Quizá nunca como ahora se
ha hablado tanto de los vulnerables. La Covid-19 nos ha hecho a todos más
vulnerables, aun a aquellos que se consideraren insensibles, invulnerables. La
Academia define vulnerable como alguien que puede ser herido o recibir lesión,
física o moralmente. El vocablo lo relacionamos con niños, mujeres y ancianos,
al poseer mayor fragilidad con respecto a otros grupos de personas. Un niño,
una mujer, un anciano, son vulnerables en circunstancias normales; pero la
fragilidad no tiene por qué circunscribirse a una edad, al sexo, o a la
fragilidad misma que eleva el grado de aquella. Hay hombres y mujeres fuertes
que se sobreponen a la vulnerabilidad en cualquier tiempo o circunstancia. Hay otros,
empero, a quienes algún hecho lo convierte en más vulnerable. Los niños son
vulnerables frente al maltrato de un adulto o compañero de clase; las niñas son
más vulnerables ante la violencia machista; a otros les convierte en
vulnerables la muerte de un ser próximo o una ruptura amorosa.
Hay otros factores que convierten en vulnerable al ser
humano: la carencia de educación y cultura, su situación económica o social; la
discapacidad de cualquier tipo; un entorno hostil en el medio en que se
desarrolla y vive, ya sea el hogar, el pueblo, la ciudad, el centro de
enseñanza o de trabajo… La vulnerabilidad se troca, entonces, en desigualdad.
La pandemia ha hecho más visible las desigualdades que
lastra la sociedad. El confinamiento ha desentrañado las desigualdades
sociales, la vulnerabilidad que arrostran determinados colectivos que, no por
desconocidas, afloran hoy en toda su plenitud. No hay nadie invulnerable,
fuerte o insensible como para no aceptar el tsunami que nos invade. Muchos
invulnerables se han vuelto vulnerables. Aun sin haber sido tocados por el
virus, no tienen ya fuerzas para resistir más pérdidas, daños, sufrimientos o
la amenaza que pende sobre sus vidas, hacienda, trabajo y la vida de los suyos.
Nos creíamos invulnerables y un virus nos ha abierto los ojos para ver lo que
antes no vimos o no quisimos ver: nuestra vulnerabilidad, aun sin ser persona
de riesgo, ancianos, niños o mujeres.
Todos somos sensibles, débiles, frágiles, indefensos. Nos
encontramos inseguros cuando nos creíamos seguros, protegidos por las fuerzas
del bien en una sociedad moderna, cuyos dirigentes no protegieren a todos por
igual, convirtiendo en más vulnerables a quienes antes fueron invulnerables…
Como las fuerzas de la naturaleza desatadas, ante las que nada podemos hacer,
han convertido nuestro hábitat en vulnerables y a nosotros, en seres débiles,
faltos de fuerza, agotados, sin energía. Otros hubiere que negaren la evidencia
y nos hacen a todos más vulnerables aún. La enfermedad nos hace ver el valor de
la salud, que la rutina diaria oscurece. Frente a la debilidad, el ser humano
opone la fortaleza o la capacidad física de un individuo para sobrellevar
sufrimientos y adversidades. La fortaleza como virtud de la que han hecho gala
hombres y mujeres en primera línea del frente en la lucha continua que nos
confina y nos hace a todos vulnerables.
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