Plebeyo es un vocablo con acepción despectiva; se dice de aquella persona que no pertenece a la nobleza y, en la antigua Roma, los plebeyos no podían pertenecer al gobierno del Estado ni ocupar cargos religiosos importantes. Sin embargo, al conceder estos títulos a españoles que han triunfado en el Reino de España, el primero “por su gran dedicación al deporte español y a la contribución al fomento de los valores deportivos” y al segundo, “por su aportación a la literatura y a la lengua española”, el Rey, sin pretenderlo, ha hecho realidad el principio de igualdad consagrado en la Constitución y aquel otro del común que dice que “nadie es profeta en su tierra”, que muchas veces ha sido regla y no excepción en España, que ha podido ver cómo otros españoles destacados en diversos campos de la cultura o del arte eran distinguidos por gobiernos extranjeros con sus máximas distinciones, mientras que aquí les condenábamos al olvido.
No hay que ser de familia noble para tener un título de nobleza. Sólo hay que ser españoles destacados cada uno en su campo y haber servido a la patria con la dedicación, entrega y humildad en sus profesiones como lo hicieren los citados y los profesores Juan Miguel Villar Mir y Aurelio Menéndez, ha venido a decir el Rey.
No son, en cambio, ni serán los últimos, porque los últimos en la tierra serán los primeros en el reino de los cielos. La legislación española reconoce los títulos nobiliarios y protege a sus poseedores legales frente a terceros. Los títulos no son susceptibles de compra y venta y su sucesión se encuentra reservada a los parientes consanguíneos de mejor derecho del primer poseedor del título. Las sucesiones son tramitadas por el Ministerio de Justicia y su uso indebido es perseguido por la ley.
Los títulos nobiliarios son otorgados por el Rey, que también sanciona cada una de las sucesiones en los mismos. Históricamente existía preferencia masculina a la hora de suceder en un título nobiliario, tal y como establecía el Código de las Siete Partidas de Alfonso X el Sabio. Sin embargo, el Congreso aprobó en 2005 el inicio del trámite de una ley que iguala a hombres y mujeres en la sucesión de los títulos nobiliarios, que no afecta a la Corona. Por ello, los títulos son heredados por el primogénito, independientemente de su sexo, según la ley 33/2006, de 30 de octubre, sobre igualdad del hombre y la mujer en el orden de sucesión.
Del Bosque reconoció con su victoria en el Mundial dos valores que forjaron aquel espíritu que lo hizo posible: el trabajo y la humildad, como ya reconociera en la entrega del Premio Príncipe de Asturias el pasado año, concedido a la Selección Española de Fútbol. Fue cesado en el triunfo y coronado tras su mayor triunfo, aquel que unió a España entera e hizo sacar sus banderas a la calle.
Vargas Llosa dijo al recoger el Nobel de literatura que “su obra no podía entenderse sin España”, y que sin ella “jamás hubiera podido llegar a esta tribuna”.
El Rey ha hecho de su prerrogativa virtud, como aquellos lograron con su trabajo el marquesado, aun sin ser nobles, porque plebeyos nacieron. Y con ello, el Rey ha elevado a categoría moral, la jurídica de igualdad ante la ley; y la realidad social, sobre el privilegio de unos cuantos, aunque nunca alcancen a estar todos los que son, pero sí son todos los que están, como Javier Solana dentro de unos días en Yuste.
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