No solo un ex presidente como Aznar sufre en silencio
“observando la situación de España”: son muchos más, infinitamente más, los que
sufren y no se quejan; quienes esperan la liberación del yugo que les oprime;
los que lloran en silencio la impotencia de quienes nada pueden hacer frente a
las fuerzas todopoderosas que lo hicieren por ellos para mal, casi nunca para
bien. Han perdido casi todos sus derechos de ciudadanos y no se quejan, ni
recurren a los poderes que antes les escucharen, porque nada pueden hacer.
Cuando casi todo se ha perdido, no quedan culpables a los que señalar, porque
nadie asume las culpas propias, sino los yerros ajenos. A fin de cuentas, qué
liberación tan inútil cargar sobre otros la situación de desamparo, de
desesperanza, que invade a una gran parte de la sociedad en vísperas que
hubieren de ser de ilusión.
Las
próximas luces de Navidad no podrán encender jamás las que, día a día, se van
apagando en el pueblo y la ciudad: una esperanza menos, una ilusión perdida,
una desesperanza más, un silencio que clama al cielo sin decir palabra, cuando
pareciere que hasta el cielo les ha abandonado: bancos de alimentos, rastrillos
y cocidos benéficos, migas solidarias…, la caridad surge por doquier para atenuar
el silencio que suplanta derechos por migajas. Las puertas se cierran en lugar
de abrirse; los jóvenes emigran en busca de un futuro que aquí no hubieren y
alguien llama a eso “buscarse la aventura”. Las manifestaciones en la calle que
claman justicia, no parece que nadie las oyere ni caso que les hicieren, como
si no fueren con ellos ni contra ellos. La libertad de expresión se troca en un
lamento perdido de la desesperanza.
Pasan los
días y las estaciones, sin que, por encima de lo que ofrecieren, no llegaren
jamás los trenes perdidos, sino las hojas caducas de los árboles que, por
primavera, mudarán su vestido; pero se sigue sufriendo en silencio, se llora en
silencio, cuando todas las ciudades y pueblos debieren ser un clamor contra la
injusticia opresora. Cuando los políticos se convierten en un problema, más que
en una solución, la nación va a la deriva, sin que a ellos pareciere
importarles lo más mínimo el hiriente silencio de quienes sufren por sus
trabajos y pequeños negocios marchitos; por el presente y futuro de sus hijos,
perdida toda esperanza, al traspasar la puerta del infierno de Dante: perded
toda esperanza los que aquí entráis… Mientras el silencio reinante es también
un clamor desaprobatorio, ellos maquinan y hacen sus cuentas de la lechera para
seguir viviendo a cuerpo de rey cuando les llegue la hora, aunque alguien que
lo fuere todo en el pasado, como Felipe González, les recordare ayer que han
perdido la mayoría y es preciso recuperarla “con espíritu de consenso y
capacidad de diálogo”. Lección de más para quienes ni dialogan ni pactan más
que para su propio provecho y sus listas cerradas para situarse ellos y a los
suyos. Los que mandan, seguirán mandando, aunque sus políticas mermen sus
resultados; los que perdieron, continúan cayendo en picado. No basta sumar la
intención de voto más la simpatía, porque todos ya la han perdido, menos ellos
en la noche electoral. Otra cita llegará en la que el silencio de los justos
prevalecerá sobre el de los injustos, a quienes el pueblo delegare un día su
poder; el poder de los que se sirven de él para sí mismos, y no para servir a
los demás; la traición al pueblo a sabiendas, prevaricadora de la soberanía del
poder.
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