El término nini (ni estudia ni trabaja) surge en
los oscuros años de la crisis para designar a la población juvenil obligada a
abandonar la escuela a una edad más temprana de lo habitual, lo que le impide
el acceso a un empleo. Antiguamente, casi todos los niños eran ninis.
Terminaban la primaria y trabajaban con sus padres en el campo, mientras que
las niñas ayudaban en casa. Eran los roles establecidos por la sociedad
patriarcal. A partir de los 70, no puede decirse que hubiere ninis. El que no
estudiaba era porque no quería. Hoy se aplica también a los jóvenes que,
habiendo terminado sus estudios, no encuentran trabajo. La crisis económica,
empero, trastoca el futuro de la generación más preparada de la historia. La
subida de las tasas universitarias para los hijos de la clase media y baja; los
problemas sociales; las dificultades para acceder al empleo; y la aceptación
del nuevo statu quo, conduce a esta
generación a una situación de marginación, discriminación y exclusión social,
en el que su empeño por lograr un empleo choca con el silencio y con una
carrera de obstáculos, cuya bolsa engorda cada día más con los miles de
titulados con los que han de lidiar para lograr un puesto en la sociedad. Así,
los ninis se resignan ante una realidad que les supera y optan por no estudiar
ni trabajar. En 2012, España era uno de los países occidentales con más ninis
entre los 18 y 24 años, unos 800.000, según Eurostat.
Los sisis (jóvenes que estudian y trabajan) representan en 2015 más del doble que los ninis, según la agencia Efe. Los ninis están dejando paso a paso a los sisis. Hoy, uno de cada cuatro jóvenes menores de 30 años trabaja y estudia a la vez (más de 567.400 jóvenes), según el portal de empleo Ranstad, que cifraba en 2017 en más de dos millones de empleados los que también estaban formándose. Otra cuestión son los techos de cristal que sufren las mujeres en edad fértil o los varones mayores de 45 para acceder al mercado de trabajo. Entre ninis y sisis, sin serlos.
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