En su primer discurso
como rey en la entrega de los Premios Príncipe de Asturias, Felipe VI de España
ha incidido en sus dos grandes preocupaciones: el desafío soberanista catalán y
el desencanto ciudadano ante el goteo continuo de casos de corrupción en
prácticamente todas las instituciones y partidos, que provoca no solo el
desencanto ciudadano, sino la desafección a la política y a quienes encarnan su
ejercicio delegado de la soberanía nacional, que tantos parecen olvidar.
La corrupción política, entendida como el abuso del poder
mediante la función pública para beneficio personal, deviene en un triste
desencanto ciudadano, que ve cómo ni las instituciones ni la Justicia son capaces
de restaurar lo que el Rey llama "el impulso moral colectivo con el que se
puede y se debe hacer de España una nación ilusionada". A falta de vidas
ejemplares, "referencias morales a las que admirar y respetar, principios
éticos que reconocer y observar, valores cívicos que preservar y
fomentar", Felipe VI apela a una
"conciencia social más crítica y
exigente hacia las instituciones".
La corrupción solo engendra "desencanto, pesimismo y
desconfianza" y quizás aún, más corrupción, que estalla por simpatía como
consecuencia de la explosión de otro artefacto, que tiene lo suficientemente
cerca como para que se vea afectado y explote a la vez. No es de recibo, como
recordara ya el pasado año en el mismo escenario, que "cuando los hombres
y mujeres de España han hecho frente con coraje a la adversidad y han mostrado
una capacidad de sacrificio fuera de toda duda..., los que hacen de España una
gran nación que vale la pena vivir y querer y por la que merece la pena
luchar", la clase política acentúe cada día más, con su peor ejemplo, el
desencanto, el pesimismo y la desconfianza".
Al referirse al peligro secesionista, el Rey se ha
dirigido, sin nombrarlos, a quienes pretenden separarse de España, y lo ha
hecho apelando a la Constitución y a nuestra democracia, "que no es fruto
de la improvisación, sino de la voluntad decidida del pueblo español de
constituir España en un Estado social y democrático de derecho, inspirado en
los principios de libertad e igualdad, justicia y pluralismo, y en el que
todos, ciudadanos e instituciones, estamos sometidos por igual al mandato de la
ley". El respeto a ese marco es, para el Rey, la garantía de una
convivencia en libertad, del ejercicio de los derechos de todos y del ordenado
funcionamiento de nuestra vida colectiva.
No es casualidad que, tanto por su ascendencia española
como por su formación, el hispanista francés Joseph Pérez, hijo adoptivo de la
localidad valenciana de Bocairente --lugar de nacimiento de sus padres y sus
hermanos--, catedrático de Civilización española e hispanoamericana y
presidente honorario de la Universidad de Burdeos III, especialista en la
formación del Estado moderno español, entroncara su discurso de aceptación del
premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales 2014 recordando a uno de los
"genios más excelsos del Siglo de Oro hispánico", fray Luis de León,
y su teoría sobre la paz entre los hombres y naciones en su obra "De los
nombres de Cristo". Para fray Luis, la paz excluye toda resignación ante
la injusticia y supone, al contrario, una lucha de todos los instantes para
desarraigar las causas de conflicto. "Luchar por la justicia, por la
verdad y por la libertad, es procurar restablecer el orden, un orden violentado
y fautor de discordia." Así, fray Luis se anticipaba, en palabras del
profesor Joseph Pérez, "al Kant del proyecto de paz perpetua: la paz
descansa en el derecho; en la aceptación por parte del individuo y de las
naciones, de un orden jurídico libremente aceptado", palabras con las que
quiso recordar lo que la civilización occidental debe a España.
"Queremos una España alejada de
la división y de la discordia", manifestó el Rey en su discurso, sumándose
a la teoría de san Agustín recogida por el fraile agustino: la paz es la
quietud que procede del orden, que consta de dos elementos: el orden y el
sosiego, que recordare el premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales.
Como Felipe VI, quien apeló en su discurso a "favorecer nuestra vida en
común" y a "no repetir errores del pasado". Como las heridas de
la corrupción o el soberanismo no duelen en caliente: estallan más tarde como
una bomba de relojería, cuyos efectos serían impredecibles de prever.
Que no tengamos que repetir, como fray
Luis, tras cinco años en las mazmorras de la Inquisición de Valladolid, de
vuelta a su cátedra de Salamanca: "Dicebamus hesterna die..." (Decíamos
ayer...), recordando quizá la paz y el sosiego tan deseados por él:
"Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al
cielo,
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanzas, de
recelo."
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