En plena dictadura franquista, los vecinos de Granadilla en Cáceres se vieron obligados a abandonar sus hogares por la construcción del embalse de Gabriel y Galán. Aunque las aguas anegaron la mayor parte de los terrenos cultivables, nunca llegaron a las casas por lo que, legalmente, podrían ser revertidas a sus dueños. Declarado Conjunto Histórico-Artístico, estudiantes de toda España se afanan ahora en rehabilitar el pueblo para devolverle la vida perdida.
“¡Váyanse ya! ¡Y que no quede ninguna silla!” Félix Pinero tenía catorce años cuando tuvo que abandonar a la fuerza el pueblo donde había nacido, Granadilla, al norte de Cáceres. Cincuenta y dos años después del desalojo aún recuerda cómo las fuerzas de seguridad franquistas les presionaron a él y a su familia para dejar su hogar con premura. El motivo fue la construcción del embalse de Gabriel y Galán aprobada por Franco. El pueblo iba a ser engullido por las aguas.
El Consejo de Ministros aprobó el decreto de expropiación de todas las viviendas y terrenos del pueblo en 1955 y los desahucios se prolongaron hasta 1965. “El municipio desapareció como tal por Decreto 1347/1965 de 6 de mayo”, detalla a Sinc Pinero, periodista y escritor, que se marchó a Cáceres.
El municipio quedó aislado, convertido en una especie de península cuyo istmo es una única carretera que lo comunica con la localidad vecina.
Pero las aguas nunca llegaron al pueblo. Anegaron la mayor parte de las tierras cultivables, por lo que el municipio quedó aislado, convertido en una especie de península cuyo istmo es una única carretera que lo comunica con la localidad vecina de Zarza de Granadilla.
Incomunicado por el agua
“Todo lo que tenga que quedar inundado por un embalse debe estar expropiado y su titularidad, pasar al Estado. Es lo que se conoce como Dominio Público Hidráulico”, señalan a Sinc desde la Confederación Hidrográfica del Tajo.
Como las aguas no llegaron a las casas, “es posible revertir a sus legítimos dueños las tierras que iban a ser ocupadas por un embalse”, según las mismas fuentes. Pero Pinero no es partidario de volver a habitar el municipio. “No tiene sentido: sin agua, sin luz, sin recursos… Habría que ir todos los días al pueblo más próximo para ello”, afirma.
En los años 60, cuando la luz eléctrica y el agua corriente empezaron a instalarse en las localidades españolas, Granadilla fue la oveja negra. El inminente desalojo provocó que las autoridades no quisieran invertir ni una peseta en mejorar sus infraestructuras. Según el decreto firmado por Franco, la titularidad de la mayor parte de su término municipal pasó a Zarza de Granadilla, excepto los terrenos de la margen derecha del río Alagón, que le correspondieron a Mohedas de Granadilla.
En opinión del actual alcalde de Zarza de Granadilla, Jesús Carlos Alonso Hernández, aunque el agua no llegara hasta las casas, desocupar Granadilla fue una decisión acertada. “Como el pantano inundó gran parte del término municipal, donde se encontraban las tierras fértiles, habría sido muy difícil continuar viviendo allí”, mantiene el regidor.
En busca de una nueva vida
Los más de mil habitantes del municipio se vieron obligados a buscar un nuevo lugar donde volver a empezar. Algunos se fueron a la localidad vecina, pero la mayoría se desplazaron a Alagón del Caudillo –hoy rebautizado como Alagón del Río–, un pueblo de nueva construcción, con tierras de regadío surgidas gracias al embalse. Situado a unos 60 kilómetros de Granadilla, el municipio se creó en la década de los 50 con el fin de acoger a las diferentes familias desalojadas por la construcción de los numerosos pantanos de la época.
Otros destinos fueron Plasencia, Salamanca, Cáceres, Madrid y ciudades de Navarra, País Vasco y Cataluña. Para Pinero, lo único positivo del destierro fue que muchas familias emigraron a cinturones industriales de grandes urbes, por lo que los descendientes ya no estaban obligados a ser agricultores o ganaderos como sus padres. Podían estudiar en la universidad y buscar mejores trabajos.
Mientras la población rehacía su vida en otros lugares, Granadilla se iba consumiendo. Lo poco que quedaba en las calles y en las casas abandonadas, como las rejas de las ventanas, fue saqueado. En quince años la fuerza de la naturaleza convirtió al pueblo en un muerto viviente, con tejados arrancados por las tormentas y la maleza como único habitante.
La situación mejoró en 1980, cuando la localidad fue declarada Conjunto Histórico-Artístico y pasó a formar parte del Programa de Recuperación y Utilización Educativa de Pueblos Abandonados.
“En 1984, el Ministerio de Obras Públicas y Urbanismo, actualmente el Ministerio de Fomento, efectuó la rehabilitación y restauración arquitectónica de Granadilla, adecuando las infraestructuras y servicios mínimos en casas y elementos singulares”, informan a Sinc fuentes de la Subdirección General de Cooperación Territorial del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte.
Educando con ovejas y azadas
Rehabilitado el núcleo del pueblo, comenzaron las tareas educativas. Desde 1984, han participado durante el periodo escolar y estival unos 263.000 estudiantes, de 3º y 4º de la ESO, formación profesional, ciclos formativos de grado medio y Bachillerato. El objetivo, acercar la vida rural a los jóvenes.
Jacinto Regodón lleva desde 1988 trabajando como educador en Granadilla. Lo que más le gusta del programa educativo es el contacto con los jóvenes y los lazos que se crean entre ellos. “Siempre van a recordarlo como una experiencia que marca sus vidas”, asegura a Sinc. Prueba de ello es la comunidad de Facebook que han creado, en la que jóvenes y adultos que estuvieron hace años rehabilitando el pueblo comparten sus recuerdos.
Uno de los centros que ha participado este año es el instituto Valles de Gata de Hoyos, en Cáceres. “Se realizaron distintos tipos de talleres relacionados con la vida rural, de carpintería, agricultura, ganadería, apicultura, jardinería, alfarería y taller de cuero, entre otros”, enumera a Sinc Ana Benítez Cáceres, una de las profesoras del centro que acompañó a los alumnos.
Para los jóvenes supone una aventura dormir en un pueblo deshabitado, en casas rehabilitadas cuya electricidad se genera con grupos electrógenos y placas solares. El agua proviene del pantano, gracias a una bomba y a un sistema de potabilización. Un profesor duerme con los alumnos y también se quedan educadores de guardia.
Sin el programa de recuperación, el pueblo no sería hoy más que unas ruinas.
A la espera de la rehabilitación plena
Pero los alumnos no rehabilitan casas. Regodón recalca que eso le corresponde al ministerio. Debido a la crisis económica, en los últimos años no se han recuperado más instalaciones y las labores se limitan al mantenimiento de las ya restauradas. Junto a los estudiantes, los turistas pueden pasear por sus calles dentro de un horario establecido.
A la pregunta de si el pueblo debería volver a habitarse, el educador tiene muchas dudas. “Me planteas un dilema. A mí me gusta el programa educativo y es por lo que estoy aquí”, aduce. Una opinión que comparte Pinero. “Granadilla fue expropiada y abandonada, el municipio desapareció como tal, pero aún tiene la vida que le dan los estudiantes”.
Según el periodista, sin el programa de recuperación –que se está llevando a cabo también en Búbal (Huesca) y Umbralejo (Guadalajara)– el pueblo no sería hoy más que unas ruinas. Pero falta mucho por recuperar.
“Las casas no recuperadas se van cayendo lentamente y algunas ya rehabilitadas, tras la falta de inversión por la crisis, se van deteriorando”, arguye. Si estos trabajos se paralizan, el destino de Granadilla será el de tantos otros pueblos desaparecidos, por encima o por debajo de las aguas.
La villa de los tres destierros
Desde que los árabes la fundaran en el siglo IX, la historia de Granadilla se ha repetido de forma cíclica. “El pueblo de las tres culturas desterradas, allí nacidas, y criadas y de allí expulsadas: los árabes, sus fundadores, por la Reconquista; los judíos, por su fe; los cristianos, por el desarrollismo franquista”, relata Pinero en su libro Una mañana sin luz en Extremadura (2014).
La colina de pizarra sobre la que se asienta el pueblo convenció a los musulmanes para fundar ahí el municipio, con una clara finalidad estratégica. Fernando II de León lo reconquistó en 1170 y le dio el título de villa, expulsando a sus fundadores y amurallándola. Desde 1446 hasta 1830 fue regida por la Casa de Alba, quien construyó su imponente castillo. “Entre finales del siglo XIX y principios del XX tuvo notaría y registro de la propiedad. Incluso hasta mediados del XIX contó con juzgado de primera instancia e instrucción”, destaca el periodista.
Cada año, los vecinos suelen acudir al pueblo en dos días señalados: el 1 de noviembre para recordar a los difuntos y el 15 de agosto, por la festividad de su patrona, la Asunción. “Casi nadie ha roto el vínculo con su pueblo aunque muchos no volvieron jamás porque los recuerdos que les traía les daban mucha pena”, cuenta Pinero.
(Publicado en la agencia SINC por Laura Chaparro, el 08/07/2017)
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