miércoles, 4 de abril de 2012

EL BUEN LADRÓN

     
     Ha sido crucificado a la derecha del Señor. Se llama Dimas. Galileo de origen; posadero de profesión; atraca a los ricos y favorece a los pobres; sepulta a los muertos; roba los libros de la ley en la ciudad santa; deja desnuda a la hija de Caifás, sumo sacerdote; roba en el templo el depósito secreto de Salomón.  (Protoevangelio de José de Arimatea). A la izquierda del rey de los judíos está crucificado el mal ladrón. Gestas por nombre, quien se atreve a decirle al Redentor: “¿No eres Tú el Mesías. Sálvate a Ti y a nosotros.” Dimas le reprendió: “Y tú que sufres la misma pena, ¿no respetas a Dios? Lo nuestro es justo, pues recibimos la paga de nuestros delitos; este, en cambio, no ha cometido ningún crimen.” Y le pidió a Jesús: “Cuando llegues a tu reino, acuérdate de mí.” Y el Crucificado, que miraba hacia él según la tradición de las representaciones pictóricas de la crucifixión, le respondió: “Te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso.” (Lc. 23-43).

                   Aún no canonizado por la Iglesia, se le considera el primero reconocido como santo por Jesús. El Catálogo oficial de santos lo tiene inscrito, aun sin citar su nombre, el 25 de marzo, tras la festividad de la Anunciación, aunque en otros calendarios figura el 10 de abril.

                   Nicodemo relata la llegada del Buen Ladrón al Paraíso: “¿Quién eres? Tu aspecto es el de un ladrón. ¿De dónde vienes que llevas el signo de la Cruz sobre tus espaldas? Y él, respondiéndoles, les dijo: Con verdad habláis, porque yo he sido un ladrón y he cometido crímenes en la tierra. Y los judíos me crucificaron con Jesús, y vi las maravillas  que se realizaron con la cruz de mi compañero, y creí que es el Creador de todas las criaturas, y el rey todopoderoso, y le rogué exclamando: Señor, acuérdate de mí cuando estés en tu reino. (Evangelio de Nicodemo, XXVII).

                   El Buen Ladrón conoció el Paraíso que le anunció el Señor porque confesó sus pecados y se arrepintió de ellos. Los malos ladrones ni confiesan sus pecados ni se arrepienten, ni los recuerdan, o echan a otros las culpas de los propios.

                   Abundan en la Tierra hoy más los malos ladrones que los buenos. Todos hemos robado alguna vez. “El que este libre de pecado, que arroje la primera piedra.” (Jn, 8, 8). Hay una diferencia, empero, sustancial entre los buenos ladrones y los malos. Los buenos roban a los ricos para hacer bien a los que nada tienen; reconocen su mal y se arrepienten. Los malos roban a los pobres para enriquecerse aún más; no pagan tributos a su Cesar; esconden sus dineros en paraísos fiscales; nada saben y de nada se arrepienten. Y no hubieren de pedir perdón al Señor de los cielos, porque su Paraíso no está arriba, sino aquí abajo. Como su Reino, que no fuere de este mundo. Y los señores de la Tierra les perdonan sus deudas aun sin confesar ni arrepentirse de sus pecados. Su Paraíso no es aquel que el Señor prometió al Buen Ladrón.

                   Los malos ladrones se ven privados de libertad y de sus dineros por sus yerros y no verán jamás paraíso alguno en la Tierra ni en el cielo. Los “buenos”, en cambio, lo tienen ya en la tierra y aspiran a tenerlo en el cielo. Y a quienes nada robaren, les amenaza y les vigila el fisco, porque es más fácil sacarle el dinero a los que menos tienen que a quienes ocultan sus riquezas en la tierra. Y aun, dejando sus paraísos, se llevan consigo sus buenas cosechas de indemnizaciones y pensiones que niegan a los necesitados. Y a sus leales, les sitúan a la derecha de los señores de la Tierra para que no les abandonen y les alcance un día la gloria del Paraíso en la Tierra. Los buenos ladrones, nada tendrán en la Tierra, pero un día alcanzarán el Paraíso.



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