Anochecido aún, salimos de paseo
por la ciudad. No ha salido el sol tras la Montaña. Notamos un relente que
pronto se irá. La ciudad duerme, descansa, pareciere desierta. Hay sitio
bastante en los estacionamientos. Un tercio de la población, quizás, estará de
vacaciones. Se nota en las persianas bajadas del todo, indebidamente; en las
luces de los balcones que sus dueños se olvidaron de apagar; en la soledad de
aceras y paseos: ni un ama de casa paseando a su perrito, nadie haciendo
deporte..., ni siquiera una sección de soldados camina al trote…
Es
el ferragosto (Feriae Augusti), las vacaciones de Augusto, instituidas por
el emperador fundador de Augusta Emerita, unida a festividades muy antiguas, en
las que se celebraba el fin de las tareas agrícolas. Desde entonces, el
ferragosto es una fiesta italiana de carácter laico que es sinónima de la gran
escapada hacia el mar y la montaña. Fiesta en la tradición católica de la
Virgen el 15 de agosto, en que la Iglesia conmemora la Asunción de la Virgen.
En mitad de la semana, el ferragosto se hace puente festivo. Pequeños comerciantes se toman unos días para ir a
las fiestas de pueblo; a la ciudad vienen los de otras ciudades para conocerla;
pero, a estas horas finales de la madrugada, ni una hoja se mueve: los pájaros
no se han levantado aún; los gallos no han dado su primer canto, a la espera de
que rompa el alba. “De Virgen a Virgen, el calor aprieta de firme; antes y
después, verano no es”, dice nuestro refranero. Desde la Virgen del Carmen (16
de julio hasta la de agosto, 15 de agosto). Muy pronto el astro rey asomará por
el horizonte del mar y el sudor correrá por nuestro frente. Antes de asomar por
la Montaña, los gallos de Charca Musia habrán cantado ya tres veces; las vacas
mugen; relinchan los caballos; las ovejas balan, deseosos todos de salir de su
encierro; gorjean los gorriones mientras pican en el césped… No se ve un alma.
Es el ferragosto, aunque mañana toque volver al tajo. Para muchos, no hay
vacaciones ni fiestas ni el día tan siquiera del ferragosto. La familia y la
atención a los animales requieren su presencia constante y diaria. Aunque
terminen las faenas agrícolas, empezarán otras. Hay una España vaciada y otra
España llena, la rural y la urbanita. La una se llena durante el ferragosto; la
otra se vacía en verano. Hasta en el ferragosto, pareciere que la ciudad
también se queda vacía.
Es
hora de salir; de perderse en remotos confines donde ver la salida del sol sin
montañas que atrasen la límpida luminosidad de estos días. Hay que llegar a
casa y abrir las ventanas, que luego cerraremos para que sol no entre. Mediodía
ya, y hasta el atardecer, nada ni nadie parecen moverse. Salen los dueños con
sus mascotas a pasear y los ladridos de los canes libres despiertan al
vecindario…
Los
niños de las ciudades permanecen aún durmiendo. Su ausencia es notoria en las
calles adyacentes a los centros escolares. Muy pronto, se marcharán con sus
padres a la piscina; algunos adultos tomarán el avión para conocer países
lejanos; otros padres llevarán a sus hijos a conocer el mar, para bañarse en él
y disfrutar de la playa; quizás otros se irán al pueblo con los abuelos. Con el
ferragosto, unos se van y otros vuelven. Son las vacaciones de Augusto, por todos soñadas y esperadas, aunque no
lleguen para todos. Ya casi el sol en el ocaso, la camarera del bar, al que
vamos a ver el primer partido de Liga, nos saluda: “Buenas noches, señor Félix”;
le corrijo: “Buenas tardes, doña Raquel: el sol no se ha puesto aún…”. Es el
ferragosto…
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