Hace un día espléndido,
como todos los 15 de agosto, fiesta de la Asunción, en Granadilla. Esplende la
antigua villa no desaparecida de los mapas, aunque sí del nomenclátor
político-administrativo. Sus descendientes acuden a la fiesta de su patrona, la
Asunción. La misa no será hasta mediodía; pero, una hora antes, el templo ya
está abierto. En una de sus últimas filas, un hombre, recogido sobre su propia
faz, parece meditar. Está solo él, con la Cruz de madera ante el altar y la
Inmaculada. De pronto, se abre la puerta del norte. Entran dos mujeres que
visitan el pueblo. Le distraen de su meditación. Le preguntan si es natural de
la villa. Responde afirmativamente. Se presentan: "Somos enfermeras que
venimos a conocerlo..., porque nos hablaron muy bien de él... ¿No desea usted
hablar?" No sabe el concentrado qué responder y ellas lo hacen por él. "¿A
qué edad salió usted del pueblo?", le interrogan. "Apenas terminada
la Primaria me fui fuera para cursar el Bachillerato Elemental y después, vine
de vacaciones y nos fuimos todos... "¿Estará usted recordando, verdad?",
tornan a interrogarle. "Sí, una vez más? Aquí de niño tuve muchas horas de
meditación; ahora medito sobre el pasado, sobre la infancia, la escuela, los
juegos, el nacimiento que poníamos en Navidad, las procesiones...; los rezos en
latines que no entendíamos, pero que sabíamos de memoria..." Recordaba
para sí la primera visita que hiciere en 1970, cinco años después de su ida, en
compañía de un primo que vivía en Salamanca, y la impresión que les produjo su
pueblo abandonado, medio derruido; la cúpula de la iglesia, caída; la
sepulturas de los insignes párrocos que la sirvieren, violadas... Todo
destrucción y muerte. En la escuela de niños donde cursaren Primaria, todavía
yacían sobre el polvo del suelo los cuadernos de caligrafía de sus últimos
escolares; leyeron sus nombres. No les conocíamos ya. Faltaban el reloj del
ayuntamiento, los badajos de las campanas de la iglesia; las tejas de las casas
y algunas rejas de ventanas y balcones. El primo no sabía decir otra cosa:
"¡Mi pueblito, mi pueblito...!", suspirando...
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