Hay una inocencia de la
infancia, como la falta de culpa de los niños sacrificados por Herodes; otra
inocencia como ausencia de culpabilidad, demostrada por el abogado; una
inocencia traducible como la simplicidad o falta de malicia, astucia o doblez
al actuar, o la pervivencia de la inocencia del niño. Inocencia es la
sencillez, la falta de malicia, la ausencia de culpa en un delito o mala
acción, la falta de malas intenciones. Inocencia es la candidez, el candor, la
pureza, la virginidad, la sencillez, la simplicidad. Sus antónimos los encarnan
la maldad, la picardía, la malicia, la culpa.
La inocencia de la infancia es santa por pura; pero la
inocencia no tiene edad. Hay una inocencia obligada por la edad y otra que
deviene de un estado del alma. La inocencia ni se halla en la sabiduría ni se
encuentra en la madurez. Herodes buscó culpables y halló inocentes. Los Herodes
de hoy son también el asesino de la niña de Almería, hallada muerta en una
balsa, a manos de quien, buscando vida con su madre, dio muerte a la vida
creciente, inocente; los que, buscando culpables, solo hallan inocentes en
lugar de los malvados. Los inocentes pasan por ser culpables; los culpables
perviven como inocentes. “Son inocentes, aun en su malicia”, decía Nietzsche de
estos. La maldad humana convierte en culpables a los inocentes. “¿Cuál es
nuestra inocencia? ¿Cuál es nuestra culpa? Todos estamos desnudos, nadie está a
salvo”, afirmaba Marianne Moore.
La inocencia es la desnudez del alma; la culpabilidad
desviste el cuerpo y el alma carentes de inocencia. No son inocentes quienes
pecaron de inocencia por su ignorancia. Más culpables son quienes asesinan la
inocencia de los justos, y conducen a los inocentes a clamar en las calles por
su inocencia, no perdida, ni hallada aún por la Justicia: la inocencia engañada
por la maldad humana. Más inteligentes muchas veces que el hombre, “los
animales son la encarnación de la inocencia”, apuntaba Henri Barbussel, como
los niños. Encarna la inocencia la figura de una joven, coronada de flores, que
se lava las manos en una jofaina, teniendo a su lado a un cordero blanco.
Pilatos se lavó también las manos y condenó a un inocente sin juicio justo.
No es inocente el que no sabe, porque carece de maldad,
mientras el que más sabe, hace el mal, porque “la inocencia no tiene nada que
temer”, recuerda Jean Baptiste Racine. Otros
muchos inocentes creyeron en palabras que se llevó el viento y se vieron en la
indigencia; a otros, su candidez les llevó a perder los ahorros de su trabajo.
Y los culpables, que no hallare la Justicia, se van de rositas, mientras los
inocentes sufren su malicia, como si fueren locos en su inocencia, porque “la
locura es una especie de inocencia”, según Graham Greene, cuando los malvados
pasan por ser inocentes y los inocentes terminan siendo inculpados. ¡Bendita
inocencia la de aquellos que, aun siéndolos, son incriminados como culpables….!
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