De pronto, al pasar la última hoja del calendario, la había recordado como si fuere ayer. Su aniversario, recién cumplido, le haría frisar casi el medio siglo. Se preguntaría, como me hiciere un día, por la máxima de la vida, el corolario todo de una vida intensamente vivida, como si empezare otra nueva, o la cuenta atrás definitiva.
Callaba más que hablaba. Su corazón era un pozo de secretos tan profundo que no llegaren ni a él sus íntimos. Dueña absoluta de sus silencios, no llegaría a ser ni esclava de sus palabras. Recordaba los besos que le diere en su frente al llegar por las mañanas al trabajo, como si quisiere aprehender su pensamiento todo, y apenas si me respondía con una sonrisa prudente, escéptica ante mi mucho afecto. No la importunaba con preguntas que no pudiere contestarme.
Un buen día, sin saber cómo, la invité a un café. Dispuso las encomiendas precisas ante una ausencia breve. Pasaron los días y los cafés continuaron. Me escuchaba atentamente como si oyere al buen orador que no fuere. Todo estaba permitido; quizá solo los entresijos del trabajo eran un asunto vedado. Nos sentíamos cómodos. Mi mano tomaba la suya como la de una niña a quien, con el gesto, le transmitieres tu apoyo. La mano apretada, a veces los dedos entrelazados, me transmitían el coraje de su alma, la bondad de su corazón; pero no hubiere palabras que revelaren su estado de ánimo. Ni siquiera sonreía…
De regreso, le pregunté un día si la estaba aburriendo o, por el contrario, le descubría algo nuevo con mis peroratas. Me dejó fuera de juego: “No solo eso: me transmites serenidad, autoestima; me has enseñado a discernir lo importante de lo relativo, el valor de la familia, lo que es importante de lo que no lo fuere… “
--Pero… ¡si nada me dices…!
--¿Te parece poco? Mi mano sobre la tuya, mis ojos sobre los tuyos…
--El tiempo no pasa en balde, amiga mía. Pronto encenderán la luminaria navideña y, aunque las luces iluminen tu rostro, no lograrán apagar tu tiempo. Bébelo, consúmelo despacio, para que no te atragantes. Y procura no guardarte tantos secretos para tu tumba. Tendremos un año más muy pronto; las luces se apagarán hasta el próximo, pero tu rostro brillará más con la luz de tu alma y de tu corazón. Vive el día a día, porque el tiempo vuela solo, amor; pero nunca morirá tu recuerdo, aunque la vida nos separe en el memento de las manos unidas, del habla consumida, del tiempo vivido, ayer contigo, hoy sin ti y, aunque las luces navideñas se apaguen…, jamás se apagará nuestra memoria. ¿Y quién nos separó sin una palabra siquiera? Memoro aquella Nochebuena cuando me solicitaste: “Quiero tomar un vino contigo, a solas”, y nuestras manos se unieron de nuevo en la despedida, sin que los besos deseados se encontraran en la conversación inacabada, interminable, infinita, de nuestros espíritus, que un día se sintieren arropados, entendiéndose sin palabras, como en Cáceres y en Mérida, hoy iluminadas por la Navidad y por la luz de tus ojos, que viere aquí la luz de este mundo, pero se fue allí para no ser venerada, como la luz de santa Eulalia, cubierta por las nieblas de la naturaleza que subieren desde el Guadiana por estas fechas para cubrir la desnudez de su cuerpo en el martirio de la luz recibida…
Callaba más que hablaba. Su corazón era un pozo de secretos tan profundo que no llegaren ni a él sus íntimos. Dueña absoluta de sus silencios, no llegaría a ser ni esclava de sus palabras. Recordaba los besos que le diere en su frente al llegar por las mañanas al trabajo, como si quisiere aprehender su pensamiento todo, y apenas si me respondía con una sonrisa prudente, escéptica ante mi mucho afecto. No la importunaba con preguntas que no pudiere contestarme.
Un buen día, sin saber cómo, la invité a un café. Dispuso las encomiendas precisas ante una ausencia breve. Pasaron los días y los cafés continuaron. Me escuchaba atentamente como si oyere al buen orador que no fuere. Todo estaba permitido; quizá solo los entresijos del trabajo eran un asunto vedado. Nos sentíamos cómodos. Mi mano tomaba la suya como la de una niña a quien, con el gesto, le transmitieres tu apoyo. La mano apretada, a veces los dedos entrelazados, me transmitían el coraje de su alma, la bondad de su corazón; pero no hubiere palabras que revelaren su estado de ánimo. Ni siquiera sonreía…
De regreso, le pregunté un día si la estaba aburriendo o, por el contrario, le descubría algo nuevo con mis peroratas. Me dejó fuera de juego: “No solo eso: me transmites serenidad, autoestima; me has enseñado a discernir lo importante de lo relativo, el valor de la familia, lo que es importante de lo que no lo fuere… “
--Pero… ¡si nada me dices…!
--¿Te parece poco? Mi mano sobre la tuya, mis ojos sobre los tuyos…
--El tiempo no pasa en balde, amiga mía. Pronto encenderán la luminaria navideña y, aunque las luces iluminen tu rostro, no lograrán apagar tu tiempo. Bébelo, consúmelo despacio, para que no te atragantes. Y procura no guardarte tantos secretos para tu tumba. Tendremos un año más muy pronto; las luces se apagarán hasta el próximo, pero tu rostro brillará más con la luz de tu alma y de tu corazón. Vive el día a día, porque el tiempo vuela solo, amor; pero nunca morirá tu recuerdo, aunque la vida nos separe en el memento de las manos unidas, del habla consumida, del tiempo vivido, ayer contigo, hoy sin ti y, aunque las luces navideñas se apaguen…, jamás se apagará nuestra memoria. ¿Y quién nos separó sin una palabra siquiera? Memoro aquella Nochebuena cuando me solicitaste: “Quiero tomar un vino contigo, a solas”, y nuestras manos se unieron de nuevo en la despedida, sin que los besos deseados se encontraran en la conversación inacabada, interminable, infinita, de nuestros espíritus, que un día se sintieren arropados, entendiéndose sin palabras, como en Cáceres y en Mérida, hoy iluminadas por la Navidad y por la luz de tus ojos, que viere aquí la luz de este mundo, pero se fue allí para no ser venerada, como la luz de santa Eulalia, cubierta por las nieblas de la naturaleza que subieren desde el Guadiana por estas fechas para cubrir la desnudez de su cuerpo en el martirio de la luz recibida…
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