En principio fue la
palabra de honor, cuando el honor fuere la cualidad moral que llevare al
cumplimiento del propio deber respecto del prójimo y de uno mismo; la gloria o
la buena reputación hijos de la virtud, del mérito o de las acciones heroicas,
trascendida a la persona que se la granjeare. En el terreno del honor, no
existiere más palabra que el honor; la guardia de honor rinde tributo a quien
honrare la palabra con su honor; la matrícula de honor es tributaria del
trabajo del buen estudiante quien, por su honor, recibe un "meritisimus
cum laude", la nota muy merecida con alabanza; en el campo del honor, se
anteponía su cuidado a la vida misma.
El honor se ha vaciado de contenido. La palabra de honor no
existe ya como documento no escrito que valiere como fe notarial. Solo la
palabra tradujere antes el honor ya perdido; sinónimo de aquella, las manos
unidas sellaban un acuerdo tan valedero como la propia vida, porque en ese acto
iba implícito el honor de las personas que lo refrendaren; pero, quién hablare
hoy de honor; quién hiciere honor a su palabra; dónde la palabra de honor
perdida, el honor perdido de la palabra, transmutada en una vaciedad sin
sentido, como si el honor no lo hubiere, intrínseco y extrínseco a la propia
palabra. Tan solo quien hubiere el honor por lema, la Guardia Civil --"el
honor es mi divisa"--, artículo 1º de su Reglamento, que debe conservar
sin mancha porque, perdido, no se recobrare jamás. El honor es aquí cualidad y
espíritu, vehículo para el cumplimiento del deber; sinónimo de honestidad y
honorabilidad, derivaciones del honor que trascienden al propio actor que lo
encarnare, como recordare Calderón en "El alcalde de Zalamea":
"Al Rey, la hacienda y la vida se ha de dar, pero el honor es patrimonio
del alma y el alma, solo es de Dios." (Jornada 1, escena XVIII, versos
869-876), o la exaltación del honor. Así, los guardias exaltan su lema
cantándolo en su himno: "Instituto, gloria a ti, / por tu honor quiero
vivir,/ viva España, viva el Rey,/ viva el orden y la Ley,/ viva honrada la
Guardia Civil."
La Patria común e indivisible de todos los españoles es
ahora "este país", en alusión a alguna nacionalidad reconocida que
pretendiere independizarse de ella. No sinónimo de patria y si usted lo dijere,
sería llamado despectivamente "españolista"... La blasfemia, antes
prohibida en letreros a las entradas de las ciudades, se ha convertido en lugar
común, en interjección, y conjunción copulativa que pretendiere unir oraciones,
y eliminado su castigo del Código Penal, como si a nadie ofendiere... La
bandera nacional, símbolo de la patria, es un objeto que se esconde, en
detrimento de las enseñas de las comunidades que lucen los clubes deportivos en
sus camisetas, o como distintivo en sus cogotes, para indicar su origen... El
Himno Nacional es silbado y pitado durante su interpretación en los estadios...
El Rey. símbolo de la unidad y permanencia del Estado, es vilipendiado como, si
en lugar de ser su primer soldado y servidor, fuere un soldado sin honor...
Perdido el honor de la palabra, no otra cosa puede
esperarse: que valga más una lengua autonómica, y fuere más mérito en
oposiciones para quienes la conocieren, que el castellano, lengua oficial del
Estado, para todos, convirtiendo su conocimiento en un principio de
desigualdad, en lugar de multiculturalidad lingüística; que nuestros
estudiantes estén a la cola de Europa; que la televisión, principal escuela
pública de una mayoría, sea una ventana abierta a la enseñanza y propaganda del
insulto y la zafiedad, y no de culto a los valores que encarnan el honor; que
palabras, antes sagradas, carezcan hoy de sentido y significado... Ya no hay
palabra. Hemos perdido su honor, el honor de la palabra, la palabra de honor
que nos distinguiere en otro tiempo, como a los hombres y mujeres que la
hubieren y honraren porque la tuvieren por divisa y lema. Solo nos quedan los
guardias y soldados para hacer del honor algo más que una palabra...
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