martes, 15 de mayo de 2018

INHIBICIÓN DE LA PALABRA


           Somos unos inhibidos. Estamos rodeados de restricciones, impedimentos y prohibiciones para actuar tal cual somos. Nos inhibimos no tanto por la ley como por la formación, la falta de confianza o la sinceridad. La inhibición es un impedimento, un estorbo, una prohibición, ante la que muchos se rebelan: prohibido prohibir... Hay dos inhibiciones en el Derecho: la del juez que se inhibe de una causa por no ser de su competencia; y la inhibición general de los bienes de un individuo o compañía, recurso del que hace uso quien cree tener derecho de acreedor sobre la persona o empresa, porque la misma hubiera incumplido un pago o relación contractual. Si la inhibición resultare efectiva por vía legal, el inhibido no podrá disponer de los bienes restringidos, inhibidos. Nos inhiben el dolor por la medicación. Nos inhibimos de expresarnos libremente ante oídos no preparados para escuchar. A cada momento, nos reprimimos en el ejercicio de facultades o hábitos. Nos declaramos incompetentes por inhibidos. No declaramos nuestros deseos por una inhibición de dudosa respuesta. Solo si nos preguntan, y respondemos por nuestra conciencia y honor, podemos evadirnos de la capacidad inhibitoria de la palabra que emana de la voluntad del ser.
            El temor al castigo nos inhibe de un acto o deseo; pero cuando no concurre esta realidad, hay otras inhibiciones en las que sumergirnos ante el temor de no vernos complacidos. No declaramos un amor a tiempo, y ese amor se evapora; nunca más volverá... No vemos a alguien a quien deseamos, pasa el tiempo y la inhibición de la palabra frustra el deseo anhelado. La inhibición viene, sí, del sujeto que la encarna; pero está sujeta siempre a otras conductas o hábitos, sean leyes, o deseos personales. Negamos la realidad y nos inhibimos de la responsabilidad. Nos pasamos de un grupo a otro para seguir montados en el tren y nos inhibimos de la ética que debiere ilustrarnos para pasarnos a la vía de la evasión, que no será nunca la inhibición de la palabra que nos cierra el alma. La libertad no inhibe el deseo; lo inhibe quizá la respuesta a ese deseo.

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