jueves, 8 de septiembre de 2011

EL DÍA EN QUE EL SOL NO BRILLARE PARA TODOS

Hubiere un día festivo signado por los representantes del pueblo para festejar nuestras señas de identidad. Fuere un día de todos, pero no para todos, porque hubiere algunos que no desearen la fecha, como tampoco quieren otras cosas. Era el día del signo que más nos unía –dijeron-- y, aun siendo nuestro, es de otra iglesia cuyo jerarca no fuere nuestro pastor.

Era un día en que el Sol saliere para todos, pero no un sol que diere vida a todos, porque muchos fueren los que estuvieren no solo los lunes al Sol, sino esperando una luz que no llega, ni aun teniendo el astro rey sobre sus cabezas todos los días de la semana. Y cuando él no alumbra, la oscuridad se cierne sobre el mundo y el presente y el futuro fuere para ellos tan oscuro que nada pudieren hacer, ni siquiera rezar a su patrona que, aun siendo suya, pareciere ser de otros. ¡Cómo ver la luz sin tenerla!, ¡cómo tener esperanza sin tener fe en lo más alto ni en la tierra que a muchos alimenta y a otros les niega el sudor de su frente y el pan de cada día! ¡Qué festejar un día solo al año cuando tantos hubiere sin motivo para hacerlo!

Faltare el pan, y qué hubiere que festejar; faltare el vino en la boda y a qué brindar por la vida y compartir lo que hubiéremos… A qué rezar si nuestros ruegos no fueren escuchados. Cómo tener fe si, día a día, perdemos la esperanza; si las promesas se trocan tan negras que no hay Sol capaz de borrarlas y convertirlas en realidad dichosa, Y a él, que trabajó de sol a sol, le llegó el día en que nada hubiere y en que nadie le recordare. Se encerró en su casa, deprimido, y no pudo salir a la calle ni a los campos ni siquiera para recordarse a sí mismo el mandato bíblico: “Ganarás el pan con el sudor de tu frente”, porque nadie le diere trabajo para ganárselo y solo la caridad cristiana le ofreciere lo que otros le negaren.

Pensare en sus hijos, que nunca lograrían alcanzar la cotización precisa para la jubilación porque tampoco hallaren trabajo. Moriría el día menos pensado y no hubiere visto aquel en que el Sol alumbrare su felicidad para festejar con los suyos el día de todos, que tan solo fuere para los privilegiados… A lo lejos, oía cómo algunos niños cantaban el Himno: “Nuestras voces se alzan/ nuestros cielos se llenan de banderas/ verde, blanca y negra…”, mientras las mujeres imploraban a su patrona: “De tus vasallos oye el clamor/ himnos fervientes de su fe pura/ que al cielo elevan en tu loor…”; pero en su cielo no había banderas, ni los clamores de los vasallos fueren escuchados bajo un cielo cuyo Sol pareciere no salir por el este ningún día de la semana y quienes ahora gobernaran el oeste solo pedían sacrificios para que el Sol pudiere de nuevo alumbrar la Tierra… ¡Qué día ni qué narices para festejar si no estamos invitados a la boda ni hubiéremos recursos para pagar la invitación…! Al atardecer de ese día, cuando Sol se había escondido salía con su perrita a pasear. Solamente ella le escuchaba y entendía; su más fiel compañera en la soledad del Día de todos en que el Sol no brillare para todos…

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