Nunca como ahora duele tanto la soledad. Nunca tantos se encuentran tan solos cuando la mayoría está acompañada. Se sienten las ausencias más que las presencias. Las ausencias marcan la soledumbre de la Navidad. Cómo, con tanto amor presente, las ausencias emergen sobre las presencias. Cómo con la Vida que nace y que une se añora la vida ida, la ausencia presente, el amor perdido… El Niño-Vida se une a la vida presente en torno a la vida ausente; pero el sentido cristiano se ha quedado en el sentido humano. Y la humanidad está sola, triste, sin humanidad presente.
Navidad es la eterna pregunta sobre la noche, la noche del amor, abismo entre todas las noches. Nadie pregunta: ¿Qué tal anoche?, porque anoche no es la noche, una noche cualquiera de holganza y jolgorio. Es la pregunta y la respuesta esperada: Bien, en familia, tranquilo… Nochebuena sin familia y no se pregunta. Nochebuena con ausencias y se elude la mirada. La noche es frontera entre la vida y la muerte, entre el sueño de la vida y el sueño eterno, entre el amor compartido y la tristeza en soledad.
La noche acoge sobre su manto la sinfonía del amor y el llanto de abatimiento; pero hay dos noches al año en que la luz puede más que la noche: Nochebuena, o la noche del Amor, y Sábado de Gloria, o la noche de la Luz. Confirma la Navidad el amor del mundo y el deseo del amor participado, extensivo. ¡Ay de aquellos que, teniéndolo todo, no reparten amor! Para ellos, la noche de las noches no es la noche, ni buena, ni mala, una noche más, sin novedad en su frente. Recordarán quizás otras noches, cuando la noche les trajo otras vidas o les arrebató una vida; pero no la noche de la vida, la noche del amor.
Duele la soledad en Navidad más que ningún otro día del año. Navidad es la memoria resucitada; el año, el olvido hecho costumbre. Nochebuena es la sacralización de la familia y del consumo inhabitable en otros durante todo el año. La Nochebuena nos trae el recuerdo cuando todo el año es olvido. La Navidad es un paréntesis sin cierre, como una escuela permanentemente abierta en la que sus alumnos parecen encontrarse durante unas horas si todo el curso están juntos, pero alejados entre sí, como los que se fueron, como los que están; como quienes pretenden rescatar lo irrescatable: una soledad compartida, no amada; sufrida; anhelante, sabedora que el adviento por venir llegó, pero siempre habrá otro, a la espera de otros encuentros: el hombre con el hombre, la mujer con la mujer, los hijos con los hijos, siempre unidos, en el respeto y el amor proclamados en la noche entre todas, pero nunca cumplidos a satisfacción de todos, porque el amor de esta noche no es el amor del mundo, tan alejado de sí mismo que destruye la vida, la naturaleza, la esperanza, el amor mismo por el que un día vimos la luz.
Navidad es la eterna pregunta sobre la noche, la noche del amor, abismo entre todas las noches. Nadie pregunta: ¿Qué tal anoche?, porque anoche no es la noche, una noche cualquiera de holganza y jolgorio. Es la pregunta y la respuesta esperada: Bien, en familia, tranquilo… Nochebuena sin familia y no se pregunta. Nochebuena con ausencias y se elude la mirada. La noche es frontera entre la vida y la muerte, entre el sueño de la vida y el sueño eterno, entre el amor compartido y la tristeza en soledad.
La noche acoge sobre su manto la sinfonía del amor y el llanto de abatimiento; pero hay dos noches al año en que la luz puede más que la noche: Nochebuena, o la noche del Amor, y Sábado de Gloria, o la noche de la Luz. Confirma la Navidad el amor del mundo y el deseo del amor participado, extensivo. ¡Ay de aquellos que, teniéndolo todo, no reparten amor! Para ellos, la noche de las noches no es la noche, ni buena, ni mala, una noche más, sin novedad en su frente. Recordarán quizás otras noches, cuando la noche les trajo otras vidas o les arrebató una vida; pero no la noche de la vida, la noche del amor.
Duele la soledad en Navidad más que ningún otro día del año. Navidad es la memoria resucitada; el año, el olvido hecho costumbre. Nochebuena es la sacralización de la familia y del consumo inhabitable en otros durante todo el año. La Nochebuena nos trae el recuerdo cuando todo el año es olvido. La Navidad es un paréntesis sin cierre, como una escuela permanentemente abierta en la que sus alumnos parecen encontrarse durante unas horas si todo el curso están juntos, pero alejados entre sí, como los que se fueron, como los que están; como quienes pretenden rescatar lo irrescatable: una soledad compartida, no amada; sufrida; anhelante, sabedora que el adviento por venir llegó, pero siempre habrá otro, a la espera de otros encuentros: el hombre con el hombre, la mujer con la mujer, los hijos con los hijos, siempre unidos, en el respeto y el amor proclamados en la noche entre todas, pero nunca cumplidos a satisfacción de todos, porque el amor de esta noche no es el amor del mundo, tan alejado de sí mismo que destruye la vida, la naturaleza, la esperanza, el amor mismo por el que un día vimos la luz.
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