Hemos llegado tarde a muchos aspectos de la tercera revolución industrial, la de la inteligencia, tan preconizada en Extremadura por Ibarra, que advirtió sobre la tormenta que teníamos encima y que nadie creía: gente que, por su edad, renunció a aprender informática y prefirió seguir con su vieja máquina de escribir; quienes se obstinan en pasar del teléfono móvil, aunque no puedan prescindir del fijo, y menos de la tele; quienes nunca tuvieron vocación de aprender idiomas y se conformaron con el nivel exigido -- antes en francés, ahora en inglés--, durante el Bachillerato.
Y, de pronto, se nos abrieron las fronteras; ingresamos en una casa común mayor que la nuestra; viajamos y no nos entendíamos, como si las fronteras que antes no pudimos, o quisimos cruzar, constituyeran una barrera más que ya solo existe en los mapas. Y lamentamos hoy no habernos apuntado antes al carro de la modernidad, en el que la sociedad de la información y los idiomas son conocimientos vitales para abrirse camino más allá de las fronteras naturales de los Estados.
“Aprende portugués: te abrirá muchas puertas”, la campaña iniciada ahora por la Junta de Extremadura, al hilo de las indicaciones de la UE, ha acertado de pleno en una diana que a muchos nos ha resultado hasta ahora chocante. Cuando los extremeños comenzamos a visitar Portugal, advertimos que ellos no solo entendían nuestra lengua, sino que la hablaban y nos comprendían, mientras que nosotros no lográbamos entender la suya. No hubo barreras lingüísticas ni para los habitantes del otro lado de la frontera ni para los del interior, que no las vieren en la lengua, pero sí como necesidad para el negocio y los mercados con los vecinos, algo que los extremeños hemos sido incapaces de ver hasta hace muy poco.
Afortunadamente, no es que la campaña iniciada ahora por la Junta entre de lleno en la política lingüística de la UE, que obliga a los Estados miembros a formar a los escolares a partir de 2010 para que sean capaces de hablar dos lenguas extranjeras, además de la propia.
El portugués, como rezan las estadísticas, se ha convertido en la segunda lengua extranjera más estudiada en Extremadura, tras el inglés y el francés. Las escuelas de idiomas, que lo tienen implantado; los colegios de Primaria y Secundaria, que se han venido sumando, como las ayudas del Gabinete de Iniciativas Transfronterizas, o los propios cursos que imparten las Cámaras de Comercio, tienen una finalidad clara y concreta: no podemos volver la espalda a la quinta lengua más hablada en el mundo, por obligación y devoción; por proximidad, por el empleo y los negocios que podemos hacer con nuestros vecinos.
Antes de la Revolución de los Claveles y de nuestro común ingreso en la Unión, el mismo día del mismo año, había un dicho que rezaba: “Portugal, tan cerca y tan lejos”. Ni siquiera los cuatro siglos del Portugal de los Felipes, ni la cerrazón de las dictaduras salazarista y franquista, lograron apagar la llama viva de la lengua ni entre los vecinos de una frontera cerrada antes por la noche y abierta hoy de día y de noche, y no precisamente para el estraperlo que a algunos dio de vivir, sino para “abrir muchas puertas” a las ya abiertas por el signo de los nuevos tiempos. Una medida que nunca llega tarde si la dicha es buena. Y para quedar bien, en Portugal y con Portugal. Y como decía Siniestro Total, “Menos mal que nos queda Portugal”.
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