jueves, 21 de abril de 2011

CRISTO NEGRO DE CÁCERES






Los adarves desprenden las palabras y los olores de la espera. Faltan aún dos horas para la medianoche y las voces se trocan lentamente en bisbiseos y chisteos que ya ruegan por el silencio obligado. No todos los que esperan podrán verle. Ya suena la esquila y el timbal; resuena el tambor en el silencio de la noche. Se yerguen las cabezas para ver su llegada. Cubren los hermanos su cuerpo con hábito benedictino, la cabeza tapada, el cíngulo de esparto a la cintura, guantes y zapatos negros, que zurean como palomas que levantaren su vuelo ante el paso del Cristo.



Ya llega, ya viene, se dicen unos a otros, sin que el aviso se troque en molestia. El silencio tiñe la madrugada de esparto. Los Adarves arrastran un tupido velo de silencios, rezos y lágrimas furtivas, como un río que se extenderá de nuevo hasta su sede. El tambor que marca el paso retumba en los estómagos y revuelve el vello en la epidermis.


Ha salido el Cristo Negro desde su capilla en la concatedral de Cáceres, a cuyos pies espera el día del juicio un obispo de la diócesis. La talla de madera negra, del siglo XIV, yace en su trono, un tercio levantada para que todos puedan ver la negritud de su muerte, como la blanca palidez con que revistiere a otros. El Cristo Negro lleva inclinada su cabeza sobre su brazo derecho; la pierna derecha abraza a su izquierda, unidas por los clavos que, con la lanzada, la corona de espinas y el martirio todo, le dejaron exangüe, toda ella derramada por el perdón de los pecados que redimiere a un mundo todavía irredento.


Han dejado su piar las aves del cielo, dormitando sobre los árboles; no planean las cigüeñas sobre las torres desmochadas; las farolas que dan luz a la noche parecen amortiguar la luz ya caída. Solo los hachones encendidos alumbran el paso de los hermanos que cubren con la capucha su anonimato. En la noche, el paso del Cristo Negro por los adarves cacereños es un aviso de la muerte, casi consumada; de la vida, a la espera. Cristo Negro ya expirado, que provoca el silencio de la vida que no habla, de la muerte que esperare las palabras ocultas. Todo consumado, en sus manos su espíritu; en los ojos, la fe; en el alma, la esperanza...



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