viernes, 18 de septiembre de 2009

EL ALCALDE QUE AMÓ A SU PUEBLO

Nació en Malpartida de Cáceres, entonces un pueblecito que no era lo que es hoy. Estudió sus primeras letras con una de las figuras de entonces: Jacinto de Vega y Relea. Se especializó en Ciencias Sociales y Educación de Adultos. Tras el cierre de la verja de Gibraltar, tuvo su primer destino en Algeciras para enseñar a los hombres y mujeres que no sabían leer y escribir, a quienes se les cerró la puerta de la libertad y del trabajo. Después fue destinado a El Gastor (Cádiz), La Cumbre, Plasencia, Cañamero, Barcelona, de cuyo colegio nacional “Barón de Viver” fue director durante seis años. Se vino cerca de su pueblo, a Navas del Madroño. En las elecciones de 1983 hubo de abandonar la docencia por la política, llamado por su pueblo, que le renovó su bastón de mando durante seis legislaturas, veinticuatro años de servicio para demostrarle su lealtad y expandirlo al mundo. Se retiró en las últimas elecciones y ejerció, finalmente, su magisterio en Cáceres.

En octubre de 2003, cuando el Presidente Ibarra acudió a Malpartida de Cáceres para inaugurar el Polígono Industrial “Arenas III”, manifestó: “Empezamos juntos esta aventura en servicio al pueblo y la terminamos juntos, querido Antonio.”

La peripecia vital de Antonio Jiménez Manzano, alcalde de su pueblo durante veinticuatro años, cabría resumirse en una frase: un alcalde que amó a su pueblo. Tanto le amó y escuchó a sus vecinos que su obra le puso en el mapa de Europa, no solo por las cigüeñas que planean sobre su limpio cielo, sino por su obra toda, profesional y política.

El “Pueblo Europeo de las Cigüeñas” fue algo más que un descubrimiento para Vostell, guiado por Narbón hasta los Canchales de Los Barruecos, ambos ya fallecidos, pero voluntarios de Malpartida de Cáceres y con museos propios aquí de sus obras. ¿Qué otro pueblo extremeño hubiere dos museos de dos figuras del arte contemporáneo?

Cuando Vostell celebró su 50 aniversario quiso hacerlo en su pueblo español adoptivo. Durante la cena, entonces a la luz de las velas en Los Lavaderos, tras dar cuenta de la sopa, el artista hispano-alemán, exclamó: ¡”Qué bien se vive en Malpartida…!” Muchos cacereños de la capital hicieron como él: fundar su segundo hogar en Los Arenales, que él se encargaría de urbanizar.

Antoñito fue un alcalde todo corazón que no se limitaba a estar toda la mañana en su despacho. Salía a tomar café y las mujeres le paraban para contarle sus problemas. A todas atendía solícito y para todas tenía una respuesta y una solución. Así, poco a poco, fue creciendo Malpartida hasta ser parte misma del gran Cáceres, y no solo por su apellido.

Fue el primer alcalde extremeño que ofició una boda civil por la autoridad del pueblo y de la Constitución. Los novios acudían en su demanda: no podían realizar su boda en sábado ni en domingo, inhábiles para los juzgados; no podrían venir su familia y amigos al enlace…, y así, Antoñito tuvo todos los sábados y domingos ocupados en oficiar la ceremonia del amor.

Enamorado de su pueblo, fue un alcalde que amó a su pueblo y extrovertió ese amor en obras que le hicieren valedor de la confianza otorgada: en la cultura, en los servicios sociales de asistencia a los necesitados; a los industriales, a quienes ofreciera suelo bastante para instalar sus negocios; a la mancomunidad, de la que fuere confundador, y al Grupo de Acción Local impulsor de su desarrollo; al medio ambiente, a las charcas y a las tencas… De nadie se olvidaba Antoñito, quien, como la Penélope de Ulises, tejió, que no destejió, un amplio tejido empresarial e industrial para el fortalecimiento económico de su pueblo.

Tanto expandió su corazón por su pueblo como su humanidad misma, avisada recientemente en su corazón porque ya no puede dar más amor quien todo lo dio por su pueblo; por sus hijos, Antoñito junior, togado en leyes; a su hija Ana, servidora de las finanzas de otros.

Bajo el límpido firmamento azul de Malpartida, que diste a conocer al mundo entero, hasta las cigüeñas en su planear recordarán tu obra, porque también les diste casa habitable, porque supiste amar y ser amado; porque te abriste al pueblo y le escuchaste; porque viniste para servir y no ser servido; porque lo diste todo por el amor que hoy refrenda tu obra, Antoñito.

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