La gente esperaba el encendido
navideño, como sin las luces en la calle la Navidad no llegare nunca. Hogares,
bares y comercios han puesto ya sus belenes y árboles. Parroquias,
instituciones y otros edificios públicos parecieren competir con sus belenes, simbiosis de lo tradicional y lo
moderno. No se pasan de la raya quienes gustan de la Navidad al modo clásico;
sí lo hacen quienes, trascendiendo la modernidad y el origen cristiano de la
Navidad, pretenden ofrecer un collage
que para nada semeja el espíritu del adviento esperado. Antes, la Navidad se
pregonaba; se anunciaba, a principios de mes, con cohetería, como la feria y
otras celebraciones. Mientras unos pugnan con tener la mejor de las luminarias,
otros repiten y van reduciendo el espacio de aquellas. No están los tiempos
para tirar la casa por la ventana.
En los hogares, se desempolvan los belenes y los árboles,
y los niños se afanan por situarlos a la entrada o en el salón. No hay ya
elección: antes fuere solo el belén, o el nacimiento; ahora también el árbol,
coronado por la estrella de Belén, que anunciará a todos dónde está el Niño que
esperan. En los pueblos, quizás haya uno solo; pero no hay luces en las calles.
"Los que deseen ver luces en las calles, que vayan a Vigo, Madrid o a la
calle Larios de Málaga...", decía un alcalde, porque "no está el
horno para bollos..." Con las luces encendidas, multiplicadas en las
calles, el adviento está próximo. Los niños, ansiosos de que todo llegue, han
visto ya la señal, y les piden a sus padres que les lleven a ver el
espectáculo, y los nacimientos. La Navidad llega para todos, pero
principalmente para ellos, que esperan ya las vacaciones y, después, a los
Reyes Magos, que les traerán sus juguetes. No hay mayor ilusión por la Navidad
que la suya.
Los fines de semana se hace más patente ese espíritu
navideño que, a pesar de todo, congrega a los mayores en restaurantes y bares. ¿Qué
festejan y qué esperan esos hombres y mujeres, conviviendo en armonía, durante
horas, en vísperas de Navidad...? ¿No hubieren acaso días bastantes para
festejar lo que, desde pequeños, les unió, y ahora, una vez al año, pareciere
que vuelve a unirles, como a sus hijos...? Es el espíritu de la Navidad que,
aunque muchos traten de ocultar, revive en el corazón del niño que un día
fuimos.
Hay, empero, dos Navidades: la Navidad de la familia
unida, congregada en torno a la mesa, al amparo del belén o el árbol, para
compartir la cena de Nochebuena que conmemora el nacimiento del Niño; y la
Navidad triste de los ausentes, de quienes faltaren a la cena del padre o la
madre, que se fueren este año, o el pasado quizá, y que muchos no pudieren
sobrellevar sin su presencia. Nada, ni nadie: ni las luces de Navidad, ni
belenes, nacimientos y árboles, encienden en ellos la llama apagada para
siempre; el amor perdido, y antes compartido; el amor llorado y sentido por la
ausencia presente de quienes faltaren al banquete del amor, que nos trajo el
Niño, que nos traen todos los niños con la alegría en sus rostros... ¿Por qué
llora la abuela, mamá?, preguntan en su inocencia los pequeños que no
alcanzaren a ver el motivo de la tristeza en Navidad. Otros miles de niños no
tendrán luces, ni reyes, ni amor en Navidad, porque se hallaren solos en este
mundo sin nada que festejar, ni besos que recibir. Para ellos tampoco llegare
la Navidad..., ni en la calle que quizás ni hubieren.
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