domingo, 15 de abril de 2012

"MI QUERIDA SEÑORITA"

           
            El gran actor José Luis López Vázquez interpretó en 1971 una película polémica, que su director, Jaime de Armiñán, supo hacer sutil para no alarmar a la censura de la época. Nominada al oscar como mejor película extranjera, su principal intérprete fue reconocido con muchos premios por su doble interpretación como Adela y Juan.

            Adela es una solterona de mediana edad resignada a que por su físico nadie la quiera. No es una mujer normal porque se afeita. Un día, un antiguo amigo, viudo, le pide matrimonio. Un médico le descubre su sexo: es un hombre, hecho que desconociere, porque desde pequeña fue educada como mujer. Se marcha a Madrid a vivir como hombre. Viste como tal. Ya es Juan. En la capital se relaciona con su antigua sirvienta, Isabelita, y con una antigua compañera de pensión, Feli, Juan le confiesa un día que tiene un importante secreto, que algún día le revelará, y ella le sorprende llamándole señorita, “Mi querida señorita”.

            Lo que, a primera vista, resultare un problema de identidad de género, no resuelto del todo en la sociedad de la época, y aun hoy, es extrapolable al mundo de la lengua, en el que mezclamos churras con merinas gracias a nuestra proverbial sabiduría de machos. El hombre, primero, y la mujer después, continúan asumiendo con naturalidad un machismo de género, reverdecido a raíz de un reciente estudio académico, en el que la mujer, por herencia cultural, queda muchas veces relegada a una situación de pertenencia o posesión respecto al hombre, que tuviere que ver con el sexo, pero en esta ocasión con el lenguaje sexista y no con el de la identidad de género.

            Aún hoy se sigue utilizando con profusión los términos señora o señorita para referirse a la mujer casada o soltera, respectivamente, que refleja el mayor prestigio social de la primera; sin embargo, para el varón utilizamos señor, con independencia de su estado civil.

            En una entidad de ahorros se impuso hace unos años la sana costumbre de identificar a quienes estuvieren detrás de la mesa para que el cliente pudiere reconocerles por su apellido y dirigirse a ellas/os como tales. Y así, figuran: “Sra. Bravo” o “Srta. Ordóñez”; pero siempre “Sr. Fernández” si fuere varón. La “Srta. Ordóñez” me trata a mí como “señor” o “caballero”, y le pregunto por qué ella es señorita y su compañera de al lado, señora. Y le respondo yo mismo: “Porque usted está soltera y ella, casada, ¿no? ¿Y qué tiene que ver el estado civil con el tratamiento debido a las personas, sea cual fuere su género? No supo responderme.

            La cultura tradicional ha otorgado al hombre una personalidad, al contrario que a la mujer, que la adquiere por su relación con él, y si no queremos incurrir en sexismo,  debemos definir a las personas en términos de su relaciones con otras. Todas son señoras, sean solteras o casadas, jóvenes o maduras. Es frecuente oír en un bar. “Señorita, una caña”, sin ni siquiera pedirla ´por favor’. Me dirigí a la “señorita” y le previne: “Cuando se la sirva, dígale usted: aquí tiene su caña, señorito, a ver qué tal le sienta.” Así lo hizo, y el señor en cuestión se sintió ofendido: “Oiga, señorita: un respeto por favor.”

            En el DNI del franquismo, el sexo de los varones se definía con una “V”, mientras que el de las mujeres con una “H”. De aquellos barros vienen estos lodos. Aún hoy es frecuente oír cómo las mujeres son tratadas como hembras, como si fueran vacas de cría. “Yo tengo dos varones y dos hembras”, dicen los hombres incultos; pero nunca dirán: “Tengo dos machos y dos hembras”, solo aplicable al género animal irracional. Más aún: un esposo se da importancia al presentar a su esposa como “señora”, tratamiento que en ningún caso indica la relación civil entre ambos; pero una mujer nunca presentará a su esposo diciendo: “Aquí mi señor”. Ni la mujer es correlativo de esposa ni el hombre de señor. Nada digamos del sentido de posesión o pertenencia cuando oírnos decir sin rubor: “Señora de…”, destacando el papel secundario de la mujer. La mujer no es su señora como usted no es su señor. Ni señorita, ni señora, ni esposa de. Con razón, Cecilia cantaba en “Dama, dama”: “Dama, dama,  de alta cuna/, de baja cama, señora de su señor…/mujer por un vividor…” ‘Mi querida señorita´ que un día cantaste: “Mi querida España/esta España mía/esta España nuestra./ ¿Quién pasó tu hambre?/ ¿Quién bebió tu sangre/ cuando estabas seca?...” Las señoritas, quizá; nunca los señoritos del campo y de la política, que poblaren los consejos de administración para seguir llamándoos “señoritas”.
  

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