martes, 4 de octubre de 2011

DE LOS NOMBRES OLVIDADOS…

Pasa el tiempo sin que lo deseemos, imparable, imperceptible, vertiginoso. El tiempo y sus figuras. Figuras que son personas, animales, con los que un día, quizá muchos, convivimos. Poco a poco, sin darnos cuenta, un día desaparecen de nuestra vista esas figuras, unos por la muerte, otros en vida. Y sus nombres, por los que reconocimos su cuerpo y alma, van desapareciendo lentamente de nuestras vidas. Como los difuntos a quienes un día acompañamos a su sepulcro; como los vivos con quienes compartimos momentos siempre inolvidables, tristes en ocasiones, ilusionados a veces.

         La memoria es tan frágil como la vida. De cuando en cuando recordamos los nombres olvidados como los nombres de nuestros difuntos y de los que aún vivieren. Todos nuestros porque, con ellos, se fue o pervive parte de nuestro espíritu, de nuestra vida misma. Y, al recordarlos, buscamos en el archivo de la memoria aquellos recuerdos que nos fueren gratos. Y apenas recordamos, por el fragor de la vida que nos envuelve, si acaso sus nombres. Intentamos asirnos a esos nombres. Buscamos un teléfono o dirección perdidos. Los hallamos; les llamamos, les escribimos. No hay respuesta. ¿Habrán fallecido? ¿Tendrán otra dirección en otro lugar distinto y distante? Buscamos su nombre en las redes sociales y aparecen sus fotos y nombres a la búsqueda de otros nombres y amistades.

El hombre y la mujer personifican hoy la soledad en un mundo de soledades. Pareciere que cuanta más multitud nos rodeare, más solos nos hallamos. Nuestros nombres olvidados solicitan relaciones virtuales para que no les olvidemos, para que les tengamos siempre presentes en la memoria. Es un darse la mano sin dársela; un recuerdo entre tanto olvido; la remembranza quizá de un pasado que no volverá si no le buscáremos entre nosotros; el beso que se perdiere en los espacios infinitos de quienes un día lo recibimos, a quienes un día se lo dimos, con el afecto que nos uniere en una afable convivencia.

A veces, los nombres olvidados acuden al rescate de nuestra flaca memoria. Y en su adviento hacia ella, emergen las figuras de otro tiempo, el tiempo que fluye también por nuestro cuerpo y nos hace irreconocibles. La figura encendida en los nombres olvidados. Tornamos a reconocernos. A veces solo por la voz, quizá por las muletillas del lenguaje que recordamos, que ni el tiempo borrare de nuestra memoria. Y los besos y las manos unidas trazan en nuestro horizonte reencontrado el cariño nunca perdido, siempre profesado, los nombres hallados en el olvido de la memoria.

La figura y su tiempo, figuras de otro tiempo, idas con el paso del tiempo. Ahora nos saludan y no reconocemos ese nombre y figura ya olvidados. Y hablamos con él como si de toda la vida le conociésemos, sin reconocerle. Y nos decimos un adiós sin saber a quién le deseamos el mejor de los deseos. Otrora, no nos quedamos con la curiosidad de conocer su nombre. “Pero, ¿quién eres?”, le interrogamos. Y nos ofrece su nombre y señales de su vida que, con la nuestra, se vinculare durante algún tiempo.

Pasa el tiempo y, de cuando en cuando, afloran a nuestra memoria los nombres olvidados como figuras en la sombra que suplican nuestras manos, nuestros besos, en el reencuentro gozoso de la sombra infinita de los nombres olvidados, de las figuras reencontradas, como si el hoy tornare al ayer pasado, mientras él acudiere, con el poeta, a proclamar su nombre:

“Quisiera decir, quisiera decir,/
 Quisiera decir tu nombre…

 …que solo tengo alegría
 cuando recuerdo tu nombre.”

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