Iglesia de San Francisco de Trujillo |
En la plazuela de san Francisco de Trujillo se alza el convento de los frailes franciscanos de la Orden Tercera, del que aún quedan restos como el claustro, la iglesia y algunas dependencias. El conjunto monacal corresponde al siglo XVI. Con anterioridad, los frailes habían vivido en un ermitorio en los arrabales de la ciudad. La presencia de la Orden de San Francisco en Extremadura comenzó en el siglo XIII. El convento de la Orden de Nuestra Señora de los Ángeles, en Robledillo de Gata (fundado en 1214), y el convento de San Miguel de Plasencia (año 1233) son las fundaciones franciscanas más antiguas de la región.
El cronista oficial de Trujillo y doctor en Historia del
Arte, José Antonio Ramos Rubio, ha
sacado a la luz una nueva obra sobre el pasado de la ciudad: “El convento de san Francisco de Trujillo. La
espiritualidad franciscana”, en el que aborda la situación urbana en los
albores del siglo XVI, la fundación del convento y su historia y el patrimonio
artístico del convento y la iglesia. [1]
En el siglo XIII surgieron discrepancias entre las
distintas provincias franciscanas. En el citado siglo habían surgido las
órdenes mendicantes, por un lado; los frailes predicadores de santo Domingo de
Guzmán aprobaron su regla en 1220 y los menores, que seguían a san Francisco de
Asís, desde 1209. Las reformas llevadas a cabo entre 1230 y 1250 por el
ministro general Juan Parenti y las
directivas del papa Gregorio IX, acabaron por institucionalizar las
fundaciones. De este modo, los franciscanos llevan a cabo una rápida expansión,
fundando conventos dentro de las ciudades y trasladando a ellas los cenobios
que ya existían, como ocurrió en Trujillo, cuando los franciscanos Observantes
se trasladaron desde el cenobio de Nuestra Señora de la Luz, situado en el
berrocal, hasta el recién creado convento de san Francisco. En los últimos años
del siglo XV, estos frailes se habían trasladado a unos habitáculos anexos a la
protogótica ermita de Nuestra Señora de la Luz. En 1498, los frailes
solicitaron licencia al obispo de Plasencia, don Gutierre de Toledo, para trasladarse a la propia ciudad para poder
predicar, confesar, enterrar a los difuntos y recibir limosnas. El obispo les
permitió trasladarse al hospital del Espíritu Santo --que, aunque estaba en los
arrabales,-- se hallaba más cercano a los habitantes de la ciudad y de esta
forma poder atender a los enfermos del propio hospital. Por otro lado, fray Pedro Melgar, perteneciente a los
capuchos o reformados de fray Juan de
Guadalupe, que había salido de la Custodia de los Ángeles, y que se estaban
extendiendo por Extremadura, al enterarse del abandono del ermitorio de Nuestra
Señora de la Luz por parte de los Observantes, se asentó en dicho cenobio con
algunos frailes, sin contar con la licencia del obispo placentino, que no veía
con buenos ojos la decisión de instalarse en el berrocal trujillano a fray Pedro Melgar sin notificárselo a él.
Ante esta situación, los Observantes llamaron a su vicario provincial de
Santiago y le comunicaron los problemas que estaban creando los franciscanos
del capucho, quien les dio orden de abandonar la ciudad para evitar escándalos;
pero como habían sido los primeros en establecerse en Trujillo, la propia
ciudad envió legados a Roma para conseguir del papa Alejandro VI la bula de fundación.
No obstante, en la época de los Reyes Católicos debemos
destacar la gran labor llevada a cabo por fray Juan de la Puebla y fray Juan
de Guadalupe, quienes fueron los eslabones principales de la propagación
del cristianismo en tierras extremeñas, y a fray Pedro Melgar y Bobadilla, principal seguidor de los anteriores,
fundador de varios conventos franciscanos por toda la región.
Fray Pedro Melgar
y los frailes del capucho habían contado con la ayuda de algunos nobles, tales
como don Gómez Fernández de Solís,
don Juan de Chaves y don Álvaro de Hinojosa, caballeros que se
dirigieron en febrero de 1498 al Romano Pontífice suplicando facultad para
edificar un convento franciscano en las proximidades de la ciudad de Trujillo
(ya había recibido el título de ciudad en 1432), donde solamente había unos
habitáculos junto a la ermita de Nuestra Señora de la Luz para que se
instalasen allí los franciscanos del capucho. Consiguieron la licencia de Roma
y, reutilizando los paredones y la ermita de los Observantes, construyeron el
edificio conventual en las proximidades de la ciudad en virtud de la bula
pontificia Super familiam domus, de Alejandro VI (25 de julio de 1499). Del
eremitorio se hicieron cargo fray Pedro
de Melgar y fray Juan de Guadalupe el
día 24 de marzo de 1500 (festividad de la Anunciación), dándole el nombre de
Nuestra Señora de la Luz.
De este cenobio trujillano tan solo se conservan sus
muros maestros y, por supuesto, la imagen protogótica de la Virgen con el Niño,
que fue trasladada a la iglesia conventual de san Francisco, en la ciudad de
Trujillo, debido a que el mismo Alejandro
VI, mediante otra bula, fechada el 11 de septiembre de 1502, al Vicariato
Provincial de Santiago, suprimió el convento de Nuestra Señora de la Luz de los
frailes del Capucho por el éxito de algunos frailes Observantes (fray Pedro de Melgar y fray Juan de Guadalupe), que ya desde un
principio querían casa de oración en la misma ciudad, sembrando discordias
entre los franciscanos, desplazando a los principales pilares de la reforma en
Extremadura. La reconocida labor del primer fraile franciscano del convento de
Trujillo, antes citado, fue confirmada con la bula Sub Suave Religionis, de 17 de marzo de 1508, confirmando todos los
privilegios del Capucho a las órdenes de este fraile. Con las letras
apostólicas In apostolicae dignitatis
specula, dada por Alejandro VI
en el año 1497, y, principalmente con Pro
parte classimorum, dada también por el mismo pontífice, en el año 1503, se
pretendía que los frailes del Capucho volvieran a sus conventos de la
Observancia de donde habían salido. Muchos frailes se refugiaron en cenobios
antes de volver a los conventos de la Observancia. De tal manera que fray Pedro de Melgar y los frailes del
Capucho tuvieron que abandonar el eremitorio de Nuestra Señora de la Luz en el
año 1503, regresando algunos frailes Observantes al mismo, mientras se
realizaban las obras del nuevo convento. Para conocer mejor la fundación del
nuevo convento de san Francisco en Trujillo, es fundamental la obra del padre fray
José de Santa Cruz, con el título Crónica de la Santa Provincia de San Miguel
de la Orden de N. Seráfico Padre San Francisco, escrita en el año 1671. Es
importante la Bula papal fechada en 31 de octubre de 1500 sobre el permiso para
levantar en Trujillo el que sería convento de san Francisco.
Las obras del convento de san Francisco se sucedieron a
lo largo del siglo XVI, aunque las obras de la iglesia finalizaron en noviembre
de 1599, inaugurándose el templo el 26 de mayo de 1600.
El templo conventual, convertido hoy día en parroquia, es
una magnífica construcción de planta cruciforme, realizada en mampostería y
sillería. En su fachada occidental presenta estilizados flameros que jalonan la
cornisa, además de los escudos de Carlos
V y del concejo de Trujillo. El templo posee obras de gran interés
artístico, como la imagen de la Virgen de la Luz en madera policromada, obra de
finales del XIII; un crucifijo de la segunda mitad del siglo XIV; una talla de
la Inmaculada en un retablo de 1720, del taller salmantino de Antonio de Paz de 1647, y otras obras
escultóricas, pictóricas y de platería, así como la escultura orante de Hernando Pizarro.
[1] Vid.: Ramos
Rubio, José Antonio: El convento de san Francisco de Trujillo. La
espiritualidad franciscana, Fundación
Obra Pía de los Pizarro, TAU Editores, Cáceres, 2021, 166 págs.
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