A más crisis, más paro; a más paro, más desamparo; tras el
paro, la separación y el divorcio; pero “lo que Dios une, que no lo separe el
hombre”. (Mt. 19, 3-12). El paro aumenta los divorcios, pero también las
uniones familiares a la sombra de lo que siempre unió al hombre: el dinero, no
tan solo la mujer con la que formare una sola carne. Antes, el hombre
abandonaba a su padre y a su madre para unirse a su mujer. Lo que Dios unió, lo
separan los hombres; lo que el trabajo unió, lo dividen los hombres, los
hombres nacidos para dividir y torturar y no para gestionar la producción y el
trabajo de todos. Sin trabajo y sin mujer, los hombres tornan a la casa del
padre para que él les alimente de nuevo, con la efímera pensión recortada que a
todos pudiere alimentar.
Crecen los
divorcios tras más de veinte años de matrimonio, con hijos adolescentes a las
puertas de la universidad y de la nada, en casa de la madre. Quienes
abandonaron la casa del padre, tornan a ella en busca de alimento. Los que
llevaron a sus padres a residencias, los rescatan para alimentarse todos con su
parca pensión. La calidad asistencial mengua. Todos morirán en casa, como se
hacía antes, en tiempos de la iguala, sin medicinas que aliviaran el dolor ni
farmacias para pagar o copagar las boticas. No habrá tanatorios para el
velatorio, sino los pequeños salones de la casa, a la espera de la inhumación…
¡Es la crisis! ¿Y antes: cuando nadie se divorciaba, porque no existiere tal
ley para quien deseare acogerse a ella; cuando los hijos abandonaban la casa
del padre para buscarse la vida, ni nadie que lo necesitare y pudiese pasaba
sus últimos días en residencias públicas o privadas, porque no las hubiere…?
La crisis
ha traído consigo también más divorcios y más apelaciones al rescate de la
familia. El divorcio no es signo de la crisis, sino de la pérdida de los
vínculos que antes unieren a los cónyuges: la alianza del amor (“Yo no estoy
enamorada de mi marido; le quiero, sí, porque es el padre de mis hijas, pero…”);
la incomunicación, la contradicción entre la libertad y el vínculo; la
infidelidad, la división, el amor como renuncia… La pasión es una etapa; el
amor, un camino; un “te quiero” sin tiempo. La crisis es una prueba; los
reveses de la salud y económicos, otra. Parece que no volverán los días
felices, y se olvidan las promesas y los juramentos, como los políticos
olvidaren los suyos, porque la política para muchos fuere un matrimonio de
conveniencia que da réditos y no ofrece problemas, sino solo a quienes nada
hubieren.
Antes que
el rescate de España, aún no solicitado, y que conllevará más sacrificios para
los de siempre, se ha producido un rescate inadvertido para los más, lo que
Rajoy llama “el silencio de los corderos”, que no protestan y nada dicen,
porque no salen a la calle, ante lo que Almodóvar se rebela y le contesta que
“no se apropie del suyo”. Se trata del “rescate” y vuelta a casa de los
mayores, residentes fuera del hogar, porque su mínima pensión diere de comer a
cinco de la familia que nada tuvieren. “Antes comemos nosotros que los glotones
de las privadas.”
Son, en
fin, otros efectos colaterales de la crisis, que buscan por un lado una mayor
libertad y, de otro, un recurso del que se careciere para subsistir. La unión
buscada y el divorcio sobrevenido, porque la palabra de Dios no existiere en
nuestras vidas, y las promesas y juramentos se los lleva el viento de otoño
como hojas caducas que pronto caerán sobre la tierra.
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