lunes, 30 de octubre de 2017

CABEZABELLOSA, CON LOS VALLES A SUS PIES...


           En las noches de verano, cuando salíamos por la Puerta de la Villa y descansábamos tras las murallas para ver llegar algún coche por la Corredera, donde hoy se reproducen los linces, siempre nos fijábamos en la única luz eléctrica que veíamos desde Granadilla: la luz de Cabezabellosa, en las montañas de la Trasierra. Nunca olvidaría aquella luz que jamás tuvimos, pero que alumbraba el deseo de acercarnos a ella algún día. Aparte de la luna y las estrellas, --y la plaza, iluminada por el petromax del café-bar "Angelito"--, tan solo aquella luz nos atraía, por nunca vista, y la estrella en movimiento, que no fuere otra que la del Spunitk soviético que rotare la Tierra, según nos instruía nuestro maestro de Primaria, Segundo Sánchez Domínguez (Granadilla, 1919; Salamanca, 1999).
            Hubiere durante años tantas ganas de acercarme al pueblo para ver el mío desde aquel, solo de día, que pareciere un sueño inalcanzable. Mozo ya, descubrí a un colega de Cabezabellosa; años después, supe por mi padre que hubiere un ahijado en la localidad, a quien le impuso su nombre --Sebastián; de apellidos,  Iglesias Santibáñez-- y a cuya boda asistimos en Plasencia. Allí ejerciere por vez primera su profesión de médico el último titular de Granadilla, su pueblo natal: Daniel García Jiménez (Granadilla, 1892-1957), interino en aquella localidad entre 1921 y 1923. Solo la mirada nos separaba de los pueblos de la Trasierra, a los que acudíamos en caballerías. En ocasiones, nos acercábamos a llevar o recoger mercancías a la estación de tren más cercana, en Casas del Monte, hoy ya desaparecida por la amortización de la vía férrea. O cuando mi padrino, Celedonio Hernández, "el Molinero", me hacía acompañarle a Segura de Toro para hacer algún negocio a lomos de nuestro "Platero". Entonces, cuando el cabrero Gregorio Montero, que llegó a ser doctor ingeniero de Montes, cuidaba su rebaño y dormía en un chozo de la montaña, por quien su pueblo llegó a ser más que un pueblo belloso, aunque Extremadura le ignore. Muchos años después se constituiría una Mancomunidad, formada por quince municipios, con el nombre de Trasierra-Tierras de Granadilla.
            Cabezabellosa era a Granadilla como Piornal al cielo de Extremadura, que casi alcanza. La carretera serpenteaba entre curvas inacabables, sinuosas, infinitas... Por fin, un día vacacional llegué hasta ella en mi vehículo. Apenas pude aparcar junto al primer bar. No podía distraerme. Si en la subida no hubiere el mando del paisaje, menos aún en la bajada. Apenas en el ascenso, sobre un canchal, un rótulo pintado a mano intitula un lema turístico para el pueblo: Cabezabellosa, con los valles a sus pies... En verano, con la luz toda; en otoño, el Otoño Mágico del Valle del Ambroz, primus inter pares... Pocas estampas tan gratas a la vista como esta otoñal de la arboleda, cuyas hojas se ven transformadas de color: del verde al pardo, de este al amarillo, anaranjados, verdes, violáceos..., un espectáculo para la vista desde la atalaya de los valles, una lluvia de hojas caducas con que la naturaleza tira su ropa vieja a la espera del estreno de la primavera, el río invisible... En invierno, la sierra parecía arder por las columnas de humo que produjeren las labores del carboneo...       
            Cabezabellosa era la única luz eléctrica que veíamos desde Granadilla. Desde una terraza próxima al pueblo, adivinamos hoy la villa perdida, rodeada por las aguas del embalse de Gabriel y Galán, los valles a nuestros pies, la vista hasta la Sierra de Francia... Bajo su abrigo en la montaña, cuatro mujeres gobiernan los destinos de su pueblo, bajo el mando de María Ángeles Talaván. Desde el atardecer, la vista se recrea viendo las luces de los valles; los cuerpos descansan al relente en las terrazas de segundas residencias o casas rurales, oteando los pueblos queridos, cercanos, con el apellido del que antes fuere su señorío: Zarza de Granadilla; La Granja, antes Granja de Granada, después Granja de Granadilla... Solo faltan los pitidos del tren que se fue para no volver..., y que atravesare durante años la falda de la Trasierra, paralelo a la N-630 y a la calzada romana Vía de la Plata, con parada en Cáparra, cuyo arco es símbolo de la Mancomunidad junto al castillo que le da nombre.
 

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