Vamos perdiendo la
credibilidad, la cualidad de creíble, la característica de lo que es creíble o
aceptable. Del credo religioso --la fe
del carbonero de otros tiempos: creer por creer sin más razones sobre lo
que se cree, el fideísmo de la fe de
nuestros ascendientes de que a Dios no se llega por la razón, sino por la fe,
frente al racionalismo, que admite por verdadero y cierto solo lo explicable de
forma racional, desde la razón, desarrollada durante los siglos XVII y XVIII
por René Descartes-- hemos pasado al
terreno político, en el que ambos credos convergen en la dualidad de la
credibilidad e inverosimilitud, del agnosticismo (lo que declara inaccesible al
entendimiento humano todo conocimiento de lo divino y de lo que trasciende la
experiencia) a la falsedad o improbabilidad de la razón política. Dos derechos
humanos y constitucionales --credo religioso y político-- puestos en duda por
los mismos acreedores que hubieren derecho a ellos, por credibilidad o
inverosimilitud.
Las flaquezas humanas han echado por tierra la capacidad de
ser creídos. El religioso, el político, deben generar confianza para ser
creíbles. No es ya el mensaje transmitido por creer, sino la confianza perdida
del receptor en el emisor. No basta la verdad, porque nadie cree a un mentiroso
que lo hubiere sido. Para ser creíble hay que ser honesto. No se puede predicar
sin dar trigo. Los sacerdotes de la palabra --predicadores de la fe religiosa,
el credo político, o la verdad escrita-- han de tener credibilidad para ser
creídos. De lo contrario, su mensaje no será bien recibido. "No solo hay
que ser honrada, sino, además, parecerlo", como dijere el Divino Cayo Julio César y nos trasladare Plutarco sobre lo que debiere ser la
mujer del César. Los mercaderes del templo se ven obligados, por la inversión
realizada, en lanzar al mercado un producto en el que no confían; en hacer, en
fin, lo contrario de lo que prometieron. Y así, la credibilidad deviene en
decepción; ha perdido la sinonimia de crédito, reconocimiento, prestigio,
reputación, renombre, para pasar a la inverosimilitud, falsedad,
improbabilidad...
Con su video de campaña electoral "Dos Sures"
-primero de la factoría de ficción de Iván
Redondo--, Monago pierde más crédito
político que el que ya hubiere, porque no se trata de poner el acento en la
vida política, necesitada de un sentido del humor que nadie precisare, porque
no están los tiempos para ello, sino de comparar dos modelos distintos de hacer
política, que no viene a cuento cuando trata de poner enfrente a otra comunidad
vecina, también en vísperas electorales. Se lo dicen los suyos. El mensaje no
lo es todo. La credibilidad no es lo mismo que el crédito, la certeza, el
realismo, la fiabilidad, la verosimilitud. Un buen líder se hace respetar con
argumentos, credibilidad
y justicia. Y esto no lo dice un político, sino una psicóloga deportiva. La
credibilidad disminuye con la sospecha, la mentira, la incongruencia en la
transmisión del mensaje. Se propala lo que uno cree éxitos propios; se
silencian los números rojos de una política que conduce a la desesperanza de
muchos que perdieron la credibilidad en la política como el camino hacia la
felicidad, y caen en la incredulidad, en la inverosimilitud, en la desesperanza
de los desahuciados por la propia política que los olvidare y por los políticos
sin credibilidad, o sin historia creíble. Como los que hubiéremos, quizá los
que nos merecemos, por votar sin certidumbre, sin la certeza de la credibilidad
y la inverosimilitud de la falsedad.
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