domingo, 13 de febrero de 2011

DISCURSO DE LA PALABRA VACUA

Hallábame en cierta ocasión con un colega, atento a lo que decía un político. Nuestros bolígrafos apuntaban sobre el papel, listos para ser disparados sobre su blancura; pero nada pudimos, o no quisimos, escribir, porque nada decía, aunque todo lo entendiéramos.

Me dirigí a mi colega:

--¿Te has enterado de algo?, le interrogué.

--Perfectamente, de todo.

--¿Y qué ha dicho?, inquirí más que intrigado.

--Nada. Por algo no hemos escrito nada.

Las más de las veces, el discurso de la oposición, sin el sustento del poder, es un discurso vacuo, vacío de contenido, sin sentido ni orientación política que determine una presunta utilidad social para el auditorio o el lector. El discurso de la oposición ataca, difama para que algo quede, injuria a sabiendas, pide explicaciones cuando sabe que no las hay; exige al poder lo que no puede dar, pero que ellos otorgan donde lo hubieren, porque su mano derecha ignora lo que hace la izquierda, aunque no debieren.

El discurso del político en la oposición no es el discurso del filósofo, que invita a reflexionar y repensar cada frase para entenderla, porque compendia un pensamiento exclusivo sobre el orden y la realidad social. Es el discurso de la palabra vacua, que busca el titular fácil, la acusación atrevida, la insidia, el acoso hacia el adversario. No es la crítica por la crítica necesaria, ni siquiera la fiscalización de la acción política y de los recursos públicos. Es hablar por hablar sin que nada se diga, o lo que se diga, menosprecie por el simple desprecio al adversario, que envilece el discurso político del emisor y nunca al receptor al que va dirigido, aunque unos entiendan más el ruido que provocan que las nueces que otros otorgan.
Mirad a ese político extremeño que se desdobla en su tarea diaria; cumple su misión aquí y acullá y aún tiene tiempo para ir a escuchar a la gente de la calle; no a la que recibe en su despacho, sino a la que ahora busca. Nada lleva en su maleta, sino su palabra, la palabra de la verdad, que explica y convence. Observad cómo los del discurso de la palabra vacua le zahieren y le acusan por ir a “terreno ajeno”, como si fuere solo suyo, y no pudiere él predicar en su propio templo, y le niegan hasta un café en casa propia.

Dicen más quienes escuchan que quienes hablan demasiado. Convencen más quienes trabajan humildemente por los demás que quienes se proclaman a sí mismos como sus salvadores. La grandeza del ser se manifiesta en la brevedad de su palabra, en la expresión de su ánimo; en quienes nos invitan con breves frases a la meditación desde las redes sociales; en quienes se esfuerzan en recualificar a los parados; en aquellos que se dirigen a su auditorio para dirigirle tan solo una reflexión, como el político diplomático cacereño, jefe de la izquierda: mirad cómo andábamos con ellos y cómo estamos ahora, cuando los perros y las gallinas andaban sueltos por las calles, intransitables cuando llovía porque solo tierra hubieren, y a las mujeres no les alcanzare derecho alguno, sino a trabajar como mulas. Esa es su herencia y ahora, desde su palabra vacua, nos exigen que hagamos en cuatro años lo que ellos no hicieron durante siglos.

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