La crisis no frenare el amor, si acaso las manifestaciones lingüísticas con que aquel se expresare. El feminismo radical ha puesto frenos de pies y manos a la libre expresión con que los amantes se manifestaren el amor que se profesaren, o la simpatía, el afecto y, por qué no, el cariño que brota del roce, el mismo que procrea el cariño. Del "querida Soledad" a modo de salutación en una carta, hemos pasado al "hola Paco", naturalmente sin admiraciones ni coma que lo criaren, no vaya a ser que se lo crea el muy tunante. Nada puede creerse el así considerado por la dama cuando ni siquiera se reconocieren de vista, menos aún conocerse.
Del beso en las mejillas hemos pasado a unir nuestras
caras, más por parte de la mujer que de los hombres. De los dos besos a uno
solo (la mujer francesa ofrece tres físicos al hombre: izquierda, derecha,
izquierda...) Es en la escritura, empero, donde más se manifiesta el amor
condensado, el mismo que vemos presencialmente en unos y que en otros se revela
generoso. Algunas mujeres se despiden con "un beso" y otras, por
wasap, te envían "mil besos", con tres emoticonos ilustrativos del
ósculo. ¡Y eso que no se ven ni se rozan! ¿Lo dirá, en verdad, nuestra amada, o
será, simplemente, una forma de decir? En el encuentro físico, quizá los mil
besos se reducirían a dos virtuales; es decir, con un simple ayuntamiento de
las mejillas. El "hola" ha
sustituido al "querido", "estimado", "apreciado",
"recordado", "añorado", "anhelado"..., sinónimos
del amor no compartido, pero no tan alejado del vínculo que nos uniere. "En
un beso sabrás todo lo que he callado", decía Neruda, dicho al amor con derecho a roce como, si dándolo
físicamente, quisiere decirle lo que nunca dijere con palabras. Lo mismo le
ocurriere a los amantes de Teruel, Diego
e Isabel. El primero no poseía riquezas ni hacienda;
pero ella se prestó a una espera de cinco años. Peleando con los moros, logró
en cinco años cien mil sueldos; mas Isabel
no pudo esperarle, acuciada por su padre para que tomare marido. Cuando Diego volvió, la halló casada y,
entrando en su recámara, le rogó: "Bésame que me muero." Ella repuso:
"No quiero" y Diego cayó
muerto a sus pies... Nuestro escultor Juan
de Ávalos inmortalizó a los amantes
de Teruel en el mausoleo de la iglesia de San Pedro de la ciudad aragonesa.
Diego e Isabel, con sus manos extendidas, no llegan a tocarse, como un
símbolo del amor frustrado e imposible, como el de Romeo y Julieta. Escribo a una dama conocida y me dirijo a
ella como "querida"; ella, sin embargo, se frena y se dirige a mí con
un "hola" desprovisto de la admiración que se le supusiere y la coma
debida antes del nombre, ausente de simpatía, afecto y cariño, por muy cliente
que me considere y por amigo que me tenga.
Alguien dijere que "el amor tiene el poder de unir a
dos personas que todavía no se conocen". ¿Y cómo expresar ese amor sin
alas no solo en tiempos de crisis, sino más aún en tiempos de reduccionismo
lingüístico, de la mano y de la capacidad de síntesis de los caracteres abreviados
de las redes sociales? El atrevido, aun jugándosela, escribe en un wasap; tqm (acrónimo de te quiero mucho), esperando, en vano, una respuesta solidaria a su atrevida
declaración. Quizá reciba por toda respuesta un "qué cosas dices...",
creyéndose la receptora la literalidad de la declaración como si hubieren
relaciones. Muchas veces suspiramos, ya en el lenguaje oral, ya en el escrito,
por alguien a quien echamos de menos o en falta en determinados momentos. "El
suspiro es el aire que nos sobra por alguien que nos falta", más presente
en la vida que por la ausente de ella. Suspiramos más por los vivos que por los
muertos. "Te echo de menos, querida..." Los suspiros no pueden
abreviarse, como los nombres y apellidos, porque "amar es encontrar en la
felicidad de otro tu propia felicidad", según Leibniz. Pudiéremos decir que "nuestra amada es única" y
ella lo mismo respecto a su interlocutor, lo que no quiere decir que alguien
esté enamorado de ella, o ella de él, tras haber advertido la singularidad que
le distingue de otras personas, porque "no sabrás todo lo que valgo hasta
que no pueda ser, junto a ti, todo lo que soy", decía Marañón.
¿Qué nos impide, pues, declarar nuestro amor a la persona
amada? Quizá la duda del amor no correspondido, del amor imposible, del amor
dubitativo, de la amada, del amado. "Cuando se ama, se duda de todo.
Cuando se es amado, no se duda de nada", decía Colette. La inseguridad del amor del otro, inhibe el deseo, la
palabra; más aún, la escritura. Hay amores que frenan una relación normal en
nuestro tiempo por circunstancias que, en otra época, fueren tabúes. Alguna
mujer llegó a decir en una ocasión a su pretendiente que no podía concederle el
baile solicitado porque "estoy peía"
(por pedida), locución de cierto pueblo cacereño; otra dijo que no "podía decirle eso" por su estado
civil, como si este fuere un frenillo más de la lengua y esta no pudiere
expresar lo que la belleza o el amor le suscitaren, aun a riesgo de rasgárselo
y devenir en una hemorragia. Otra, en cambio, le solicitaba un poema para
convencerse de la generosidad de un varón que le invitare a comer. Hay
personas, en fin, que por más que se alejen, por más que no les hablemos,
siempre tendrán un espacio en nuestro corazón, aun condensado en tiempos de
crisis y de síntesis expresiva. "Háblame que me aburro", decía Soledad en su soledad de amores. "Con
vuestra venia, señora mía: con besarte os lo diré todo." Hombres y mujeres
prefieren hoy la compañía de una mascota, con la que compartir su soledad de
amores y de diálogos no compartidos que con la pareja que le fuere propia. Nos
inclinamos por un ser irracional, a veces más racional que los humanos, antes que con la otra mitad que reclamare
nuestro corazón. Un político dijo hace poco que en los hogares extremeños hay
ya más mascotas que niños (Vara dixit). Otra política (Ruth Beitia), que diere marcha atrás
sobre lo dicho, afirmare un día que "se debe tratar igual a un animal,
mujer u hombre maltratado". No es de extrañar cuando la crisis económica y
lingüística nos impelen a vivir sin niños, dejando las escuelas cada curso más
vacías y los pueblos llenos de ancianos que se van yendo a otro mundo, como los
jóvenes del pueblo; como los amores perdidos por la incomunicación de nuestro
tiempo...
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