jueves, 14 de febrero de 2019

AMOR Y LENGUA EN TIEMPOS DE CRISIS

 
           La crisis no frenare el amor, si acaso las manifestaciones lingüísticas con que aquel se expresare. El feminismo radical ha puesto frenos de pies y manos a la libre expresión con que los amantes se manifestaren el amor que se profesaren, o la simpatía, el afecto y, por qué no, el cariño que brota del roce, el mismo que procrea el cariño. Del "querida Soledad" a modo de salutación en una carta, hemos pasado al "hola Paco", naturalmente sin admiraciones ni coma que lo criaren, no vaya a ser que se lo crea el muy tunante. Nada puede creerse el así considerado por la dama cuando ni siquiera se reconocieren de vista, menos aún conocerse.
          
            Del beso en las mejillas hemos pasado a unir nuestras caras, más por parte de la mujer que de los hombres. De los dos besos a uno solo (la mujer francesa ofrece tres físicos al hombre: izquierda, derecha, izquierda...) Es en la escritura, empero, donde más se manifiesta el amor condensado, el mismo que vemos presencialmente en unos y que en otros se revela generoso. Algunas mujeres se despiden con "un beso" y otras, por wasap, te envían "mil besos", con tres emoticonos ilustrativos del ósculo. ¡Y eso que no se ven ni se rozan! ¿Lo dirá, en verdad, nuestra amada, o será, simplemente, una forma de decir? En el encuentro físico, quizá los mil besos se reducirían a dos virtuales; es decir, con un simple ayuntamiento de las mejillas.  El "hola" ha sustituido al "querido", "estimado", "apreciado", "recordado", "añorado", "anhelado"..., sinónimos del amor no compartido, pero no tan alejado del vínculo que nos uniere. "En un beso sabrás todo lo que he callado", decía Neruda, dicho al amor con derecho a roce como, si dándolo físicamente, quisiere decirle lo que nunca dijere con palabras. Lo mismo le ocurriere a los amantes de Teruel, Diego e Isabel.  El primero no poseía riquezas ni hacienda; pero ella se prestó a una espera de cinco años. Peleando con los moros, logró en cinco años cien mil sueldos; mas Isabel no pudo esperarle, acuciada por su padre para que tomare marido. Cuando Diego volvió, la halló casada y, entrando en su recámara, le rogó: "Bésame que me muero." Ella repuso: "No quiero" y Diego cayó muerto a sus pies... Nuestro escultor Juan de Ávalos inmortalizó a los amantes de Teruel en el mausoleo de la iglesia de San Pedro de la ciudad aragonesa. Diego e Isabel, con sus manos extendidas, no llegan a tocarse, como un símbolo del amor frustrado e imposible, como el de Romeo y Julieta.  Escribo a una dama conocida y me dirijo a ella como "querida"; ella, sin embargo, se frena y se dirige a mí con un "hola" desprovisto de la admiración que se le supusiere y la coma debida antes del nombre, ausente de simpatía, afecto y cariño, por muy cliente que me considere y por amigo que me tenga.
            Alguien dijere que "el amor tiene el poder de unir a dos personas que todavía no se conocen". ¿Y cómo expresar ese amor sin alas no solo en tiempos de crisis, sino más aún en tiempos de reduccionismo lingüístico, de la mano y de la capacidad de síntesis de los caracteres abreviados de las redes sociales? El atrevido, aun jugándosela, escribe en un wasap; tqm (acrónimo de te quiero mucho), esperando, en vano, una respuesta solidaria a su atrevida declaración. Quizá reciba por toda respuesta un "qué cosas dices...", creyéndose la receptora la literalidad de la declaración como si hubieren relaciones. Muchas veces suspiramos, ya en el lenguaje oral, ya en el escrito, por alguien a quien echamos de menos o en falta en determinados momentos. "El suspiro es el aire que nos sobra por alguien que nos falta", más presente en la vida que por la ausente de ella. Suspiramos más por los vivos que por los muertos. "Te echo de menos, querida..." Los suspiros no pueden abreviarse, como los nombres y apellidos, porque "amar es encontrar en la felicidad de otro tu propia felicidad", según Leibniz. Pudiéremos decir que "nuestra amada es única" y ella lo mismo respecto a su interlocutor, lo que no quiere decir que alguien esté enamorado de ella, o ella de él, tras haber advertido la singularidad que le distingue de otras personas, porque "no sabrás todo lo que valgo hasta que no pueda ser, junto a ti, todo lo que soy", decía Marañón.
            ¿Qué nos impide, pues, declarar nuestro amor a la persona amada? Quizá la duda del amor no correspondido, del amor imposible, del amor dubitativo, de la amada, del amado. "Cuando se ama, se duda de todo. Cuando se es amado, no se duda de nada", decía Colette. La inseguridad del amor del otro, inhibe el deseo, la palabra; más aún, la escritura. Hay amores que frenan una relación normal en nuestro tiempo por circunstancias que, en otra época, fueren tabúes. Alguna mujer llegó a decir en una ocasión a su pretendiente que no podía concederle el baile solicitado porque "estoy peía" (por pedida), locución de cierto pueblo cacereño; otra dijo que no "podía decirle eso" por su estado civil, como si este fuere un frenillo más de la lengua y esta no pudiere expresar lo que la belleza o el amor le suscitaren, aun a riesgo de rasgárselo y devenir en una hemorragia. Otra, en cambio, le solicitaba un poema para convencerse de la generosidad de un varón que le invitare a comer. Hay personas, en fin, que por más que se alejen, por más que no les hablemos, siempre tendrán un espacio en nuestro corazón, aun condensado en tiempos de crisis y de síntesis expresiva. "Háblame que me aburro", decía Soledad en su soledad de amores. "Con vuestra venia, señora mía: con besarte os lo diré todo." Hombres y mujeres prefieren hoy la compañía de una mascota, con la que compartir su soledad de amores y de diálogos no compartidos que con la pareja que le fuere propia. Nos inclinamos por un ser irracional, a veces más racional que los humanos, antes que con la otra mitad que reclamare nuestro corazón. Un político dijo hace poco que en los hogares extremeños hay ya más mascotas que niños (Vara dixit). Otra política (Ruth Beitia), que diere marcha atrás sobre lo dicho, afirmare un día que "se debe tratar igual a un animal, mujer u hombre maltratado". No es de extrañar cuando la crisis económica y lingüística nos impelen a vivir sin niños, dejando las escuelas cada curso más vacías y los pueblos llenos de ancianos que se van yendo a otro mundo, como los jóvenes del pueblo; como los amores perdidos por la incomunicación de nuestro tiempo...
 

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