Cada español no político tiene un
plan para acabar con la crisis, como cada español no seleccionador de fútbol
hubiere una selección ideal para ganar todos los campeonatos. Los españoles nos
erguimos en seleccionadores de todo y de la nada, en revolucionarios capaces de
acabar en la calle, a voces, con pancartas o a tiros, con la pléyade de
políticos impresentables que, en lugar de apaciguar la vida, templar los ánimos
y hacer posible el Estado del bienestar, se lo arrogan para sí, llevando al
pozo del abismo a la llamada clase media que lo sostuviere.
No
basta con hacer propósitos de enmiendas, ni con declaraciones de transparencia,
ni con hacer pública nuestras cuentas y pagos al fisco. Todo eso está muy bien,
pero no es suficiente para acabar con el tercer problema del país, tras el paro
y los problemas económicos, según el barómetro del CIS de diciembre de 2012,
por parte de quienes debieren dar el ejemplo que se les supusiere. Un país con
más de un centenar de políticos de todo el arco parlamentario imputados por
corrupción, que continúan ejerciendo la política como profesión y no como
vocación, y cuyo censo de sospechosos aumenta cada día, no puede liderar, en
modo alguno, la salida a una crisis, a costa de los que menos tienen, cuando
ellos se llenan los bolsillos a pesar de los recortes que hacen a la mayoría.
Los recortes no deben traspasar determinadas líneas rojas que ahoguen derechos
fundamentales y consolidados en las últimas décadas y que ponen en peligro no
solo el Estado del bienestar, sino la dignidad de la vida misma que hubieren
por derecho constitucional todos los españoles. Ni pueden los políticos, por su
propia dignidad que honra a una mayoría, pedir, como solicitaba hace unos días
el ministro japonés de Finanzas a los ancianos de su país “a apurarse a morir”
para resolver los problemas económicos, tanto como si aquí el ministro del ramo
correspondiente hiciere la misma petición a los pensionistas para resolver el
déficit creciente de la Seguridad Social.
La
drástica reducción del déficit impuesta a España por los organismos
internacionales no pueden, de ninguna manera, acabar con el derecho universal a
la sanidad, la educación, las pensiones y la dependencia, los pilares que
sostienen las cuatro patas del Estado del bienestar, ni que los recortes caigan
sobre los funcionarios que sirven con esmero al sistema.
Ya
en los albores de la democracia, un senador del Reino, que lo fuere durante
muchos años, me reconocía que la citada institución constitucional no servía
para nada si no se cambiaban sus funciones y reglamento. Seguimos igual,
porque, aunque parezca que la Constitución sigue teniendo validez plena, son
muchos los que urgen una reforma para redefinir la estructura del Estado, cada
día más debilitado por quienes solicitan unas competencias exclusivas del
propio Estado, por la crisis, por la
corrupción y el paro galopantes y por el mal ejemplo de muchos políticos que no
asumen para sí los sacrificios que piden a los demás. Países europeos de larga
tradición democrática, como Suecia, Dinamarca o Noruega carecen de Senado.
Alemania censa un centenar de senadores y Estados Unidos, uno por cada estado
federado de la Unión. Teóricos del Derecho Internacional y constitucionalistas
lo ven como una cámara prescindible, innecesaria y en peligro de extinción.
España tiene 260 senadores, cuya eliminación supondría un ahorro de 3.500
millones anuales.
Hay
otros recortes más importantes por hacer y que no se hacen: eliminar la pensión
vitalicia de todos los diputados, senadores y padres de la patria; revisar,
como ahora se está haciendo, los sueldos de alcaldes que se ponen a sí mismos
el salario que les da la gana; obligar a devolver el dinero robado a las arcas
públicas, además de penas de cárcel para los ladrones, en lugar de otorgar
amnistía a delitos punibles; eliminar todos los coches oficiales; anular las
tarjetas de crédito con que muchos pagan gastos particulares; dejar un solo
diplomático y cónsul en cada país y, por supuesto, eliminar los de las
comunidades autónomas, porque la representación exterior es competencia
exclusiva del Estado; y, en fin, rebajar un 30 por ciento las transferencias a
sindicatos, fundaciones y varios, con lo que se ahorrarían 45.000 millones de
euros, y no haría falta tocar las pensiones ni bajar la inversión pública… Con
estas medidas se habría terminado la crisis.
No
puede ser que haya recortes para una mayoría y dobles sueldo para una minoría;
dinero para sanear la banca y no lo haya para quienes lo necesitan. La gente
está harta; la marca España está bajo mínimos; las denuncias silenciosas se
están haciendo oír; la gente grita en las calles. Nadie se calla ya porque el
silencio nos ahoga, aunque algunos medios, oficiales y extraoficiales lo
silencien, he aquí lo que la gente canta en la calle:
En la Puerta del Sol (3 bises)
mamita mía,Nadie se marcha, nadie se marcha.
Las gentes indignadas (3 bises)
Mamita mía,qué bien te guardan, qué bien te guardan.
Los bancos y las cajas (3 bises)
Mamita mía, nos han robado, nos han robado.
Y ahora nuestros derechos (3 bises)
Mamita mía,
Quieren quitarnos, quieren quitarnos.
Madrid, qué bien resistes (3 bises),
Mamita mía.
Tanto saqueo, tanto saqueo.
Con recortes aguantas,
Ciudadanía, y el agua al cuello,
y el agua al cuello.
En la Puerta del Sol…
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