lunes, 6 de julio de 2009

LA DOCTRINA Y LA LITURGIA: EL CASO DE CÁCERES


No se trata de mezclar religión y política; pero hay un paralelismo entre la filosofía política y la doctrina aplicable en la gobernanza política. Hay quienes anteponen la religión a la praxis política; la libertad de conciencia a la disciplina de los mandatos de su partido en un determinado supuesto político; quienes superponen las normas de la moral a las leyes emanadas de la voluntad popular en un Estado confesionalmente laico; quienes desearen gobernar con los principios de su fe religiosa la doctrina emanada de la ley civil. Y no son peores, en este aspecto, quienes se declaran ateos o agnósticos, sino aquellos fieles a una doctrina que pretende anteponer la de su propio partido y la voluntad popular a cualquier otra consideración

Viene a esto a cuento de la situación política en Cáceres tras el cese del “Doctor No” en la primera tenencia de alcaldía y en las delegaciones que le confirió la alcaldesa tras firmar el pacto de gobierno. La última asonada protagonizada por el díscolo concejal de IU la protagonizó el pasado viernes al recoger, primero, y devolver después, el premio “Pezuña”, otorgado por la Asociación de Periodistas de Cáceres, por sus malas relaciones con la prensa.

Una cosa es la doctrina política y otra, muy distinta y distante, la liturgia con que algunos pretenden adornarla, como los malos toreros que, aun a pesar de toda la buena faena que realicen con su lote, fallan a la hora de la verdad y, si obtuvieren recompensa alguna, como una vuelta al ruedo, la desprecian como si sintieren acreedores a un premio mayor. Decir a toro pasado, como ha afirmado el cesado primer teniente de alcalde, que la alcaldesa le produce “lástima y pena”, que “no se va a poder un paso en la ciudad”, es, aparte de una falta de respeto a lo que ella representa, a la ciudad entera.

No se puede estar en misa y repicando, a la vez, porque la liturgia exige una presencia participativa y no una negación permanente del sacrificio. No basta con oír ni escuchar si, cuando se pudiere, se niega después lo mismo en lo que se cree, en este caso la política, como vehículo canalizador de las legítimas aspiraciones de una ciudad que, además de aspirar a ser capital europea de la cultura en 2016, asume una serie de proyectos de futuro, que pueden ser claves en su desarrollo.

Como ha reconocido el presidente de la Junta de Extremadura, Guillermo Fernández Vara, al referirse a la cuestión, “se puede discrepar, pero no faltar al respeto y la dignidad, no solo de las personas, sino de lo que representan”. Todo lo contrario de lo que ha demostrado el concejal de IU respecto a la alcaldesa, la corporación y la ciudad entera. Si sus opciones políticas son legítimas, no lo son, empero, los desplantes, la falta de respeto, discrepar por razones de fe política de la liturgia que encarnaba su representación y delegaciones y, por tanto, de aquella que hubiere de acompañarle en la confianza que se le otorgó por delegación y pacto.

“En la vida –ha recordado acertadamente el Presidente Vara-- no siempre hay que optar por el camino más fácil, sino seguramente por el más complicado, pero por el más digno.” Y la dignidad, la propia y la de la representación que ostenta, han conducido a la alcaldesa de Cáceres a revocarle en la primera tenencia de alcaldía y en las delegaciones que le otorgare hace dos años.

La respuesta de los débiles no reside tanto en su doctrina política, sino en las pataletas de niño con que ha tratado de adornar su cese; mientras que la fortaleza política recae en las legítimas opciones de gobierno, progresistas y de futuro con que, quienes las asumen, se afanan en sacar adelante, por encima de las zancadillas de quienes rechazan la filosofía del pacto, que no es otra cosa que mirar, por encima de las opciones políticas, lo mejor para la ciudad, discerniendo lo menos bueno de la malo, lo malo de lo peor, el interés de los más antes que el abstencionsimo que a nada conduce, sino a retrasar deliberadamente lo que los ciudadanos esperan.

Amenazar ahora, como lo ha hecho tras su cese, el “Doctor No”, es, además de un brindis al sol, un insulto a la corporación y a la ciudad de Cáceres. Afirmar, como ha dicho, que “no se va a poder dar un paso en la ciudad”, supone negar la mayor que pareciere haber defendido y, como un niño, nos amenaza ahora a todos sin recreo, porque los lobos como él, con piel de cordero quizá, anden sueltos por la ciudad y no se pueda salir ni a pasear. En su compañía, no, desde luego, porque nos ha cansado con su doctrina y con su liturgia, que Cáceres no mereciere en modo alguno.



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