La Montaña la han patrimonializado los ciudadanos que
construyeron sobre su falda, mirando a Cáceres, urbanística, geográfica y medioambientalmente, hiriendo de
muerte un paisaje antes limpio con las heridas que restañan en la mirada las
blancas construcciones alternadas sobre ella. A falta de normativa reguladora,
el abuso de unos cuantos y la omisión de otros, en el devenir del tiempo, la Montaña
de Cáceres ha sido tan herida por este y sur, como la de Santa Bárbara en
Plasencia frente al Jerte. Solo faltaren aquí los modernos molinos de viento
que terminaren de matarla, aunque el alcalde esgrima como lanzas quijotescas el
fuerte
rechazo social que estos causarían a la ciudad en lo
alto de la sierra, tan enrevesado jurídicamente como lo fuere el Residencial
Universidad cacereño, que no viere su definitiva
aprobación hasta 2011, por un auto del Tribunal Superior de Justicia de
Extremadura, cuando la Asociación de Propietarios de la Umbría y la Solana de
la Montaña, solicitó la demolición de las viviendas construidas, según una
sentencia de 2003.
La Montaña y Santa Bárbara, topónimos propios de
lugar, sagrados para cacereños y placentinos. La montaña como lugar físico, que
deviene en nombre propio en Cáceres, por el santuario de su patrona, en la
cima; por los nombres con que fueren bautizadas y conocidas muchas de sus
mujeres, al amparo de su protección y advocación de madre espiritual en este
valle de lágrimas... Santa Bárbara --virgen y mártir del
siglo III-- naciere en Nicodemia, próxima al mar de Mármara, que une las aguas
del mar Negro y del Egeo, como en Plasencia mirare sobre las torres
catedralicias. Su padre la encerró en una torre para evitar que los hombres admiraren
su belleza y la sedujeran, o para evitar el proselitismo cristiano. En su
ausencia, se convirtió al cristianismo y ordenó construir tres ventanas en su
torre, símbolo de la Santísima Trinidad.
Enterado de su simbolismo, su padre quiso matarla. Huye Bárbara y se refugia en una peña abierta para ella. Atrapada en
él, se enfrenta al martirio. Atada a un potro, es flagelada, quemada con
hierros de fuego, decapitada en la cima de una montaña, fulminada por un rayo
que le diere muerte. Desde entonces, patrona de la artillería, de ingenieros y
zapadores, y, así, tan sólo nos acordamos de ella cuando truena... En la
iglesia de San Juan del Hospital de Valencia se halla la columna en la que fue
martirizada. En Cáceres, patrona de Guijo de Santa Bárbara; y venerada en el
cementerio de Serradilla, donde los vecinos le rezan para que traiga la lluvia
sobre los campos... La Montaña y Santa Bárbara, nombres de vírgenes y de
santas; nombres de infantas nacidas bajo su amparo y protección.
Y si Cáceres no sube a la Montaña, la patrona de su nombre baja
a ella todos los años. Mañana regresa a su santuario, día de la Montaña, día de la madre, tan patrimonializada
por unos como topónimo como por políticos y comerciantes sin escrúpulos que se
arrogaren para sí una exclusiva que no les competiere, porque la Montaña y Santa Bárbara son de todos los cacereños y placentinos, fueren del
credo político que fueren, porque la fe les une más que aquel les separare.
Nada ha gustado una foto, junto al mayordomo, solicitada, buscada, y
amplificada por algunos medios, en la que el presidente
de la Junta de Extremadura la visita en la concatedral
de Santa María, acompañado por el recién electo candidato de su partido a las
elecciones Europeas del próximo día 25. "No es eso, no es eso", dijo Ortega y Gasset sobre el gobierno
republicano en 1931. Si católicos fueren y veneración hubieren por Ella, pónganse
como cualquier fiel para pedirle por sus intenciones y guarden cola para besar
su manto. Lo contrario, y hacerse la foto con Ella, es pretender patrimonializar
a la patrona de todos los cacereños como arma electoral. Y hasta ahí podríamos
llegar... Con la Montaña y Santa Bárbara no se juega. Hagan ese
juego en la Asamblea, que es su lugar; pero no conviertan el templo de Dios y
de su Madre en una casa de mercaderes..., porque eso es desacralizar el templo,
con el debido respeto al que ustedes faltaren...
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