Tras el paro, la
corrupción es el mayor y más sentido problema de los españoles. El paro que nos
convierte en protagonistas indeseados; la corrupción como pacientes
espectadores y tributarios de ella. Los dos problemas, con mil y una ecuaciones
y efectos colaterales, se presentan como irresolubles en una sociedad que
parece que no hubiere matemáticos para despejar sus incógnitas. Incapaz de
frenar el paro que nos atenaza; sufridora ante una corrupción de la que no
fuere protagonista sino por parte de quienes hubieren de ser la solución y no
el problema, la democracia deviene en un estado de enfermedad crónica, en el
que las apariencias todas engañan.
El paro trae consigo la pobreza, la exclusión social, el
hambre, la huida hacia adelante, la marcha que buscare subsistir en los
paraísos terrenales donde el hombre y la mujer fueren tenidos y valorados por
sus méritos, honradez y entrega, y no por el color de su piel, ni por su raza,
sexo, religión y origen, ni menos aún por inútiles parentescos que transmutan
la esperanza, ya irreconocible, que parecía superada en un país que sufre hoy
otra peor pobreza: la infantil y la de sus padres, la esperanza perdida, la
resignación quebrada, desesperanzada, desilusionada, rota, quebrada, ante una
situación de la que ha sido víctima, y no parte. El paro, la corrupción y
determinada clase política, que ahora se echa a la calle a predicar y a buscar
el voto, han aniquilado a la clase media, sostén de España; ha convertido a los
pobres en más pobres y ha hecho más ricos a los ricos...
La corrupción emerge como desaliento en un país que ha
tratado de desasirse de los males que atenazaban a la sociedad y que, en
tiempos de crisis, los listos de ocasión aprovechan como río revuelto para
ganancia de pescadores ilustrados. La
corrupción aumenta el fraude a Hacienda, ha declarado solemne
el fiscal general del Estado. En un país de pícaros, la picaresca resucita para
sobrevivir. Primum vivere, deinde
philosophari (primero, vivir; después, filosofar). Teorizan los que se
dedican a teorizar sin los pies en el suelo, porque hubieren y tuvieren otros
mundos de yupi, sobre una filosofía vitalista con raíces en otro mundo y no en
este, como en el "Diálogo entre Babieca y Rocinante" en El Quijote,
en el que el corcel del Cid Campeador se dirige al otro de su señor amo, y le
confiesa:
--Metafísico estáis...
--Es que no como..., responde Rocinante.
Y, así, devienen contra el Estado la prevaricación, el
cohecho, la malversación de caudales públicos, el fraude a Hacienda, la
economía sumergida, la desafección y el descrédito hacia la clase política,
actora y benefactora de ella... No es que sean necesarios más fiscales que la
atajen, ni una mayor colaboración entre los organismos que la persigan, ni
profesionalizar la vida política, sino restaurar los pilares del Estado resquebrajado
que da origen a aquella; y la regeneración de España, con una Justicia y eficaz
y no eterna; con un Tribunal de Cuentas fiscalizador; con unos fiscales que
dividan las causas y se las repartan para evitar los macrojuicios eternos, cuya
posible pena ha expirado cuando concluye la instrucción... Son los efectos
colaterales de la corrupción, los visibles efectos del paro..., la
democracia imperfecta a la que se refiere Fernández Vara,
siempre perfectible por todos a una, como en Fuenteovejuna, de Lope:
--¿Quién mató al Comendador?
--Fuenteovejuna, señor...
--¿Quién es Fuenteovejuna?
--Todo el pueblo a una, señor.
El pueblo que solo busca Justicia..., una rebelión contra
la tiranía cada día más sufrida y doliente.
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