domingo, 24 de abril de 2011

EL SECRETO GUARDADO EN LA FILACTERIA

Pervive la Pasión hasta medianoche, cuando principia el tercer día, para cumplimiento de la escritura: “A los tres días resucitará.” (Mc. 19: 33-34) Sábado Santo de pasión y de gloria, a la espera, en que nada otra cosa hubiere hasta la vigilia pascual, cuando el cirio ilumine la fe de quienes creyeron en Él y su palabra.

Han despertado ya las aves del cielo: planean las cigüeñas y las golondrinas esperando al Resucitado; las palomas aguardan el Encuentro. Las mujeres sacan del arca sus mantillas –blancas, rosas—para tenerlas a punto en la mañana de Pascua.

Sábado Santo, día de descanso (sabbath en hebreo, cesar, descansar); séptimo día de la semana entre los hebreos, día de descanso consagrado a Yahvé en que no estuviere permitido trabajar; día de consagración al Hacedor del Universo y del tiempo, símbolo de la alianza sinaítica de la salida de Egipto. Todo es espera el sábado. Han tornado los animales a su triscar en los campos, tras la estampida del Viernes, porque ellos no entienden de días humanos, sino de sus necesidades por cubrir.

Han desaparecido los discípulos, como dijo el profeta: “Dice el Señor de los Ejércitos: hiere al pastor y se dispersará el rebaño” (Mt. 26-31); pero queda José de Arimatea, “un hombre rico, también discípulo de Jesús” (Mt, 27, 57-66); “un noble magistrado” (Mc) 15, 42-47); “un hombre bueno y honrado” (Lc 23, 50-56); “un discípulo oculto de Jesús, pero clandestino por miedo a las autoridades judías” (Jn, 19:38). Propietario del sepulcro de Jesús, hermano menor de Joaquín, el padre de la Virgen, tío-abuelo de Jesús, su tutor tras la temprana muerte de José; miembro del Sanedrín, tribunal supremo de los judíos, decurión del Imperio Romano; solícito a Poncio Pilatos para dar sepultura al Señor, con ayuda de Nicodemo, en un sepulcro nuevo recién excavado en la roca, en lo que hoy es basílica del Santo Sepulcro.

Hubiere leído José de Arimatea, una y mil veces, las filacterias, las cajitas en las que se encuentran pasajes de las Escrituras de la religión judía, en el principio como recuerdo de su salida de Egipto; después, cualquier rollo con citas, leyendas o símbolos. Su casa fuere el lugar de la última cena. Acusado de haber sustraído el cuerpo de Jesús, recibió la visión del Resucitado y la revelación del Misterio del que el Santo Grial es símbolo, y las palabras de Jesús: “Tú custodiarás el Grial y después de ti aquellos que tú designarás.” (Mt.- 27) En el año 63 después del Señor, José de Arimatea llega hasta Glastonbury, en las Islas Británicas, donde fundó la primera iglesia dedicada a la Virgen, en la que guardare el santo grial.

Hubiere otro secreto mayor que el de las filacterias; el del santo grial, el cáliz que José de Arimatea usó para recoger la sangre de Cristo, cuya búsqueda convierte la tradición en mito y este en leyenda, desde la piedra filosofal de los alquimistas y supuestas reliquias de los Templarios, hasta fuente de óperas y textos literarios, desde “Perceval o el cuento del grial” hasta “El círculo mágico”, de Katherine Neville.

Sábado Santo, día de espera y angustia hasta la resurrección anunciada, no creída por escribas y fariseos a pesar de lo que predijeren las Escrituras. José a la espera, los discípulos huidos, todo por terminar, el mañana por empezar. José de Arimatea permanece solo, a la espera, con su muerto en su sepulcro y la fe en su corazón, porque si resucitare, aquella no sería vana y la escritura tan temida por fariseos y saduceos se hubiere cumplido. Termina la Pasión, principia la Pascua, la nueva era de todos los tiempos que divide al mundo que no hallare la paz prometida que trajo el Señor, siempre trabajando por la paz, siempre preparando la guerra, como si el adagio latino “si vis pacem, para bellum” hubiere salido de su divina boca.

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