de las naciones, las dominan como señores absolutos y sus grandes las oprimen con su poder; pero no ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor y el que quiera ser el primero, será esclavo de todos, que tampoco el Hijo del Hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate de muchos”. (Marcos 10:35-45).
El servicio al pueblo puede asumirse con esta bella declaración de intenciones, pero no debe traducirse en palabras equívocas, en amenazas o insultos gratuitos, en el absolutismo de quien no admitiere una crítica saludable ni de quien no permitiere en los foros adecuados la palabra a quien la tiene por obligación y devoción, porque es delegada del pueblo.
Cuando se ha perdido ya en respuesta al nombre invocado la palabra “servidor” o “servidora”; cuando se acude al rescate de los señores absolutos de quienes antes oprimieron con su poder y a los oprimidos no les llegan ni las migajas, el discurso de la alcaldesa de Casillas de Coria constituye una pieza oratoria digna de meditación para todos, porque su mano tendida de “primera servidora” de su pueblo la formula desde el conocimiento de la Historia, maestra de la vida; de su corazón y alma de mujer y desde su “esperanza puesta en la respuesta positiva”, con su contador a cero, sin otra recompensa posterior que el reconocimiento de su pueblo. Lo demás, como “el demasiado discurso”, hace que se pierda la verdad misma.
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