viernes, 17 de febrero de 2012

LA GÁRGOLA DESPRENDIDA

           Pasare por ser el desagüe de un tejado con figura animal o humana; una criatura mitológica de origen medieval o europeo; un elemento decorativo de la arquitectura gótica que representa animales fantásticos…, acepciones todas de la gárgola. Un día, navegando por la red, descubro “La gárgola almada” (lagargolaalmada.blog.com.es), subtitulado como “reflexiones, gritos al vacío…; dejar caer un sentimiento cuando mi alma me lo pida y poder hacerlo…” Observo en él dos “puntos finales” publicados en El Periódico Extremadura entre 1995 y 1997: “Sicalipsis en el sequedal” y “Las edades del hombre”, reproducidos con mi nombre con fechas de 26-9-2009 y 27 del mismo mes y año. Le otorgo la autoría a Manuel Hernández Carracedo, con quien compartiere durante esos tres años afanes profesionales, momentos de humanidad, chascarrillos y risas incontenidas, además de aquella sección que ponía fin al periódico: “Punto final”; pero navegando aún más supe el nombre de su autora, María Blázquez, de Badajoz, quien el 9 de mayo de 2011 presentare en el Ateneo de aquella capital su libro “Crónicas de la gárgola almada”.

            Carracedo, compañero y amigo, viene a Cáceres a primeros de marzo de 1994, apenas dos meses antes de la muerte de Francisco Pérez de Torres, el recordado director que me lo trajo de Salamanca, donde le conociere, para compartir a mi lado tareas profesionales.

            En “La gárgola almada” leí también un post a modo de despedida: “Si esto fuera una despedida”, publicado el 21 de noviembre último. Siempre pensé que fuere él, una vez conocido su fallecimiento. No hubiere noticias suyas desde 2003 y Miguel Corral, director de “Las Arribesaldia”, diario de Salamanca, le cita como su introductor en el periodismo en la presentación del citado diario. Dice Corral: “Mi andadura en el periodismo se remonta a algo más de dos décadas, primeramente en El Adelanto de Salamanca, donde ejercí como corresponsal de la comarca de Vitigudino durante cuatro años de la mano de varios excelentes profesionales, algunos de ellos que, desgraciadamente, ya no se encuentran entre nosotros, como Manuel Hernández Carracedo…”; pero antes de ese descubrimiento, el paisano Juan hubiere compartido con él, en un café próximo a la sede del periódico, entonces en Camino Llano, recuerdos de su pueblo, La Bóveda (Zamora). De aquellas charlas de café,  Carracedo se inspira y le dedica a su paisano Juan un “Punto final” que titula “El paisano” que, aun sin citarlo, le retrata como hombre. Un día se acerca a mí y me lo enseña, enmarcado, como un buen recuerdo de su pueblo y del autor. Lo releo. Ha acertado el compañero en la descripción espiritual y humana de ese hombre, su paisano, con quien también yo, años después, comparto charlas de café. Me cuenta: “Ha muerto hace tres años; me lo ha dicho otro paisano, Eugenio, el de los muebles.” No doy crédito a la noticia. Pregunto, envío correos, indago, navego tras su huella por la red. Apenas encuentro su nombre dos veces y el que yo creía su blog, correspondía a María Blázquez, la sensible mujer que viere en mis “puntos finales” un trasunto de la sensibilidad literaria perdida, nunca la suya, de la gárgola de su alma que desprendiere fuego espiritual, además de agua.

            Carracedo fue también una gárgola ya desprendida por tantos trabajos, afanes y escritos. En “La Opinión de Zamora”, donde concluyere su trayectoria profesional, leo en su ejemplar del 1 de diciembre de 2006: “Emotivo adiós al compañero Manuel Carracedo en La Bóveda”. Carracedo, el compañero y amigo (La Bóveda, Zamora, 1955- Valencia, 2006) había fallecido a los 51 años, el 28 de noviembre de este último año, no tres años, Juan, sino cinco.

            Manuel Hernández Carracedo trabajó en La Prensa de Zamora, Ditande, S. L, de Soria; El Correo de Burgos, Ayuntamiento de Salamanca, El Periódico Extremadura (1994-1997), Diario de Jerez, El Adelanto de Salamanca, y fuere redactor jefe en S. L. de Valencia, para terminar en “La Opinión” de Zamora, el periódico de la tierra amada, a cuya bóveda terráquea fuere a parar la gárgola desprendida de la catedral castellana. ¡Tantas ya, María, como para que la tuya nunca se desprenda de la cornisa de tu catedral del espíritu…!



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