No desconectaba ni los fines de semana, ni puentes que hubiere entre laborales, cómo hacerlo ahora… Las vacaciones de hoy no son como las de antes. Entonces se desconectaba a la fuerza: no había móviles que interrumpieran tu descanso, ni llamadas de sobresalto, ni Internet para mantenerte conectado al mundo. Solo una cabina telefónica para llamar a la familia de vez en cuando tras esperar en una larga cola que, a veces, te desesperaba. La comunicación se interrumpía a la fuerza en una sociedad que ya había abandonado la carta postal como medio de comunicación clásico.
Te veían tan inmerso en tu trabajo, tan entregado a él, tan poseído por él, que siempre había alguien que te decía cuando te marchabas: “Desconecta”, “procura desconectar”. Y ni una cosa ni otra, ni desconectaba ni lo procuraba. No hubiere trabajos pendientes, pero sí por venir; no tendría horarios que cumplir, cuando él nunca los hubiere, pero hasta echaba de menos lo dejado atrás: la familia, los compañeros, aunque su relación con ellos, como en casi todas las empresas, se limitase a la acepción latina de la palabra: hacer el camino con…; aunque se hubiese dejado de tener relación, comunicación o enlace con ellos.
No permitían desconectar ni el pensamiento ni la memoria. A veces, alguien de la familia le preguntaba: “¿En qué piensas?” Y respondía: “En mi trabajo”, cuando este era una religión y no solo una nómina. En ocasiones, parecía hablar consigo mismo, cuando mantenia un diálogo casi presencial con lo dejado atrás.
Ahora, todo había cambiado. El móvil e Internet habían echado por tierra la desconexión, que resultare imposible. Sonaban hasta en la playa, como antes los aparatos de radio, que te frenaban los pensamientos. No solo recibías llamadas, sino que hubieres de responder a ellas. El móvil se había convertido en la conexión perenne, e Internet, en la carta y los periódicos perdidos. Antes de acostarse, al menos una hora dedicaba a ver su correo y las páginas digitales. El enlace estaba asegurado; la desconexión era imposible. Solo los trabajadores manuales parecían desconectar de verdad, porque nada les preocupaba: era volver y hacer su trabajo en su horario, sin más.
Antes y ahora: antes no había ni vacaciones ni motivos para desconectar; ahora, hasta los parados no podían desconectar de la angustia diaria que les suponía no estar conectados a alguien o algo, fuera de los cuatro muros de su casa convertidos en una prisión para no desconectar y dejar de tener relaciones y comunicación con los compañeros. No había camino para ellos ni itinerario posible para desconectar, ni menos aún para cargar unas pilas más que gastadas…
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