martes, 4 de julio de 2017

CAÑAMERO, EN LA PUERTA DE LAS VILLUERCAS

 
        La localidad cacereña de Cañamero ha sido conocida más como la entrada a la puerta de las Villuercas y por sus caldos que por el tesoro artístico de sus abrigos rupestres y la riqueza de su parroquia y ermitas. Así lo reconoce el cronista oficial de la localidad, Esteban Cortijo, en el prólogo de esta nueva obra del escritor y académico correspondiente de la Historia, José Antonio Ramos Rubio, que viene a llenar un vacío más sobre la historia, manifestaciones artísticas y tradiciones de nuestros pueblos[1].
           
        Cañamero se sitúa entre  Logrosán y Guadalupe, en una zona que sorprende  por su  belleza y singularidad y que, a pesar de encontrarse a la sombra del monasterio, constituye un municipio per se, por su diversidad, su medio natural, sus restos arqueológicos, sus manifestaciones artísticas y su caserío, según el autor. Perteneciente al partido judicial de Logrosán, tiene una extensión de 156,86 kilómetros cuadrados, con una red hidrográfica representada por el río Ruecas, afluente del Guadiana, donde se asienta el mayor conjunto de pinturas rupestres esquemáticas de la provincia. Sobre el río se construyó a mediados de los 80 la presa del Cancho del Fresno, con una cabida de 15 hectómetros cúbicos, y que da lugar a la formación de un pequeño mar rodeado de montañas, que permite poner en regadío unas 800 hectáreas en las vegas del Ruecas y del Cuvilar.
 
El vino de Cañamero extiende cada día más su fama de excelente caldo. Su producción ha dado renombre mundial a la localidad. Los monjes jerónimos de Guadalupe  tuvieron excelentes viñas, que dirigieron desde el monasterio. Las viñas que se plantaron a finales del siglo XIX eran las de clase marfal, garnacha y alarije, que fueron arrasadas por la filoxera entre 1909 y 1914. A partir de 1915 entran plantones americanos y en ellos se injertaron los tres tipos que hoy abundan más: morisca, alarije y marfal. La mayor parte de la uva de Cañamero procede de las viñas envejecidas, y poseen una gran calidad que le viene de las características del terreno pizarroso y de unas condiciones climáticas idóneas por el clima seco de las llanuras extremeñas y el frío de las cimas del macizo de las Villuercas.
 
Cañamero perteneció a la extensa Tierra de Trujillo y está íntimamente ligado  a su historia, que estuvo en manos musulmanas desde el año 714. Las Órdenes Militares jugaron un papel decisivo en la reconquista. En el año 1195, en la batalla de Alarcos,, el maestre de la Orden del Pereiro, don Gómez, destacó notablemente y Alfonso VII le donó tres mil áureos, Trujillo, el castillo de Santa Cruz, y los castillos y villas de Albalat y Zuferola. El nombre de Cañamero aparece documentado por primera vez en 1353, cuando se produce el deslinde y amojonamiento del ejido de la localidad. Tras la reconquista de Trujillo en 1233, se repuebla el territorio, ejerciendo su dominio sobre un gran señorío. Desde la Baja Edad Media, se convirtió en la segunda Comunidad de Villa y Tierra más extensa de Extremadura,  con gran número de aldeas y lugares supeditados fiscal y económicamente a la Ciudad de Trujillo.
 
Entre 1492 y el siglo XVIII, los europeos realizaron una gran labor de descubrimiento, conquista y colonización del Nuevo Mundo, siendo Extremadura la que envió un ingente número de conquistadores, evangelizadores y colonizadores. Uno de los principales conquistadores naturales de Cañamero fue Juan García de Cañamero entre 1518 y 1521, en la conquista de México, así como Francisco Hernández Cañamero, vecino de México en 1537.
           
En el término municipal de Cañamero destaca la presencia de un importante núcleo de pinturas rupestres esquemáticas, el más denso de la provincia de Cáceres, formado por más de una decena de estaciones distribuidas a ambos lados del Ruecas, y que constituye uno de los complejos de pintura rupestre más importantes de la región, con más de setenta lugares documentados hasta la fecha. Durante el Calcolítico hacen su aparición los primeros poblados situados en los riscos de la localidad, que darán lugar a grabados y pinturas rupestres en las covachas y abrigos de las rocas cuarcíticas, destacando los temas de caza y pastoreo. La Cueva Chiquita o de Álvarez destaca por sus dimensiones y la cantidad y variedad de sus figuras pintadas. Aparece mencionada por primera vez en 1915 por Juan Cabré, una vez descubiertas las pinturas por Tomás Pareja, y se vuelven a mencionar un año después cuando la visitó el abate Henri Breuil. Mélida publica las primeras fotografías de las pinturas, estudios que se verán ampliados en 1952 por Hernández Pacheco, en 1969 por Fernández Osea, en 1976 por el geólogo Juan Gil y el profesor Antonio Rodríguez de las Heras; en los años 80 por los investigadores González Cordero y Manuel de Alvarado y en 1990 por los estudios de García Arranz y Pizarro.  Aunque la roca está muy ennegrecida por la acción del humo, presenta zonas muy lisas propicia para las pinturas. En la cueva se localizan cuatro zonas con varios paneles, en los que se encuentran figuras muy variadas, destacando las representaciones humanas con piernas y sin ellas, con formas de cruz. El geólogo Juan Gil ha descubierto varios abrigos en Cañamero junto a Graciano Bau en 1972. En La Madrastra se han localizado barras verticales distribuidas en tres hileras superpuestas en altura paralelas entre sí. Otro conjunto de pinturas fue descubierto por Juan Gil Montes y su esposa Rosa Rojo en agosto de 1976 en el Risco de las Cuevas, y en 1974 hallaron las pinturas de la denominada "Cueva de la Rosa" y el Abrigo de los Vencejos. Otros abrigos, como el de la Asunción, fue descubierto en 1976 por estudiantes universitarios. La Cueva Chiquita o de Álvarez y el Cancho de la Burra se hallan a siete kilómetros del pueblo, hacia el sur, en la margen derecha del Ruecas. La Cueva de Álvarez se sitúa a cuatro kilómetros del pueblo y es la más conocida desde que la visitara Breuil en 1916. A finales de los 70. Juan Gil Montes descubrió la covacha o abrigo de "El Batán" en el extremo meridional de la Sierra del Pimpollar y, a finales de los 80, un guarda forestal descubrió algunos paneles pictóricos en el Risco de El Citolar.
 
 Cañamero vivió una etapa de prosperidad artística entre los siglos XVI y XVIII, llegando a contar con siete ermitas: Los Mártires, San Miguel, San Juan, San Bartolomé, Santa Ana, Santa Teresa y Nuestra Señora de Belén; tres hospitales para pobres y un pósito. Subsisten las ermitas de Santa Ana y Nuestra Señora de Belén.
 
La localidad cuenta con un interesante crucero pétreo, de mediados del XIX, además de la conocida como Cruz de Andrada, situada en la Ruta de Isabel la Católica, levantada en memoria de un recaudador de impuestos asesinado por asaltadores de caminos en el año 1844. La iglesia parroquial de Santo Domingo de Guzmán es el edificio más importante del municipio, fundada por el dominico valenciano cuando predicó en la localidad para conseguir la conversión de los judíos.
 
        Cañamero es también un enclave rico en tradiciones populares, entre ellas la fiesta de los quintos, el 24 de enero, en que estos trasladan a la patrona desde su ermita hasta la iglesia, donde se celebra una misa y después, una fiesta campestre. En febrero tienen lugar los Carnavales. El 18 de marzo, antes de la festividad de San José, se celebran las luminarias, con las tradicionales hogueras de los barrios. En Semana Santa destacan las procesiones, sobre todo la del Santo Encuentro, que tiene lugar el Sábado de Gloria, mientras que el Domingo de Resurrección es el "día del bollo", en que el pueblo sube al castillo y se celebra una merienda con bollos y bebidas. La fiesta principal se celebra el lunes de Pascua, con la romería a la Virgen de Belén. El 26 de junio se celebra a Santa Ana y del 4 al 8 de agosto las fiestas patronales en honor a Santo Domingo de Guzmán.
 


[1] Vid.: Ramos Rubio, José Antonio: Cañamero, puerta de las Villuercas. Ed.: Bodegas Ruiz Torres, Depósito legal: BA-24372017, 130 págs.

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