Un discurso institucional, si no fuere el propio de los eternos descontentos, le parecerá siempre a la oposición “más de lo mismo”, que no responde a las expectativas creadas ni ofrece respuestas a los problemas reales, ni soluciones para quienes no las hallen, aunque las busquen; incluso, aunque no fuere el marco propicio, y descubra la equis que dé solución a todos los problemas habidos y por haber…
Un discurso institucional no es eso, ni debe serlo. Para hablar de los problemas de los extremeños y sus soluciones, para dialogar y pactar en tiempos de crisis la salida a la luz del túnel, está la Asamblea, marco para la crítica que tan fácil les resulta a diario a quienes ni la sufren, porque siempre tuvieron los bolsillos llenos, y quienes la provocaron.
Hay una frase en el discurso institucional del Presidente extremeño en la víspera del Día de Extremadura que subsume ese vacío que parece llenar los corazones de quienes oyen, pero no saben escuchar. Dijo el Presidente Vara: “Hoy todo el mundo se hace preguntas. Si lo que le damos son contestaciones, no nos entenderán. Necesitan respuestas y las respuestas no consisten en decir lo que todo el mundo quiere oír, sino lo que es necesario oír.”
Un discurso institucional no puede ser una receta mágica que dé solución a los problemas del presente para despejar el futuro, ni mucho menos, como pareciere ser la pretensión de quienes oyen, pero no saben escuchar, la solución a la ecuación con tres incógnitas que a la mayoría les ocupa, pero a quienes gritan no les preocupa, porque es su oficio, pero sí la responsabilidad de todos y, sobre todo, de quienes la asumieron por encargo, porque ellos nos sumieron en ella y no supieron darle respuesta alguna.
Si en un discurso institucional se recuerda la crisis económica, a los parados como prioridad de toda política, la educación, la necesidad del pacto social y la política de reformas, el esfuerzo colectivo, el diálogo entre todos, la crisis sanitaria, el ejemplo de superación de los discapacitados en tiempos difíciles, el papel de la mujer sin remuneración ni derechos, el nuevo Estatuto como marco de convivencia para el futuro y se advierte, en fin, de que la vida es corta y que, a pesar de las dificultades “hay que vivirla, reírla y sonreírla”, porque “merece la pena vivirla con pasión, esfuerzo y alegría”…, no sé qué pueden esperar de un discurso institucional quienes nada tienen que perder, porque todo lo ganaron a costa del sacrificio de los más, y ahora le piden al Presidente que les ofrezca la combinación de los resultados de la próxima Euromillonaria para acabar de solucionar para siempre sus problemas, no los de los demás, que apenas le quitan el sueño, porque siempre lo hubieren plácido, ya en el gobierno, ya en la oposición.
“Encajar ayer, hoy y mañana en tiempos de grandes convulsiones es el gran reto”, dijo el Presidente; pero es, como recordara, citando a Brecht, que “malos tiempos corren cuando hay que recordar lo obvio”. Y lo obvio es lo que a todos nos preocupa y a todos debiera ocuparnos.
El Presidente ha dicho lo que tenía que decir para quienes deseen escuchar, no “lo que todo el mundo quiere oír”. El mensaje, en cambio de la oposición, parece ser el de Dante en la “Divina Comedia” “Perded toda esperanza los que entráis en el infierno” (Canto III, verso 9), como si el discurso institucional no hubiere reflejado también el verso 42 del Canto IV: “Perdidos somos y heridos solo en esto:/que vivamos con esperanza y con deseo.” ¿O acaso no deseamos oír lo que es necesario escuchar”, porque “a lo mejor la vida no puede ser la fiesta que esperaba alguien”; pero es nuestra fiesta, el discurso institucional meditado y trascendido de un Presidente que no lo es por la gracia de Dios, sino por la voluntad popular. Quizá sea eso lo que convierta en sordos a quienes no lo son y no en lectores castellanos a quienes no desean hablar nuestra universal lengua, con la que nos comunicamos y podemos entendernos más allá de las diferencias que nos separan.
Un discurso institucional no es eso, ni debe serlo. Para hablar de los problemas de los extremeños y sus soluciones, para dialogar y pactar en tiempos de crisis la salida a la luz del túnel, está la Asamblea, marco para la crítica que tan fácil les resulta a diario a quienes ni la sufren, porque siempre tuvieron los bolsillos llenos, y quienes la provocaron.
Hay una frase en el discurso institucional del Presidente extremeño en la víspera del Día de Extremadura que subsume ese vacío que parece llenar los corazones de quienes oyen, pero no saben escuchar. Dijo el Presidente Vara: “Hoy todo el mundo se hace preguntas. Si lo que le damos son contestaciones, no nos entenderán. Necesitan respuestas y las respuestas no consisten en decir lo que todo el mundo quiere oír, sino lo que es necesario oír.”
Un discurso institucional no puede ser una receta mágica que dé solución a los problemas del presente para despejar el futuro, ni mucho menos, como pareciere ser la pretensión de quienes oyen, pero no saben escuchar, la solución a la ecuación con tres incógnitas que a la mayoría les ocupa, pero a quienes gritan no les preocupa, porque es su oficio, pero sí la responsabilidad de todos y, sobre todo, de quienes la asumieron por encargo, porque ellos nos sumieron en ella y no supieron darle respuesta alguna.
Si en un discurso institucional se recuerda la crisis económica, a los parados como prioridad de toda política, la educación, la necesidad del pacto social y la política de reformas, el esfuerzo colectivo, el diálogo entre todos, la crisis sanitaria, el ejemplo de superación de los discapacitados en tiempos difíciles, el papel de la mujer sin remuneración ni derechos, el nuevo Estatuto como marco de convivencia para el futuro y se advierte, en fin, de que la vida es corta y que, a pesar de las dificultades “hay que vivirla, reírla y sonreírla”, porque “merece la pena vivirla con pasión, esfuerzo y alegría”…, no sé qué pueden esperar de un discurso institucional quienes nada tienen que perder, porque todo lo ganaron a costa del sacrificio de los más, y ahora le piden al Presidente que les ofrezca la combinación de los resultados de la próxima Euromillonaria para acabar de solucionar para siempre sus problemas, no los de los demás, que apenas le quitan el sueño, porque siempre lo hubieren plácido, ya en el gobierno, ya en la oposición.
“Encajar ayer, hoy y mañana en tiempos de grandes convulsiones es el gran reto”, dijo el Presidente; pero es, como recordara, citando a Brecht, que “malos tiempos corren cuando hay que recordar lo obvio”. Y lo obvio es lo que a todos nos preocupa y a todos debiera ocuparnos.
El Presidente ha dicho lo que tenía que decir para quienes deseen escuchar, no “lo que todo el mundo quiere oír”. El mensaje, en cambio de la oposición, parece ser el de Dante en la “Divina Comedia” “Perded toda esperanza los que entráis en el infierno” (Canto III, verso 9), como si el discurso institucional no hubiere reflejado también el verso 42 del Canto IV: “Perdidos somos y heridos solo en esto:/que vivamos con esperanza y con deseo.” ¿O acaso no deseamos oír lo que es necesario escuchar”, porque “a lo mejor la vida no puede ser la fiesta que esperaba alguien”; pero es nuestra fiesta, el discurso institucional meditado y trascendido de un Presidente que no lo es por la gracia de Dios, sino por la voluntad popular. Quizá sea eso lo que convierta en sordos a quienes no lo son y no en lectores castellanos a quienes no desean hablar nuestra universal lengua, con la que nos comunicamos y podemos entendernos más allá de las diferencias que nos separan.
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