En
1990, la escritora María Dolores Maestre
publica un libro sobre los once viajeros ingleses, que cruzaron la geografía
extremeña durante los siglos XVIII y XIX[1].
Desde 1760 hasta 1843, señala en su Presentación, "son 83 años de vida extremeña, de avatares políticos,
en los que Extremadura, aunque un tanto apartada, tuvo que participar. Son, por
lo tanto, 83 años de vida extremeña y de historia de España".
Uno de los once viajeros incluidos
en la obra es Richard Ford (Londres,
1796-Exeter, 1858), quien pasó en España tres años (1830-1832), y viajó por
Extremadura durante los años 1831 y 1832. La primera vez, según la autora, el
06/04/1831, realizó el itinerario Jaraicejo, Fuente de Cantos, Sevilla; y la
segunda --del 13 al 15 de mayo de 1832--, en que hizo el viaje de sur
a norte hasta Santiago. En su conocida obra Manual
para viajeros por España y Portugal[2],
incluye sus notas sobre Mérida.
Ford
la define como "una ciudad limpia, económica y aburrida", con una
población de 4.000 habitantes, en la que hay dos posadas. Para el viajero
inglés, Mérida es la "Roma de España" por los "estupendos y bien
conservados monumentos de la antigüedad que posee". Recuerda que la ciudad
llegó a ser la capital de la Lusitania y señala que su esplendor, que se prolongó
hasta el siglo IV, fue descrito por Prudencio
en sus himnos sobre la muerte de su patrona, santa Eulalia.
Los godos, según el autor,
"usaron Mérida con amabilidad". Sala,
Duque de Toledo, reparó el puente romano en el año 686: asentaron la sede
metropolitana, dignidad que fue transferida a Santiago. Muza y los moros que llegaron a atacarla exclamaron: "Debieron
convocar al mundo entero para construir una ciudad así." Mérida conservó
sus templos, credo y obispos; construyeron el Alcázar en el 835, "y la
importancia de la Mérida árabe puede colegirse del hecho de que en algunas
ocasiones fue residencia del Califato de Córdoba". Mérida fue tomada a los
moros por Alfonso X el Sabio el 19
de noviembre de 1229, fecha en que la ciudad y provincia iniciaron su declive,
aunque durante los romanos y los godos fuere "Urbe potens, populis
locuples" (ciudad poderosa, densamente poblada). Desde ese día, la ciudad
fecha su declive y no conserva más que su nombre y las ruinas del pasado,
consideradas como "viejas piedras sin utilidad", incluso por Ponz, a quien cita la autora, que
fueron "una cantera de extracción para los habitantes".
Mérida, relata el viajero inglés, es
un museo sobre y debajo de tierra: 104 inscripciones han sido catalogadas y
están en la Academia de la Historia; fueron descubiertas 36 monedas diferentes,
cuyo reverso más común es una puerta con una torre, con las palabras
"Augusta Emerita", que son aun hoy las armas de la ciudad.
Sin embargo, aprecia Ford que "Mérida es única en
España, y con seguridad, rival en muchas cosas con la propia Ciudad
Eterna". Recuerda el puente romano
de 81 arcos, mandado construir por Trajano,
reparado por godos y moros y por Felipe
II en 1610. El Alcázar romano y árabe; el castillo, construido por los
romanos y con adiciones de los moros; a continuación el Palacio Episcopal y el
que construyeron los caballeros templarios, de quienes procede su nombre,
"El Conventual, "tomado y arruinado por los franceses, contra los que
Mérida estuvo constantemente guarnecida debido a su vecindad con Portugal",
y cuya capilla, que había resistido hasta el bárbaro infiel, pereció. No olvida Ford el arco de Santiago, de 44 pies de alto, construido por Trajano, convertido en una carcasa, ya
que le arrancaron su cubierta de mármol.
Cerca del arco está el Palacio, mitad romano, mitad árabe, del Conde la Roca, un diplomático de Felipe IV, en cuyo patio abierto y
destruyéndose, hay una pintura del conde presentando sus credenciales al Dogo
de Venecia en 1630 que, en cualquier otro país, un cuadro de familia como este,
estaría protegido por un cristal.
Aconseja visitar "La Casa de
las Cerdas", en la que hay un pozo construido por fragmentos
corintios; la "Casa de los Corvos", construida como la Casa de la
Aduana de Roma; el Foro, junto al convento de los Descalzos; la Vía Lata,
llamada Vía de la Plata; el puente romano de cuatro arcos, que cruza el arroyo
Albarregas y, junto a él, el gran
acueducto "una de las más grandes reliquias de la antigüedad en la
Península o en el mundo. Diez arcos están en perfectas condiciones, resisten 37
fustes de columnas, algunos son de 90 pies de alto... Llamado "Los
Milagros", aquí puede el extranjero sentarse y esperar la musa de una tarde tranquila, "monumentos
--observa Ford-- que nada tienen que
ver con la Emerita actual. Pertenecen a otra era y a un pueblo distinto, y han
sobrevivido a los nombres de sus fundadores. Aquí están grises y quebrados,
pero se mantienen erguidos, sustentando nada más que el peso de los siglos.
Recuerda, por último el Circus maximus,
el Teatro llamado "Las Siete Sillas" por las siete divisiones de los
asientos; el Anfiteatro, o la Naumaquia; el convento de santa Eulalia, "El Hornito", en el que la pequeña patrona
de la ciudad fuere horneada...
[1]
Maestre, María Dolores: 12 viajes por Extremadura. Los libros de
viajeros ingleses. 1790-1843, Patronato de Turismo y Artesanía de la Excma.
Diputación de Cáceres y Caja Salamanca, Plasencia, 1990.
[2] Ford,
Richard: Manual para viajeros por
España y Portugal, Parte I, Londres, John Murray, 1845. incluye la ruta LV,
de Badajoz a Madrid, en la que visita Mérida, Medellín y Trujillo.
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