domingo, 7 de julio de 2013

PUERPERIO ESTIVAL

           No hubiere llegado Santiago y cierra España. Se abre España en fiestas mil y se cierra de día como se encierra de noche; siempre de noche; cada vez más de día. Llegado el verano, nuestro país es un puerperio estival, una cuarentena impuesta por el parto solar, el sobreparto del sol en el que la ciudad parece dormida hasta la puesta del astro rey, cuando hubiéremos de dormir. La luz que nos ilumina es la luz que ahora nos asfixia, que nos desconcentra, que nos impide trabajar. Nuestros pueblos se han cubierto siempre con la gorra y el sombrero, todo el día al sol; la ciudad torna a sacar los paraguas de día. En los pueblos, los hombres se bañaban en sudor con las faenas del campo; en las casas, de gruesas paredes, reinaba en verano la eficiencia energética, que los políticos traspasan ahora a los ciudadanos, no a los promotores y constructores. Pagamos por tomar el sol que nos inunda y abrasa; otros, huyendo de él, se refugian en las sombras de la casa, de los soportales o de los árboles. Descansan en los bancos viendo pasar el tiempo y a las gentes que los circundan. Observad las terrazas de verano: mirando de frente, desde la sombra al sol, viendo pasar la gente, percibiendo cómo se pasa la vida, cómo transcurre el puerperio que, no por esperado, trastoca nuestro tiempo. 
 
           Hay un tiempo del puerperio más proclive que ningún otro a la sombra: la siesta, las más calurosas horas del día, en que nada pudiere hacerse; en que la siega y la trilla se paralizaren por momentos. De niños nos obligaban a acostarnos, aunque no hubiéremos sueño ni sintiéramos el calor. Tendíamos un colchón sobre el piso, para más frescor. Entre las rendijas de las persianas, veíamos cruzar la sombras de algún animal camino de los campos. Hasta los perros permanecían mudos. Jugábamos a hacer sombras con los dedos para entretener un ocio obligado. Lo que ayer fue un gran invento español, hoy es denostado: la siesta se considera tiempo perdido. No podemos, ni debemos, perder tanto tiempo en dormir, nos advierten. Hay tierras en que no se necesitare la siesta porque reinare el frescor, ni tanta agua para hidratarse como la huerta para el riego de los cultivos.
 
 
              Hubiere Extremadura agua bastante para saciar la sed, para hidratar los cultivos, para la bebida de los animales y hasta para refrescarnos en sus pantanos. En las principales calles de la ciudad instalan microclimas para alivio de paseantes y mercaderes; pero no hay parasoles suficientes ni aire acondicionado preciso para calmar esta sed de día, este sinvivir de noche, en que los mosquitos nos inquietan con su peculiar zumbido hasta el aterrizaje. El puerperio es un fenómeno fisiológico para la mujer, quizá patológico para los hombres. La transición biológica es, para todos, otra estacional en la que el tiempo, que no debiere ser noticia, lo fuere a diario. Es noticia el tiempo cuando sufrimos los vaivenes del puerperio, su cambios obligados y las consecuencias imprevisibles de la cuarentena impuesta que a todos afectare, especialmente a las mujeres.
              Muchos prefieren el calor del verano al frío del invierno; otros, este al calor. Se soporta un fenómeno atmosférico más que otros. En el medio radica la virtud: hay una primavera en que la naturaleza despierta los sentidos, se viste de gala y hasta la sangre altera.
              El puerperio de hoy es aún peor que el fisiológico o el que nos viniere dado por la estación: es la angustia por el presente, por las amenazas del futuro: la necesidad de querer ser libres y no poder serlo; el conformismo de los más y la desafección hacia los hacedores del futuro. Son muchos, cada día más, quienes no estuvieren ya un solo día de la semana al sol, sino todos; un puerperio obligado que se alarga más allá de la cuarentena necesaria, que encadenare otras mil y una transiciones, que no nos habilitaren para la luz, sino para permanecer en casa, quien la hubiere, sin que el sosiego del hogar ni de la estación confortare a todos sin una mano amiga que nos hiciere más placentero el tránsito hacia la otra luz, la que nos diere la precisa luz para ver sin cegarnos en este mundo..., en los versos teresianos:  

"Mira que el amor es fuerte;

vida, no me seas molesta,

mira que solo me resta.

para ganarte perderte."

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