El
trabajador nace y se hace por el pecado original. El trabajador no es solo un
asalariado. Hubiere muchos que no lo son y son currantes de sol a sol. Nuestros
ascendientes fueron curritos sin jornales. Hoy hay más asalariados que
currantes. Hay jornaleros sin jornales y cumplidores ociosos; diligentes
obreros y operarios vagos. Los proletarios no fichan ni cobran; los vagos ni
fichan, pero cobran.
Cada
día más hay más curritos que productores; más holgazanes que artesanos; más
mandos que tropa. Los jornaleros son incansables. Hay asalariados ociosos y
currantes holgazanes. Curritos sin horarios y operarios que nada operan ni
producen. Funcionarios ejemplares y pasantes. Trabajadores que cobran sin
trabajar y los más, proletarios de la tierra que apenas les da para comer,
porque otros se lo comen en su caminar.
El
trabajador se levanta cada mañana y mira el horizonte para velar por su cosecha
entre bancales de sudores y fatigas sin fin. No tiene despertador el trabajador
sin más méritos que sus manos y su ansia de producción. El trabajador mira por
sí y los suyos. Arranca a la tierra el fruto que se le supone; la mima, la
cuida, la arrulla, la riega con el sudor de su cuerpo y el amor de su corazón.
Los
trabajadores claman por sus derechos, hartos de sus derechos sin deber. Todo
son deberes para los trabajadores y derechos para el señor. Hasta la política
los etiqueta, como si esta fuere reveladora de lo que son: antes productores
(la derecha); hoy, y siempre trabajadores (la izquierda). Y en qué se
distinguen unos de otros: en que unos producen y otros recogen los frutos de
aquellos y los multiplican por mil. Los parias de la tierra son famélica
legión, como dice la Internacional. No tienen convenios ni fiestas que guardar.
Hoy la guardan porque lo dice el Estado; mañana, su Iglesia, aunque sean agnósticos
o ateos. Los animales que nos sirven o conviven con nosotros no las tienen y
les socorremos cada día.
Todos
aspiran a ser asalariados, trabajadores por cuenta ajena; muchos desearían ser
autónomos, jefes de sí mismos, con convenios a medida, pero sin medidas, y
terminan siendo esclavos de los impuestos y tasas de las administraciones.
Personas con trabajo que no trabajan; con mando sin plaza, pero pasotas del
trabajo que abusan de los trabajadores a su cargo; que todo lo quieren para sí
y nada para los demás; que niegan la mayor cuando ellos pierden los papeles.
Dueños del trabajo de los más, sin que ellos den el callo que se les supone.
Empresarios acosados en lugar de ser mimados; trabajadores explotados por la
inmisericordia de sus patronos, visionarios de un mundo que pierde los valores
del trabajo en favor del `pelotazo´ sin trabajar.
No
hay un día del trabajo sin trabajo para los más. Todos los días lo son, y
debieren ser, para el trabajo; para los empresarios que lo dan y para los
empleados que cumplen; para quienes labran la tierra y no hubieren fiestas de
guardar, o se las negaren por causas de fuerza mayor. No hay, ni debiere
haberlos, parados sin causa, ni fijos discontinuos, que encubren las listas del
paro. Cada día más hay parados sin causa y trabajadores que, aun yendo al tajo,
eluden la esencia misma del trabajo.
¿Qué
festejar, pues: la falta de trabajo, el trabajo precario, el no querer
trabajar, el trabajo discontinuo, la falta de estabilidad en el empleo, los
contratos encadenados sin la fijeza obligada, la reducción de jornada para
producir menos y mandar más trabajadores al paro, el enchufismo descarado de
muchos que buscaren para vivir sin trabajar, pero tenerlos para cobrar?
En
la Fiesta del Trabajo, unos trabajan y muchos descansan, ociosos, porque nada
trabajan. Viven de otros que trabajan por lo que otros, infatigables, hacen por
ellos, que quizá vivan mejor que los obreros que claman hoy por la justicia y
la igualdad, sin necesidad de cantar la Internacional, que pocos conocen más de
un siglo después. Falta mucho para que “la tierra será el paraíso/patria de la
humanidad”, si todos no se agruparen en el trabajo y por él hasta la justicia final.

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