19
de junio de 2014.-El rey Felipe VI de España jura ante las
Cortes, reunidas en sesión conjunta del Congreso y del Senado de la nación, tras
ser proclamado rey, "desempeñar fielmente mis funciones, guardar y hacer
guardar la Constitución y las leyes y respetar los derechos de los ciudadanos y
de las comunidades autónomas". El nuevo rey no es coronado, porque no
recibe la corona --como los últimos papas--, ni entronizado, porque no se sienta
en un trono; es proclamado: el acto con el que se reconoce públicamente al
nuevo monarca. El juramento ante las Cortes es preceptivo y obligatorio como
requisito esencial para la validez del acto.
Entronca el juramento con la costumbre, arraigada en
Castilla desde tiempos remotos, de convocar las Cortes cuando ocupaba el trono
un nuevo soberano. El juramento se ha prestado como acto público y solemne por
los monarcas al recibir la investidura de su dignidad suprema con el objeto de
asegurar el cumplimiento de sus deberes políticos respecto al pueblo, cuyo
gobierno y protección se les confiaba, como los súbditos en las asambleas
públicas en garantía de fidelidad al monarca.
Cambian los tiempos y las formas, pero permanece lo
sustancial. Su predecesor Felipe II hubo de firmar el Estatuto de Tomar en 1581
al dirigir la integración de Portugal en el seno de la Monarquía Hispánica de
acuerdo con los principios tradicionales de mantener su régimen
político-jurisdiccional y la concertación con las élites locales.
1580.-Felipe
II de España realiza 434 años antes de la jura de Felipe VI una unión dinástica
con Portugal, que duraría sesenta años. Felipe II de Habsburgo (Valladolid,
1527; San Lorenzo de El Escorial, 1598) es rey de España desde 1556 hasta su
muerte; de Nápoles y Sicilia, desde 1554, y de Portugal, los Algarves --como
Felipe I-- desde 1580. Por su matrimonio con María I, es también rey de
Inglaterra entre 1554 y 1558. Como su padre, Carlos I de España, es emperador
de su Imperio. Principia aquí el Portugal de los Felipe. Tres reyes españoles
de la Casa de Austria reinan sobre Portugal entre 1580 y 1640. A saber:
España Portugal
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Felipe II (1580-1598) Felipe I
Felipe III
(1598-1621)
Felipe II
Felipe IV (1621-1640) Felipe III
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Dinastía Filipina o Tercera Dinastía.
La historia de Portugal registra este periodo de su historia como Dinastía Filipina
o Tercera Dinastía: Casas de Avís, Beja y Habsburgo (1385-1640), a la que
seguirán las Casas de Braganza y Braganza-Sajonia-Coburgo (1640-1910), hasta la
instauración de la República con Teófilo Braga (1910-1915).
Cómo llega a Portugal la Casa de Austria: en 1578, el rey
Don Sebastián I de Portugal emprende una cruzada en Marruecos en la que mueren
muchos nobles y desaparece el propio rey en la batalla de Alçazarquivir, sin
descendencia. Los nobles supervivientes son hechos prisioneros; el ejército
portugués se desintegra. Sin rey, sin nobleza y sin ejército, Portugal es
incapaz de frenar el avance del Duque de Alba (Badajoz, Elvas, Lisboa...)
Al rey Don Sebastián le sucede su tío-abuelo Don Enrique
(1578-1580) quien, por su avanzada edad, buscará su sucesor entre las ramas
laterales de la Casa de Avís. Felipe II de España era el pariente más próximo,
al ser hijo de Isabel de Portugal.
Felipe II de
España y I de Portugal acaba con el apoyo que el puerto de Lisboa brindaba
a sus enemigos de Inglaterra y los rebeldes de los Países Bajos; impulsa las
Indias Orientales; refuerza la presencia castellana en África y Asia gracias a
las colonias portuguesas y controla en Asia la retaguardia turca. Con el
control de Portugal, limpia las rutas a América de corsarios y contrabandistas.
En 1580, portugueses y castellanos tenían tres enemigos comunes: franceses,
ingleses y holandeses, los primeros por su competencia mercantil y los
segundos, por cuestiones políticas. Los obispos de Coria y Badajoz negocian con
sus hermanos en el episcopado de Évora y Portalegre, y el Duque de Alba, una
posible unión de las Coronas de Castilla y Portugal.
1580.-A la muerte de Don Enrique, la cuestión diplomática
se enquista y Felipe II de España y I de Portugal toma las armas para sofocar
un sentimiento nacionalista portugués anticastellano liderado por Don Antonio,
prior de Crato.
1581.-En Tomar, las Cortes lusas se reúnen para declarar
a Felipe II de España, Felipe I de Portugal quien, para atraerse a los
portugueses, firma el Estatuto de Tomar, que recoge que el gobierno portugués
será llevado a cabo exclusivamente por ellos y se mantiene una administración
independiente; pero se ve obligado a residir en Lisboa unos meses para calmar
los ánimos y poner orden.
Con Felipe III de
España y II de Portugal (1598-1621) aflora la crisis del siglo XVII. A
pesar de los problemas con los moriscos, el gobierno del valido Duque de Lerma
es una época de relativa tranquilidad, la llamada "generación
pacífica".
Felipe IV de
España y III de Portugal (1621-1640) confía su gobierno a otro valido, el
Conde-Duque de Olivares, quien asume que los compromisos adquiridos por la
Corona son tan enormes que sólo con un
gobierno firme (despótico) puede mantenerse el Imperio. Olivares cambia la delegación de poderes y el sistema
de gobierno en Portugal: en lugar de un virrey, nombra un Consejo de Regencia e
introduce un nuevo sistema de contribuciones que grava a los más ricos. El
contexto internacional del reinado de Felipe III no ayuda. Los holandeses
hostigan el imperio ultramarino portugués para castigar a España. A partir de
1622, los holandeses atacan sistemáticamente Ceilán, Mombasa, Cabo Verde... Las
ventajas que habían perseguido los portugueses con la unión monárquica se evaporan. En 1628 se
producen motines en Lisboa contra el gobierno filipino. En 1631, Olivares crea
una nueva contribución que obliga a comerciantes y banqueros a pagar para
contribuir a los gastos de la monarquía. Entre 1638 y 1639 se llevan a cabo en
Portugal levas forzosas para enviar tropas a los Países Bajos. En 1640 estalla
la llamada Guerra de Restauración. España y Portugal vuelven a separarse.
La unión entre las dos Coronas benefició a Portugal,
porque tuvo plenas relaciones comerciales con Castilla y pudo importar trigo y
plata. España ganó un Imperio ultramarino en Asia y África, que suma al que poseía
en Europa y América, un imperio en el que no se ponía el sol. La unión fue más
beneficiosa para los portugueses, que
nunca fueron considerados súbditos de Castilla, al mantener Cortes y aduanas.
Solo les unió la cabeza coronada de un Felipe, el Portugal de los Felipe en la
España de los Felipe. Una historia que nos unió y nos separó, la común historia
que hoy religa nuestro destino en Europa, en la Monarquía Parlamentaria de Felipe VI, en la que el rey reina, pero
no gobierna, y el Gobierno dirige el Estado, y en la República Portuguesa de
Cavaco Silva, en la que el poder del pueblo lo encarna el presidente como jefe
del Estado.
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