lunes, 16 de marzo de 2009

LA CARA POR DELANTE Y LOS PUÑALES POR DETRÁS

La secretaria local del PSOE de Cáceres y alcaldesa de la ciudad, Carmen Heras, es una mujer tan firme en sus convicciones como valiente en sus expresiones y en sus silencios. Pocos políticos como ella fueron llevados al hospital tras tomar posesión de su cargo y quedarse sin vacaciones, en un ritmo agitado de trabajo, que no conocía laborales ni festivos; en dos años, con múltiples proyectos para cambiar una ciudad adormecida; con una deuda que no le permite hacer milagros ni multiplicar los panes y los peces que se merecen los cacereños.

Aun con todos los apoyos de su partido y de las instituciones que gobierna legítimamente aquél, Heras no tiene que envidiar a político alguno en la exclusiva dedicación a un trabajo y en la lealtad al proyecto político de un partido y a sus compromisos con la ciudad. Ni arrestos ni fuerzas le faltan, aunque fuere mujer y solo por ellas fuere considerada como adalid de la causa del feminismo militante bien entendido, la que lucha contra viento y marea contra las tormentas políticas por doquier, con la crisis y la deuda que le dejaron y la incomprensión tantas veces de los suyos y la obvia de sus adversarios.

Heras tiene en su cabeza toda la ciudad, como Fraga tenía en tiempos la del Estado en la propia. La tuvo en la oposición y la tiene ahora en el gobierno. A nadie pueden escapársele las dificultades de un gobierno de coalición que lucha insistentemente contra la herencia de una ciudad anestesiada durante la era de los gobiernos populares, más aún en tiempos de vacas flacas, porque si en tiempos de abundancia nos legaron deudas y proyectos de futuro, Cáceres transita hoy entre el ser del pasado y el del futuro; la ciudad apacible dormida en su casco histórico que no supo darle respuesta a una juventud que la despertó de su letargo y que solo ahora, con los proyectos de futuro que la alcaldesa abandera, puede despegar para ser capital europea de la cultura 2016, para tener los servicios de una ciudad de provincias donde todavía es posible vivir felizmente, sin los sobresaltos de la gran urbe.

Carmen Heras acaba de predicar ante los suyos, y ante quienes deseen oírla, las verdades del barquero: "El ruido que se hace es más que el sonido que pudiera escucharse"; "Cáceres es una ciudad en la que se mueve mucho la cara por delante y los puñales por detrás"; "Hay más cosas en positivo que en negativo, aunque tenga más cancha lo segundo"; "Hay que mantener el equilibrio y no podemos hacer milagros..." No puede decirse más en menos palabras para definir la situación.

Solo quienes estuvieron décadas fuera de su patria chica y tornan a ella para vivir, pueden advertir los cambios, las actitudes anquilosadas de una derecha que desmentía a su propio jefe de filas entre 1996-2004 cuando afirmaba que "España iba bien". Sólo ellos pueden hablar de la "ciudad feliz" ida a menos; de las bellezas de la tierra parda y sus valores, que sus habitantes ignoran y, hasta muchas veces, infravaloran frente a lo ajeno. Si Aznar afirmaba esto, quería decir que Extremadura, que también es España, iba mejor. Pues no, porque aquí gobernaban los socialistas por voluntad popular. La derecha ha llegado a considerar que Extremadura, como España, es propiedad suya, y los demás no pueden apropiársela, como ellos lo hicieron en Canarias y el PSOE en Cáceres y, ahora, en el País Vasco. Son las reglas del juego democrático, tan legítimo como el juego de las minorías que, unidas, hacen mayoría.

La alcaldesa de Cáceres, que durante los dos últimos años ha tenido que sufrir lo suyo, incluida la pérdida de su marido, ha de hacer cada día filigranas para no caerse en la red que le tienden quienes no debieran, porque una alcaldesa que, como ella, pone y da la cara por delante, y no los puñales por detrás, como otros, no puede ser juzgada por las carencias obligadas, sino por su voluntad y empeño en poner a Cáceres en el tren de la Historia. Y para ello, aunque no se bastare a sí misma, tiene a un ejército detrás que la apoya, aunque sus prudentes silencios sean a veces incomprendidos, y su diplomacia política hubiere de hacer juegos malabares para no perder el tren de la historia, pese a que tarde un poco más; pero no puede pretenderse que se haga en cuatro años lo que otros no hicieron durante siglos.

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