Convivimos, pero no vivimos; hablamos con nosotros mismos, pero no con quienes nos rodean; oímos, pero no escuchamos; escuchamos, pero nada oímos. No escuchan nuestra voz quienes desearen oírla; ni escuchamos a quienes debiéramos. Pareciere que el mundo que nos rodea nos invitare a escuchar a quienes nada nos dicen; a no escuchar a quienes debiéramos.
No hablan los sordos más que en su lengua de signos, pero más de los que están en posesión permanente de su voz, aunque no se les oiga. Habla, a veces, la mirada más que la palabra; un beso, un abrazo, por mil palabras; un recuerdo, en el pensamiento; su dulce nombre evocado; la palabra que el viento se llevó; las no devueltas por los vientos de invierno; las perdidas y recordadas, ausente su voz; la mímica expresiva, intérprete de la palabra.
Cuanto más cercanos, más lejanos; cuantos más medios para comunicarse, menos para escuchar. Ha perdido la lengua el habla como si solo se bastare con el beso, aun antes del diálogo. El habla de la lengua es el habla del corazón, de la mente, del deseo; lo es del amor compartido; pero se pierde sin la palabra.
No basta la palabra oral en la distancia, aun reconocida y vista, con la imagen misma de quien la espera y la ofrece. El roce hace el cariño; el cariño provoca el roce. Sin cariño, sin roce, qué mérito hubiere el habla en la distancia no compartida, vivida, ansiada, anhelada, escuchada, deseada, confortadora del ánimo… quizá perdido por las circunstancias.
La convivencia sin habla, sin diálogo, quiebra el sistema de los presentes hablantes; les separa porque nada se dicen, o nada tienen que compartir sino en los compartimentos-estancos de un hábitat sin palabras. No solo se comparten los bienes, la felicidad, la enfermedad o el desamparo… Sin habla compartida, el hombre sucumbe; la mujer cae en depresión; la pareja se diluye, se distancia, se separa… Todo muere sin la palabra, o sin un gesto traductor de aquella.
En tiempos de desamparo, solo la palabra amiga, familiar, sirve de consuelo para los afligidos, quizá porque no hubiere mejor medicina que la palabra donde antes reinó el silencio. No es éste solo la ausencia de la palabra: más aún, la ausencia de la comunicación, la palabra perdida en un mundo de palabras sin palabra, la mentira sobre la verdad, el olvido sobre el recuerdo, la mirada a los ojos sobre la mirada perdida, o quizá también el respetuoso silencio de los amantes religados sin decir palabra. A qué más cuando todas sobran y la mirada lo dice todo, o cuando estas mías no llegaren a los oídos sordos, perdidas palabras en la incomunicación del habla…
Qué palabra les quedare a quienes todo lo han perdido, asediados todo el día por la palabra de otros, predicadores de la verdad de su sola palabra; refutadoras palabras que niegan la esperanza que otras nos transmiten, persuadidos de que la preeminencia de la propia es la verdad absoluta sobre las presuntas mentiras de aquellas que nos llevaron por el buen camino… Quizá solo el voto condensador de la palabra ausente, hecha voz en las urnas; la voz del silencio ahora reprimido, ahogado por la palabra perdida, silenciada durante años, en paradero desconocido la palabra deseada, ausente ya la voz ansiada…, fije y dé esplendor a la palabra ahora perdida. Solo entonces habrá vencedores y vencidos por la palabra, el saque en posesión del pueblo, único soberano de su propia palabra, apropiada por quienes no debieren en la pérdida ocasional, fluctuante, de aquella.
No hablan los sordos más que en su lengua de signos, pero más de los que están en posesión permanente de su voz, aunque no se les oiga. Habla, a veces, la mirada más que la palabra; un beso, un abrazo, por mil palabras; un recuerdo, en el pensamiento; su dulce nombre evocado; la palabra que el viento se llevó; las no devueltas por los vientos de invierno; las perdidas y recordadas, ausente su voz; la mímica expresiva, intérprete de la palabra.
Cuanto más cercanos, más lejanos; cuantos más medios para comunicarse, menos para escuchar. Ha perdido la lengua el habla como si solo se bastare con el beso, aun antes del diálogo. El habla de la lengua es el habla del corazón, de la mente, del deseo; lo es del amor compartido; pero se pierde sin la palabra.
No basta la palabra oral en la distancia, aun reconocida y vista, con la imagen misma de quien la espera y la ofrece. El roce hace el cariño; el cariño provoca el roce. Sin cariño, sin roce, qué mérito hubiere el habla en la distancia no compartida, vivida, ansiada, anhelada, escuchada, deseada, confortadora del ánimo… quizá perdido por las circunstancias.
La convivencia sin habla, sin diálogo, quiebra el sistema de los presentes hablantes; les separa porque nada se dicen, o nada tienen que compartir sino en los compartimentos-estancos de un hábitat sin palabras. No solo se comparten los bienes, la felicidad, la enfermedad o el desamparo… Sin habla compartida, el hombre sucumbe; la mujer cae en depresión; la pareja se diluye, se distancia, se separa… Todo muere sin la palabra, o sin un gesto traductor de aquella.
En tiempos de desamparo, solo la palabra amiga, familiar, sirve de consuelo para los afligidos, quizá porque no hubiere mejor medicina que la palabra donde antes reinó el silencio. No es éste solo la ausencia de la palabra: más aún, la ausencia de la comunicación, la palabra perdida en un mundo de palabras sin palabra, la mentira sobre la verdad, el olvido sobre el recuerdo, la mirada a los ojos sobre la mirada perdida, o quizá también el respetuoso silencio de los amantes religados sin decir palabra. A qué más cuando todas sobran y la mirada lo dice todo, o cuando estas mías no llegaren a los oídos sordos, perdidas palabras en la incomunicación del habla…
Qué palabra les quedare a quienes todo lo han perdido, asediados todo el día por la palabra de otros, predicadores de la verdad de su sola palabra; refutadoras palabras que niegan la esperanza que otras nos transmiten, persuadidos de que la preeminencia de la propia es la verdad absoluta sobre las presuntas mentiras de aquellas que nos llevaron por el buen camino… Quizá solo el voto condensador de la palabra ausente, hecha voz en las urnas; la voz del silencio ahora reprimido, ahogado por la palabra perdida, silenciada durante años, en paradero desconocido la palabra deseada, ausente ya la voz ansiada…, fije y dé esplendor a la palabra ahora perdida. Solo entonces habrá vencedores y vencidos por la palabra, el saque en posesión del pueblo, único soberano de su propia palabra, apropiada por quienes no debieren en la pérdida ocasional, fluctuante, de aquella.
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