De un tiempo de convicciones hemos pasado a otro de oportunismos. En la abundancia reina la convicción; en la escasez, el oportunismo. Han convivido siempre juntos la convicción y el oportunismo; pero cuando las aguas bajan turbias, abundan los pescadores a río revuelto que trocan convicción por oportunismo.
De unas “ideas religiosas, éticas o políticas fuertemente adheridas”, hemos pasado a otra de ventajistas, que aprovechan las circunstancias para obtener el mayor beneficio posible, sin tener en cuenta principios ni convicciones.
La confianza, la certeza, la certidumbre, la esperanza, la fe y la seguridad, han sido sustituidas por los arribistas, ventajistas y aprovechados. Del “no puedo obrar en contra de mis convicciones” al sintagma “es un hombre sin principios”. Abundan más hoy los oportunistas que los hombres de convicción. El oportunismo ha relegado a la convicción; la carencia de principios a la seguridad que siempre obrare en quienes hubieren certidumbre; la certeza de la convicción se transmuta por las circunstancias de tiempo y lugar. Los oportunistas no tienen en cuenta principios ni convicciones. Los convictos de ética o política miran siempre el bien común por encima del particular; los oportunistas aprovechan los cambios de ciclos para sacar tajada sin principios ni convicciones. El convicto reconoce sus yerros; el oportunista, intenta sacar tajada de los que les atribuyeren al adversario para olvidar los propios inconfesables. La convicción presupone la confesión pública, castigo y arrepentimiento de quienes obraren contra aquéllas que dicen profesar; los oportunistas no solo confiesan sus pecados, sino que miran para otro lado y se los endosan a quienes no los hubieren cometido; no asignan penitencia a los suyos, ni confiesan públicamente sus yerros, ni obraren jamás con el arrepentimiento que, debido a sus convicciones religiosas, éticas o políticas, se les supusiere.
“Cuando la política del oportunismo acaba por pisotear la política de las convicciones, al final el ridículo no tiene marcha atrás”, enfatizaba en el Congreso hace poco el diputado socialista Daniel Fernández, ante las propuestas de otros grupos, y del principal de la oposición, que pretendieren derogar una ley firmada por su propio líder cuando fuere ministro.
Sin principios ni convicciones, el oportunista no hallare barreras ni impedimentos, ni pactos que hubieren suscrito, para acorralar a quienes, obrando por el bien común y de los más débiles, no hubieren alternativas contra la ética y la esperanza políticas, sino de la de quienes abrazaren su propio “ego”, que no entiende ni de principios ni convicciones, porque los bolsillos de quienes predican la convicción como certeza, abrigan la certidumbre de sus arcas llenas. Poco les importa a los oportunistas la desgracia ajena porque, erigiéndose en presuntos defensores de ella, les surte de “argumentos” para avasallar al contrario, trocando en actores a quienes fueron víctimas de sus erráticas convicciones, y hoy son pecadores no arrepentidos ni confesos de sus propios pecados.
Qué hubieren de enseñar quienes traicionaron al pueblo por sus “convicciones”, que ni fueron éticas ni políticas; los oportunistas señoritos que vendieren su alma al diablo y condenaren al resto a un exilio infame, explotándoles, no pagándoles ni la Seguridad Social, mientras ellos se llenaban sus bolsillos a costa del sudor ajeno, y hasta sus cuotas, que le sustrajeren al erario público, olvidadizos de tamaña afrenta. Aspiran hoy los señoritos oportunistas a que los convictos y confesos del bien común por encima del particular, hagan en cuatro años lo que ellos destruyeren durante cuarenta, y cuyas semillas sembraron en dos legislaturas de poder; desean que se cumpla en la dehesa extremeña todo lo que ellos no cultivaren en sus propias parcelas: para los pobres, el secano; para los ricos, el regadío de sus millones amasados con el trabajo de los otros.
Un señorito, a quien tuve la desdicha de conocer y sufrir, hubiere por costumbre insultar a quien no comulgare con sus sagradas convicciones con el adjetivo “insolvente” (que no tiene con qué pagar), como si su insolvencia económica fuere sinónimo de la moral, de la que careciere el mismo que se la aplicare. “Sensu contrario”: en mayor abundancia la hubiere él que su agresor verbal y clasista.
De unas “ideas religiosas, éticas o políticas fuertemente adheridas”, hemos pasado a otra de ventajistas, que aprovechan las circunstancias para obtener el mayor beneficio posible, sin tener en cuenta principios ni convicciones.
La confianza, la certeza, la certidumbre, la esperanza, la fe y la seguridad, han sido sustituidas por los arribistas, ventajistas y aprovechados. Del “no puedo obrar en contra de mis convicciones” al sintagma “es un hombre sin principios”. Abundan más hoy los oportunistas que los hombres de convicción. El oportunismo ha relegado a la convicción; la carencia de principios a la seguridad que siempre obrare en quienes hubieren certidumbre; la certeza de la convicción se transmuta por las circunstancias de tiempo y lugar. Los oportunistas no tienen en cuenta principios ni convicciones. Los convictos de ética o política miran siempre el bien común por encima del particular; los oportunistas aprovechan los cambios de ciclos para sacar tajada sin principios ni convicciones. El convicto reconoce sus yerros; el oportunista, intenta sacar tajada de los que les atribuyeren al adversario para olvidar los propios inconfesables. La convicción presupone la confesión pública, castigo y arrepentimiento de quienes obraren contra aquéllas que dicen profesar; los oportunistas no solo confiesan sus pecados, sino que miran para otro lado y se los endosan a quienes no los hubieren cometido; no asignan penitencia a los suyos, ni confiesan públicamente sus yerros, ni obraren jamás con el arrepentimiento que, debido a sus convicciones religiosas, éticas o políticas, se les supusiere.
“Cuando la política del oportunismo acaba por pisotear la política de las convicciones, al final el ridículo no tiene marcha atrás”, enfatizaba en el Congreso hace poco el diputado socialista Daniel Fernández, ante las propuestas de otros grupos, y del principal de la oposición, que pretendieren derogar una ley firmada por su propio líder cuando fuere ministro.
Sin principios ni convicciones, el oportunista no hallare barreras ni impedimentos, ni pactos que hubieren suscrito, para acorralar a quienes, obrando por el bien común y de los más débiles, no hubieren alternativas contra la ética y la esperanza políticas, sino de la de quienes abrazaren su propio “ego”, que no entiende ni de principios ni convicciones, porque los bolsillos de quienes predican la convicción como certeza, abrigan la certidumbre de sus arcas llenas. Poco les importa a los oportunistas la desgracia ajena porque, erigiéndose en presuntos defensores de ella, les surte de “argumentos” para avasallar al contrario, trocando en actores a quienes fueron víctimas de sus erráticas convicciones, y hoy son pecadores no arrepentidos ni confesos de sus propios pecados.
Qué hubieren de enseñar quienes traicionaron al pueblo por sus “convicciones”, que ni fueron éticas ni políticas; los oportunistas señoritos que vendieren su alma al diablo y condenaren al resto a un exilio infame, explotándoles, no pagándoles ni la Seguridad Social, mientras ellos se llenaban sus bolsillos a costa del sudor ajeno, y hasta sus cuotas, que le sustrajeren al erario público, olvidadizos de tamaña afrenta. Aspiran hoy los señoritos oportunistas a que los convictos y confesos del bien común por encima del particular, hagan en cuatro años lo que ellos destruyeren durante cuarenta, y cuyas semillas sembraron en dos legislaturas de poder; desean que se cumpla en la dehesa extremeña todo lo que ellos no cultivaren en sus propias parcelas: para los pobres, el secano; para los ricos, el regadío de sus millones amasados con el trabajo de los otros.
Un señorito, a quien tuve la desdicha de conocer y sufrir, hubiere por costumbre insultar a quien no comulgare con sus sagradas convicciones con el adjetivo “insolvente” (que no tiene con qué pagar), como si su insolvencia económica fuere sinónimo de la moral, de la que careciere el mismo que se la aplicare. “Sensu contrario”: en mayor abundancia la hubiere él que su agresor verbal y clasista.
Los oportunistas ven el discrimen en los otros y hacen blanco de sus invectivas a quienes buscaren remedios para el mal que ellos trajeren. “Ne quid nimis: huyamos de los extremos”, escribía Azorín al recordar las gestas del general lacedemonio Lisandro, signadas en las Vidas paralelas de Plutarco: “Lo que no se puede conseguir con la piel del león, debe alcanzarse con la de la vulpeja.”; pero la derecha no parece que fuere hábil, ligera, discreta, como aquella, sino más bien oportunista, ventajista, arribista… porque, perdedora de sus convicciones, solo le resta el arribismo para responder a un revés que una mayoría sufre, menos ella; sus pecados inconfesables perdonados por el cielo, sin absolución ni penitencia alguna; pero, en la vanidad de sus acusaciones, llegará su propio purgatorio…, un día quizá, si los ciudadanos fueren más vulpejas que leones, y advirtieren quiénes están junto a ellos y quiénes huyeren de la convicción de unos frente al oportunismo de los otros.
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