El 1 de noviembre de
1859, el escritor y viajero inglés por España, reverendo Richard Roberts[1],
visita Plasencia, procedente del Valle del Jerte, "población --señala-- de
seis mil habitantes y una exquisita posición en el abarrotado Valle". A la
capital del Jerte le dedica el capítulo XXIII de su obra An autumn tour in Spain in the year 1859 (Una gira de otoño en España en el año 1859)[2], que
Jesús A. Martín Calvarro recoge en
su libro sobre los viajeros ingleses por Extremadura[3].
Roberts
comienza lamentándose de que, "en una ciudad tan importante, el centro de
una región muy extensa", no haya tiendas de alimentos que puedan saciar su
hambre, "como si el color (abundante en tiendas, de mantas y pañuelos)
pudiese alimentar el voraz apetito que habíamos adquirido en los yermos
extremeños". Recuerda que, según la tradición, una vez al año, "en
junio, en la festividad de san Juan Bautista, se mata un buey..., pero faltaban
casi ocho meses antes de que la próxima víctima pudiese estar disponible".
No obstante, él y su séquito habían encontrado una posada por debajo de la
catedral "donde podríamos descansar tanto como pudiésemos durante un par
de noches". Salió de compras con su acompañante Purkis con escaso éxito, deambulando como "pordioseros de casa
en casa", hasta que fueron informados que el vecino Rodríguez había matado "un hermoso cerdo". Bajaron a la
bodega en compañía de su robusta esposa y "compramos una buena cantidad de
costilla y volvimos en triunfo a la posada, habiendo adquirido previamente
varias botellas de manzanilla que el señor Sykes
y yo consideramos como una bendición, aunque lord Portalington juró que aquello no era mejor que cualquier
potingue".
En contraste con la desventajas alimenticias que halla en
Plasencia, subraya Roberts que
"pocas ciudades pueden vanagloriarse de una situación de tan excepcional
belleza que satisfaga más que de sobra las expectativas provocadas por la
pretendida derivación de su
nombre". Recuerda a Ford
(Londres, 1796-1858), viajero e hispanista inglés, quien subrayaba que
"Plasencia, vista desde el exterior, es en verdad de lo más placentero; aquí el río, la roca y la
montaña --la ciudad, el castillo y el acueducto--, bajo un cielo del más puro
ultramarino, se combinan para encantar al artista". "La más
majestuosa de las ciudades debería en verdad estar orgullosa de tal
lugar", añade el reverendo.
No olvida el viajero referirse al río Jerte, "claro
como el cristal", que "fluye alrededor de tres lados, reflejando en
su ancho pecho la parte oeste de la pintoresca y vieja muralla romana, con sus
sólidas torres semicirculares y luego, a través de un rugoso cinturón de rocas
que recuerda algunos exquisitos paisajes de ríos en el norte de Gales, continúa
hacia adelante por campos lozanos y pastos frescos. Valle arriba se levanta una
cadena de montañas con los picos nevados, mientras que las colinas del sudeste
están cubiertas con olivares, viñedos y huertos en un contraste agradable con
las rocas grises y el suelo desnudo que limita el panorama al oeste". El
día "era precioso". El viajero y sus acompañantes dan un paseo por el
puente de Trujillo. "Nos sentamos en una orilla con olor a tomillo, justo
por encima del río, mientras sus aguas, cayendo por encima de una sucesión de
pesqueras, llenaba el oído con un sonido sedante, soñoliento, absolutamente
delicioso para unos viajeros como nosotros felices con un día de descanso.
Algunos han comparado Plasencia con Toledo, ambas ciudades situadas en una
plataforma rocosa y envueltas por tres lados por el río. Pero aquí cesa toda
comparación. El Tajo en Toledo fluye en una corriente turbia, roja como el
polvo del ladrillo..., mientras que el Jerte es pureza en sí mismo, a medida
que se desliza entre los sonrientes prados de Plasencia".
No le pasa inadvertida al reverendo Roberts que era la festividad de Todos los Santos. Se celebraba una
gran función en la catedral, iniciada con una larga procesión encabezada por el
obispo con un largo séquito de eclesiásticos y estudiantes de colegios
cercanos, llevando cruces, cirios y estandartes. "Pasan solemnemente a
través del pasillo y el claustro cantando algunos de los cantos gregorianos más
dulces que jamás he oído". Después, durante el día, visitan la catedral
más cuidadosamente. "Su solidez y el granito -apunta el viajero-- con el
que está construida le transmiten una solemne majestuosidad que resulta muy
impresionante".
Los viajeros ingleses, presididos por Roberts, visitan los restos romanos de
la ciudad y cerca del acueducto, de cincuenta y cuatro arcos, se encuentran con
un grupo de pastores comiendo su almuerzo. Continuamente nos encontramos con
grupos similares en su camino desde las montañas del norte, donde pasan el
verano, hasta los pastos de invierno de Extremadura... Era una sorprendente
estampa de vida pastoril ver a las pobres ovejas cansadas por el camino y a las
descaradas cabras, con los enormes perros guardianes y los toscos pastores
vestidos con pieles de ovejas, todos juntos al cálido sol bajo los arcos del viejo
acueducto castigados por los elementos."
El 2 de noviembre, antes de las diez de la mañana,
cruzaban los ingleses el puente de Trujillo
"diciendo adiós a la hermosa Plasencia y a su delicioso río que
parecía más atractivo que nunca brillando al sol de la mañana..." (Vid.
cap. XXIV).
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Notas:
[1]
Richard Roberts
(1814-1885), vicario de Milton Abas (Dorset, Inglaterra), recorre España de
norte a sur desde octubre a diciembre de 1859 para dar a la imprenta su libro Au automne tour in Spain the year 1859
(1860), según anota José Ruiz Mas en
su libro Guardias civiles, bandoleros,
gitanos, guerrilleros, contrabandistas, carabineros y turistas en la literatura
inglesa (1844-1994), pág. 62, obra en la que alaba a Narváez como creador del Cuerpo, al
afirmar que "mayor beneficio no podría habérsele concedido a España durante
el presente siglo".
[2] Vid.: Roberts, Richard: Au automne tour in Spain the year 1859 (Una gira de
otoño en España en el año 1859), Sanders, Otley and Co., Londres, 1860.
[3]
Vid.: Viajeros ingleses por Extremadura (1760-1910),
vol. II, Diputación de Badajoz, Badajoz, 2004, edición de Jesús A. Martín
Calvarro, págs. 109 y ss.
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