Hemos
perdido la pasión del abrazo. Ni vivos, ni menos a los muertos. El covid-19 ha
frenado en seco esta inclinación del cariño. El roce hace el cariño; el cariño
provoca el roce. Sin roce, se diluye el cariño; sin abrazos, no tiene sentido
aquel. Los niños salieron de paseo y dos pequeños colegas de colegio se
encontraron frente a frente. Dos meses sin verse ni jugar. Corrieron al unísono
para darse un abrazo. El abrazo es la espontaneidad no prohibida del cariño,
como los besos que nos ha hurtado la pandemia. Todo prohibido –el abrazo, el
beso, el roce...--, cómo manifestar la necesidad de comunicar el humano amor
que sintiéramos por familiares y amigos.
Muchos han muerto sin ver por última vez a los suyos.
Estos, a su vez, ni pudieren verlos ni despedirse de ellos. Iban los tres de
rigor tras el féretro y preguntaban a los sepultureros: ¿De verdad es este
nuestro padre o nuestra madre? Sin saberlo a ciencia cierta porque no hubieren podido
verlos… ¿A quién despedimos, a quién van a inhumar…? No hubiere despedida más
triste que decir adiós a un pariente próximo sin darle el último abrazo, sin
decirle adiós cuando aún viviere; inhumándolo sin haberle reconocido; llevarle
flores sin estar seguros de que fueren él o ella.
Los abrazos prohibidos se han unido a los abrazos
perdidos. Ni siquiera al salir del
hospital, los enfermos curados pudieren abrazar a sus salvadores. Solo aplausos
en la distancia para ellos. Cariño, abrazos y besos prohibidos, pero no la
mirada de gratitud, el aplauso debido que pretendiere suplir aquellos. La comunicación
no verbal ha suplido los referentes del cariño. Vuelan los besos, abrazos de
signos y aplausos para expresar lo que deseáramos. La banda musical alternativa
española Vetusta Morla ha creado una
canción para los sanitarios, defensores ante el mal. “Por los ángeles de alas verdes
de los quirófanos/ Por los ángeles de alas blancas del hospital/ Por los que
hacen del verbo cuidar su bandera y tu casa/ Y luchan porque nadie muera en
soledad/ Cada noche aplaudimos en los balcones/ La muerte huye con sus dragones
/Callamos al silencio un día más…, sus beneficios todos para la investigación
de la que otros se olvidaren, como los derechos de “Resistiré”.
El confinamiento es una cárcel en vida. Fuimos presos no
solo del virus, sino de los abrazos prohibidos y perdidos, de los besos y del
roce, en nuestra propia casa. Y sin ellos se diluye la expresividad del amor.
Aun la custodia compartida ha impedido a padres no ver a sus hijos hasta
pasados dos meses y medio. ¡Cuánto tiempo sin abrazarles, sin expresarles su
cariño…! La convivencia a la fuerza, sin roce, ha devenido también en la ruptura
del cariño que se le supusiere a la pareja. Como la distancia que nos separa y
lo disolviere como un azucarillo. Como el virus que nos cambiare para siempre.
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