No hay peor silencio de los que no pueden hablar, aun teniendo lengua y conociéndola para expresarse. No es el silencio de los sordomudos, que operan con su lenguaje de signos para entenderse lo que su mal les impidiere. Es el silencio de los que otorgan sin hablar; el de los que apagan las palabras con fuego, con el miedo, la tortura; el silencio de los resignados a la triste suerte de sus vidas; el silencio ante las injusticias sociales; el silencio de los sin fuerza para hablar; el silencio de los votos en blanco y abstencionistas, que pudieren hablar, pero desertan de la palabra.
Cómo interpretar el silencio de quienes se callan, pero no otorgan; de quienes nada dicen, pero ni asienten ni disienten; de quienes parecieren mudos sin serlo, porque de su boca no sale una palabra; el silencio de los que, debiendo hablar, se callan, y de quienes debiendo callarse, hablaren más de la cuenta; el silencio de los que están en posesión del saque de la palabra, pero se niegan a jugar con ella; el silencio de quienes no dicen lo que debieren decir a su tiempo: una palabra de consuelo, de ánimo, de cariño al prójimo necesitado, la confortadora palabra cuando se necesitare; el silencio de quienes enarbolan los derechos humanos más elementales como bandera y la arrían con el silencio; el silencio que, por amor, otorga, aun poniendo en peligro su propia vida; el silencio de quienes arrebataron la vida ajena y se callan para defenderse, aunque hieran más aún el corazón y el tiempo ajenos…
Qué decir de los silencios que imploran y no obtienen respuesta; del silencio de súplica al que respondiere un silencio administrativo; del silencio justificativo y exculpatorio de los malos arrepentidos; de los silencios que no confiesan sus pecados para endosárselos al adversario con la palabra pervertida; del silencio de los cómplices que niegan el habla oculta de otros; del silencio de quienes esperan en silencio que lleguen a ellos sus más elementales derechos; del silencio de quienes ocultan esta realidad para hacerla exclusiva y propia…
¡Ay del silencio del amor trocado en desamor!; de los silencios de culpas que exculpan; del silencio de los imputados sin que reconozcan sus yerros; de los largos silencios por miedo sin valor para hablar; de los silencios de resignación de los sin empleo, porque suyos no serán los bienes de la tierra; de los silencios de dolor provocados por amor y que devienen en maltratos o en la pérdida de la propia vida; de los silencios de defensa para no ser atacados; de los silencios de desamparo sin el amparo de la palabra; de los silencios de venganza sin la esperanza de reconciliación; de los silencios de la palabra sin la riqueza de la palabra ausente; de los silencios del hambre en la abundancia; de los silencios de sed por el agotamiento de la saliva; de los silencios de los líderes ante el silencio ‘obligado’ de sus oyentes…
Silencios que hablan sin hablar; que otorgan sin decir palabra; que disienten sin pronunciar sílabas; silencios que ni otorgan ni disienten…, “dueños de nuestros silencios, esclavos de nuestras palabras”, en el pensamiento shakesperiano; pero recordando también las palabras de Miles Davis: “El silencio es el ruido más fuerte, quizás el más fuerte de los ruidos”, en un mundo de ruidos, de silencios sin las palabras del infinito, “adentrándose en la multitud para ahogar el clamor de su propio silencio”, en palabras de Tagore.
Cómo interpretar el silencio de quienes se callan, pero no otorgan; de quienes nada dicen, pero ni asienten ni disienten; de quienes parecieren mudos sin serlo, porque de su boca no sale una palabra; el silencio de los que, debiendo hablar, se callan, y de quienes debiendo callarse, hablaren más de la cuenta; el silencio de los que están en posesión del saque de la palabra, pero se niegan a jugar con ella; el silencio de quienes no dicen lo que debieren decir a su tiempo: una palabra de consuelo, de ánimo, de cariño al prójimo necesitado, la confortadora palabra cuando se necesitare; el silencio de quienes enarbolan los derechos humanos más elementales como bandera y la arrían con el silencio; el silencio que, por amor, otorga, aun poniendo en peligro su propia vida; el silencio de quienes arrebataron la vida ajena y se callan para defenderse, aunque hieran más aún el corazón y el tiempo ajenos…
Qué decir de los silencios que imploran y no obtienen respuesta; del silencio de súplica al que respondiere un silencio administrativo; del silencio justificativo y exculpatorio de los malos arrepentidos; de los silencios que no confiesan sus pecados para endosárselos al adversario con la palabra pervertida; del silencio de los cómplices que niegan el habla oculta de otros; del silencio de quienes esperan en silencio que lleguen a ellos sus más elementales derechos; del silencio de quienes ocultan esta realidad para hacerla exclusiva y propia…
¡Ay del silencio del amor trocado en desamor!; de los silencios de culpas que exculpan; del silencio de los imputados sin que reconozcan sus yerros; de los largos silencios por miedo sin valor para hablar; de los silencios de resignación de los sin empleo, porque suyos no serán los bienes de la tierra; de los silencios de dolor provocados por amor y que devienen en maltratos o en la pérdida de la propia vida; de los silencios de defensa para no ser atacados; de los silencios de desamparo sin el amparo de la palabra; de los silencios de venganza sin la esperanza de reconciliación; de los silencios de la palabra sin la riqueza de la palabra ausente; de los silencios del hambre en la abundancia; de los silencios de sed por el agotamiento de la saliva; de los silencios de los líderes ante el silencio ‘obligado’ de sus oyentes…
Silencios que hablan sin hablar; que otorgan sin decir palabra; que disienten sin pronunciar sílabas; silencios que ni otorgan ni disienten…, “dueños de nuestros silencios, esclavos de nuestras palabras”, en el pensamiento shakesperiano; pero recordando también las palabras de Miles Davis: “El silencio es el ruido más fuerte, quizás el más fuerte de los ruidos”, en un mundo de ruidos, de silencios sin las palabras del infinito, “adentrándose en la multitud para ahogar el clamor de su propio silencio”, en palabras de Tagore.
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