No será conocido este campesino hurdano por sus labores, pero sí por su quehacer en la comarca toda. No le conozco, pero le reconozco en su prosa poética salida del corazón. Vive la tierra y por la tierra; ama la naturaleza y a los animales. Ha fundado una “sencilla familia campesina” en un rincón perdido de Extremadura, desde la que me transmite sus sentimientos profundos y los saberes del campesino.
Arranca su jornada al alba, tras encender su chimenea de leña y tomarse un frugal desayuno. Duermen aún su compañera Ana María y sus hijos Alba y Carlos. Sale de casa y camina despacio por el bosque. “Luna” retoza contenta por su libertad, por los olores y mil colores que desprende. Ve en su caminar una cigüeña negra y piensa que, si ha llegado, ya viene la primavera. Las grullas preparan sus maletas y, mientras unos vienen y otros se van, la tierra permanece para amamantar a todos.
Te cuenta el campesino que, a finales de mes, los ciervos adultos dejarán caer su cuerna y él tendrá más tiempo para ir de paseo por los bosques del norte de Extremadura, perdiéndose entre robledales, castañares, encinares, disfrutando de una variada fauna y flora que, con el agua cercana en gargantas y arroyos, convierte su espacio en rincones aún sin expoliar.
En sus reflexiones por el camino le distraen dos patos que salen del arroyo en vuelo. Ha empezado su celo, te cuenta, y en abril o mayo pondrán los huevos y podrá ver patitos jugando en el arroyo con las nutrias. Su perrita les ladrará emocionada. El campo es para él un teatro en el que los actores danzan, dando color y calor en sus acciones.
De vuelta al hogar, se acerca a la chimenea y el fuego cierra sus cicatrices mentales y una sonrisa cómplice con las sombras le invita a sonreír. Compartirá con su compañera e hijos los avatares de la jornada. La felicidad –me hacer ver- es lograr una satisfacción pequeña en la que el objetivo te atrape a ti antes de que tú le atrapes a él. Torna a dar un paseo con “Luna” antes de acostarse. Reflexiona, piensa, medita; no ve la televisión para no pensar en las miserias del mundo cercano que le rodea: el derroche de los recursos naturales, por el que los pobres y humildes como él, siempre son los paganos de la crisis.
Le ennoblece ser campesino; echar un semillero para ver crecer las futuras plantas; plantar con ilusión lo que otros siembran en la lotería. ¡Ay de él si esperara ser rico!, cuando se conforma con lo que tiene, con lo suficiente para estar satisfecho, luchando con la voz dormida y la sonrisa cómplice de su obra. Es feliz con poco porque, con demasiado, degradaría su sencilla personalidad.
No es ilusionista ni grande orador nuestro campesino de Las Hurdes, Maneja la azada como quien maneja el ordenador a través del cual intercambia sencillos mensajes con sus amigos. Besa el aire en sus paseos por las calles de su pequeño pueblo y, por toda firma, suscribe: “Desde un rincón de la Extremadura rural, una sencilla familia campesina.”
Promueve campañas de plantación de especies autóctonas en la comarca. Enseña a los escolares el amor por la naturaleza y los animales. Maestro de la naturaleza, la difunde y propaga. Es un ecologista en estado puro, que transmite los saberes que le ha proporcionado el campo.
Invita Azorín en su libro “El Político” a que estos amen el campo. “Siempre que pueda –les dice- húrtese a los ciudadanos de la Corte o del Gobierno, y vaya a airearse a la campiña. Ame las montañas; suba a ellas; contemple desde arriba los vastos panoramas del campo. Mézclese en la vida menuda de los labriegos y aprenda en ella las necesidades, dolores y ansias de la nación toda.” Como él, Carlos Pino, campesino en Cerezo, presidente de la Asociación Ecologistas de Granadilla, por cuya labor el antiguo Señorío de Villa y Tierras de Granadilla es más señorío, desde su tierra labrantía, desde sus montañas de pinares, olivares y monte mediterráneo, las aguas de ríos y arroyos en sus valles como arterias de plata, saltarinas ahora por las lluvias caídas…, como “Luna” entre los canchales.
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