Hay relojes que se paran y después siguen funcionando. Bastaba antes con darles cuerda; hoy, tan solo necesitan la energía de una pila. El tiempo que marcan los relojes ignora el propio tiempo que marca nuestras vidas. Cada segundo, cada tictac marcado, aun siendo el mismo, no volverá nunca más a señalar nuestro devenir. Fue tiempo ya pasado, aunque mañana marcare la misma hora, minuto, segundo, décima o centésima.
El tiempo vuela, más que el aire huracanado y que las nubes que pasan por encima de nuestras cabezas. Podemos apresar el agua; la niebla, condensadora de agua; pero no el tiempo, irrepetible, que, aun pareciendo el mismo en las estaciones, no se detiene, imparable hasta la finitud del mundo, fijado para el día del Juicio Final, y por los propios hombres destructores de la naturaleza, creada para su sustento, recreo y vida, y hasta de la propia vida humana de quienes defienden la de otros.
Son los hombres, y no el paso del tiempo, los que paran el reloj de nuestras vidas, de vidas ajenas que portaban su propio reloj que marcare las propias. No podrán volver a poner su reloj en marcha aquellos a quienes les arrebataron la vida; ni siquiera el propio de quienes lo detentaren con orgullo, como si fueren ellos el reloj que marcare la vida y la hacienda de los demás.
Hay relojes que no marcan nuestra propia vida. No nos imponen la hora de nuestro tiempo ni la luz ni la oscuridad, ni los meridianos ni nuestra situación en el planeta. La imponen los hombres empeñados en cambiar el curso de la historia, no para el bien público, sino para el propio, ciegos ante el paso del tiempo y los estragos que causan en su tiempo.
A Lourdes Rodao, viuda del brigada Luis Conde De la Cruz, recientemente asesinado por ETA, le han parado su reloj para siempre; le han partido la vida en dos. No importa que su marido y ella salieran a la calle en pijama y sin reloj, quizá parados por la onda expansiva de la explosión. En la mesilla de noche, el reloj del brigada se paró en vida, como su propia vida a la puerta de su cuartel; como la de su viuda; como la de tantas víctimas del terrorismo, de la violencia de género, y de la inhumana conducta de los hombres que solo miran su tiempo, pero no el que se le dio a los demás, para parar definitivamente su vida, aunque sus relojes sigan funcionando.
Para qué deseare un perro fiel un reloj, si el de su amo no puede responder ya al propio que marcara sus horas de comida y de paseo, de sus juegos y caricias. Su fidelidad le llevará hasta su tumba para llorar su pérdida. No tendrá ya ganas de vivir este animal que perdió al amo que marcara su vida, antes de tiempo, sin que el reloj de su vida hubiere signado su propio final. Deseará incluso que su propio reloj vital se pare para siempre, ante una vida ya sin sentido de vida, sin el reloj de su propia vida.
No necesitará ya tampoco Lourdes un reloj para ver la hora de su vida, porque su otra vida se la partieron por la mitad, parada, en tiempo muerto, la mitad de su vida, para siempre, aunque aquella continúe en el reloj de su hijo Iván, la otra mitad de su vida, el sentido de su vida a partir de ahora. “No es que fueran a por él; le tocó a él”, afirma, sin pena ni tristeza, sin rabia ni dolor. Toda una vida juntos, a todos lados de la mano; pero salió antes que él y dio la vida por ella. “Y estoy muy orgullosa de ello. Ha dado la vida por mí; me tenía que haber ido con él; pero, claro, aquí está mi hijo”, aun con la vida partida, con el reloj de su vida parado para siempre por los hombres, engreídos dioses de la vida y expropiadores de los relojes de la vida de otros, sin otro fin que el fin de la vida, arrebatada por la fuerza de las armas, no por el propio decurso de la vida. Vidas sin vida sin el reloj de sus vidas, tan solo alumbrada por los hijos de su propia vida, su otra vida para más vida.
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